Las piedras de santa Hildegarda: la amatista
Una jubilosa lectora que está descubriendo a Santa Hildegarda y el olivino, nos pregunta si se pueden bendecir las piedras. También pregunta si la podrían usar personas mayores para el Alzheimer.
A la segunda pregunta, la afirmación que hace Santa Hildegarda de que el olivino "afirma el saber", creemos que significa "fortalece la memoria". No sabemos si también dice que la recupera; lo estamos investigando.
En cuanto a las bendiciones, ¡pues faltaría más! ¡Todo puede bendecirse!
Uno de mis recuerdos más gratos es la vez que me pilló inesperadamente en un pueblecito la ceremonia la bendición de los campos, que no sabía ni que existiera. Fue una bendición por todo lo alto que ofició el párroco revestido, sobre una cruz llena de candelillas delante de todo el pueblo que le había seguido a las afueras.
Cuando concluyó, todo el pueblo se fue como un solo hombre, creo que a una fuente, a darse una chuletada de padre y muy señor mío. La fuente era para enjuagar los cacharros, porque allí, aun sin conocer todavía los sabios consejos de Santa Hildegarda, no se probó una gota de agua; sólo vino. O sea que sí, que las piedras, si se bendicen, mejor porque se convierten en sacramentales con todo el poder espiritual de la Iglesia.
Otra lectora pregunta por la galanga, que en España no se conoce mucho. Hay que buscarla en tiendas de indios o de comida oriental con el nombre de "jengibre negro" o "jengibre de Siam"; el nombre científico es "Alpinia Galanga".
La verdad es que no es negra; se parece un poco a lka raiz del jengibre pero si es fresca es completamente blanca y los brotes son encarnados. La venden en un polvo de color verde que huele un poco, pero sin abusar, a zoco o a bazar indio. Le va bien a todo, menos al café con leche, supongo, y da un aroma estupendo a las cosas. Santa Hildegarda la pone por las nubes.
Un lector no entiende lo de la lejía de ciruelo, y nos pone en un compromiso porque nunca hemos visto a hacer colada de lejía; somos antiguos pero de después de la lejía embotellada. Si alguna vez me decido, porque el pelo se me retira ordenadamente, pero cada vez más deprisa, me imagino que tendré que empezar por conseguir corteza y hojas secas de ciruelo. Luego tendría que quemarlas, lo que en invierno no es problema, pero en verano, probablemente estará prohibido, y recoger con cuidado las cenizas. Después pondré un paño de cocina nuevo tapando un barreño o una olla, bien sujeto, y colocaré las cenizas encima del trapo, en el centro. Ese es el momento de ir echando agua caliente sobre las cenizas, una y otra vez. El líquido que se cuela al barreñito ya no es agua, sino la lejía que habrá que usar para la cabeza. Desgraciadamente aún no lo hemos probado ni conocemos a nadie que lo haya hecho; salvo el caso que cuentan los médicos alemanes.
Bueno, pues contestados estos lectores, pasemos a hablar de la amatista, que es probablemente la piedra preciosa más abundante del mundo. Ya dice Santa Hildegarda que "crece como una secreción, así que hay muchas", y la frase tiene miga.
En Brasil los niños juegan a ver si adivinan que clase de gema encierra cada pedrusco que rompen, que muchas veces es amatista. En España, en las parameras y las alcarrias de Guadalajara no es difícil que al romper un pedrusco más o menos ovoidal o "amanzanado" esté por dentro tapizado de blancos cristales de calcita, pero en otras partes, como en Cataluña o Murcia, lo que hay por dentro es un erizo de cristales color violeta. Los cristales empiezan transparentes en la raíz, que está en la "corteza" de la piedra, y toman cada vez más color cuanto más se acercan al interior de la piedra. Es como un erizo al revés, en vez de tener las puntas para afuera las tiene para adentro. De todas formas, las amatistas sueltas pueden costar en tienda de cincuenta céntimos a dos euros, que tampoco es gran dispendio.
La amatista es para los bultos. En las pruebas que hacíamos mientras preparábamos el libro, vimos que la amatista funciona muy bien para neutralizar inmediatamente granos y picaduras, y para quitarse manchas de la cara. Conozco una señora que se quita también las de las manos, aunque no es eso lo que dice Santa Hildegarda. Las manchas se van, y por lo que vamos viendo, se van más cuanto más modernas y menos gruesas sean, y se van mejor cuantas más veces las frotes. En un par de meses, frotándome una vez al día entre el afeitado y los dientes, se me han ido las birriosillas, pero la gorda no se ha ido aunque se ha reducido más o menos a la mitad. Frotamos con una amatista como un dátil que tiene una cara plana, y que se deja agarrar bien para frotar.
Pero la utilidad principal de la amatista creemos que debe ser reprimir bultos por el mismo procedimiento de frotarlos con salivilla, tan rica en antisépticos potentes. Los doctores alemanes la han aplicado a casos de cáncer, utilizándola en la sauna, pero eso entre nosotros es una posibilidad más bien remota.
La última cosa que dice Santa Hildegarda es que la serpiente y la víbora huyen de la amatista, una recomendación que en ciudad es puro conocimiento teórico, pero que en mi pueblo, que nos calentamos con leña, se vuelve un asunto de acuciante interés práctico. En los montones de leña, ya se sabe, o hay ratones o culebras, y uno nunca sabe qué es peor, hasta que un día deja de ver ratones y lagartijas y descubre horrorizado que lo que pensaba que sería una inofensiva aunque crecida culebra de escalera, resulta ser una viborilla bien nutrida a base de lagartijas y ratones de campo.
Como no es compañía que guste, estamos pensando lo de ponerle amatistas al montón de leña, y si no está hecho ya es porque ¿a ver donde van a trasladarse los pobres animalitos sin techo? En fin, ya les contaremos, lo mismo que les animamos a ir contando aquí sus experiencias, para ir aprendiendo entre todos de esta sorprendente sabiduría hildegardiana.
Más en "El libro de las Piedras que Curan" de Santa Hildegarda de Bingen. Madrid: Libros Libres, 2012; y en www.hildegardiana.es
José María Sánchez de Toca
Rafael Renedo Hijarrubia
A la segunda pregunta, la afirmación que hace Santa Hildegarda de que el olivino "afirma el saber", creemos que significa "fortalece la memoria". No sabemos si también dice que la recupera; lo estamos investigando.
En cuanto a las bendiciones, ¡pues faltaría más! ¡Todo puede bendecirse!
Uno de mis recuerdos más gratos es la vez que me pilló inesperadamente en un pueblecito la ceremonia la bendición de los campos, que no sabía ni que existiera. Fue una bendición por todo lo alto que ofició el párroco revestido, sobre una cruz llena de candelillas delante de todo el pueblo que le había seguido a las afueras.
Cuando concluyó, todo el pueblo se fue como un solo hombre, creo que a una fuente, a darse una chuletada de padre y muy señor mío. La fuente era para enjuagar los cacharros, porque allí, aun sin conocer todavía los sabios consejos de Santa Hildegarda, no se probó una gota de agua; sólo vino. O sea que sí, que las piedras, si se bendicen, mejor porque se convierten en sacramentales con todo el poder espiritual de la Iglesia.
Otra lectora pregunta por la galanga, que en España no se conoce mucho. Hay que buscarla en tiendas de indios o de comida oriental con el nombre de "jengibre negro" o "jengibre de Siam"; el nombre científico es "Alpinia Galanga".
La verdad es que no es negra; se parece un poco a lka raiz del jengibre pero si es fresca es completamente blanca y los brotes son encarnados. La venden en un polvo de color verde que huele un poco, pero sin abusar, a zoco o a bazar indio. Le va bien a todo, menos al café con leche, supongo, y da un aroma estupendo a las cosas. Santa Hildegarda la pone por las nubes.
Un lector no entiende lo de la lejía de ciruelo, y nos pone en un compromiso porque nunca hemos visto a hacer colada de lejía; somos antiguos pero de después de la lejía embotellada. Si alguna vez me decido, porque el pelo se me retira ordenadamente, pero cada vez más deprisa, me imagino que tendré que empezar por conseguir corteza y hojas secas de ciruelo. Luego tendría que quemarlas, lo que en invierno no es problema, pero en verano, probablemente estará prohibido, y recoger con cuidado las cenizas. Después pondré un paño de cocina nuevo tapando un barreño o una olla, bien sujeto, y colocaré las cenizas encima del trapo, en el centro. Ese es el momento de ir echando agua caliente sobre las cenizas, una y otra vez. El líquido que se cuela al barreñito ya no es agua, sino la lejía que habrá que usar para la cabeza. Desgraciadamente aún no lo hemos probado ni conocemos a nadie que lo haya hecho; salvo el caso que cuentan los médicos alemanes.
Bueno, pues contestados estos lectores, pasemos a hablar de la amatista, que es probablemente la piedra preciosa más abundante del mundo. Ya dice Santa Hildegarda que "crece como una secreción, así que hay muchas", y la frase tiene miga.
En Brasil los niños juegan a ver si adivinan que clase de gema encierra cada pedrusco que rompen, que muchas veces es amatista. En España, en las parameras y las alcarrias de Guadalajara no es difícil que al romper un pedrusco más o menos ovoidal o "amanzanado" esté por dentro tapizado de blancos cristales de calcita, pero en otras partes, como en Cataluña o Murcia, lo que hay por dentro es un erizo de cristales color violeta. Los cristales empiezan transparentes en la raíz, que está en la "corteza" de la piedra, y toman cada vez más color cuanto más se acercan al interior de la piedra. Es como un erizo al revés, en vez de tener las puntas para afuera las tiene para adentro. De todas formas, las amatistas sueltas pueden costar en tienda de cincuenta céntimos a dos euros, que tampoco es gran dispendio.
La amatista es para los bultos. En las pruebas que hacíamos mientras preparábamos el libro, vimos que la amatista funciona muy bien para neutralizar inmediatamente granos y picaduras, y para quitarse manchas de la cara. Conozco una señora que se quita también las de las manos, aunque no es eso lo que dice Santa Hildegarda. Las manchas se van, y por lo que vamos viendo, se van más cuanto más modernas y menos gruesas sean, y se van mejor cuantas más veces las frotes. En un par de meses, frotándome una vez al día entre el afeitado y los dientes, se me han ido las birriosillas, pero la gorda no se ha ido aunque se ha reducido más o menos a la mitad. Frotamos con una amatista como un dátil que tiene una cara plana, y que se deja agarrar bien para frotar.
Pero la utilidad principal de la amatista creemos que debe ser reprimir bultos por el mismo procedimiento de frotarlos con salivilla, tan rica en antisépticos potentes. Los doctores alemanes la han aplicado a casos de cáncer, utilizándola en la sauna, pero eso entre nosotros es una posibilidad más bien remota.
La última cosa que dice Santa Hildegarda es que la serpiente y la víbora huyen de la amatista, una recomendación que en ciudad es puro conocimiento teórico, pero que en mi pueblo, que nos calentamos con leña, se vuelve un asunto de acuciante interés práctico. En los montones de leña, ya se sabe, o hay ratones o culebras, y uno nunca sabe qué es peor, hasta que un día deja de ver ratones y lagartijas y descubre horrorizado que lo que pensaba que sería una inofensiva aunque crecida culebra de escalera, resulta ser una viborilla bien nutrida a base de lagartijas y ratones de campo.
Como no es compañía que guste, estamos pensando lo de ponerle amatistas al montón de leña, y si no está hecho ya es porque ¿a ver donde van a trasladarse los pobres animalitos sin techo? En fin, ya les contaremos, lo mismo que les animamos a ir contando aquí sus experiencias, para ir aprendiendo entre todos de esta sorprendente sabiduría hildegardiana.
Más en "El libro de las Piedras que Curan" de Santa Hildegarda de Bingen. Madrid: Libros Libres, 2012; y en www.hildegardiana.es
José María Sánchez de Toca
Rafael Renedo Hijarrubia
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