Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Sin dedos para celebrar la Santa Misa

por Victor in vínculis

Urbano VIII
El cónclave de 1623 convocó a los cardenales para elegir al sucesor del Papa Gregorio XV. Luego de 18 días de deliberaciones, eligió a Maffeo Barberini, quien asumió el cargo como Urbano VIII. La ceremonia de coronación tuvo lugar el 29 de septiembre. Una de sus primeras medidas como pontífice fue expedir la bula de canonización de San Felipe Neri, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Isidro y Santa Teresa de Jesús; estableciendo además que los procesos de beatificación eran exclusivos de la Santa Sede y prohibiendo el uso en las representaciones artísticas de la aureola en personas no beatificadas o canonizadas. Posteriormente también elevó a los altares a Isabel de Portugal (1625) y Andrés Corsini (1629).
En 1639 reafirmó la prohibición de esclavizar a los indígenas.Urbano VIII estuvo presente en el juicio a Galileo Galilei. Le tocó representar un difícil papel en el drama político de la Guerra de los Treinta Años, toda una sucesión de guerras mal llamadas “de religión”. Inclinado a un descarado nepotismo, este comportamiento hizo sentenciar al pueblo romano: quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini (lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini).
Pero la referencia biográfica de este Pontífice viene hoy a colación por una famosa frase que Urbano VIII pronuncia al conocer la historia de Isaac Jogues.
Celebramos hoy, 19 de octubre, a los santos mártires del Canadá. Se trata de los santos Juan de Brébeuf e Isaac Jogues, presbíteros, y compañeros de la Compañía de Jesús, en el día en que san Juan de la Lande, religioso, fue asesinado por los paganos en el lugar llamado Ossernenon, entonces en territorio del Canadá (Auriesville, estado de Nueva York), el mismo lugar donde algunos años antes había conseguido la corona del martirio san René Goupil. Son venerados conjuntamente sus santos compañeros Gabriel Lalemant, Antonio Daniel, Carlos Garnier y Natal Chabanel, que en la región canadiense, en días distintos, después de las muchas fatigas sufridas por anunciar el evangelio de Cristo a aquellos pueblos, terminaron muriendo mártires (16421649).

            Cada una de sus historias es realmente apasionante. Pero nos detenemos en la vida de San Isaac Jogues y os ofrezco este enlace. El padre Jaime Correa Castelblanco, jesuita chileno, nos presenta un apasionante relato de los hechos:
 
¿Conoce Ud. al Padre Isaac Jogues? 
Isaac Jogues (Orleans, Francia ,10 de enero de 1607; Auriesville, New York, 18 de octubre de 1646), entró a los 17 años a la Compañía de Jesús. Fue ordenado presbítero unos años más tarde. Desde 1636 predicó el evangelio en condiciones extremadamente difíciles en la misión de los hurones en Canadá, con grandes logros. En 1642 fue apresado y torturado por iroqueses, y en su cautiverio continuó convirtiendo iroqueses al cristianismo.
Entre los tormentos sufridos, durante días, además de golpearlo con palos y mosquetes, en la cabeza y en los hombros, hasta hacerle sangrar… le cortaron los dedos de las manos, para después con fuego cauterizar las heridas. Ya no podría celebrar más la Santa Misa…
Liberado por unos comerciantes holandeses, en la vigilia de Navidad de 1643, Isaac pudo regresar para Francia. En la navegación, toda la noche está en oración. Para él es una gracia muy grande llegar a la patria en Navidad, poder oír misa después de diecisiete meses, confesarse…
Por la mañana, muy temprano, el barco lo deja en un pequeño bote junto a Brest, y sigue su marcha. Isaac, solo y llorando, se dirige a la iglesia de los franciscanos a dar gracias. Un comerciante, que viaja a Rennes, le ofrece un caballo para viajar con él hasta el Colegio de los jesuitas.
A las 5 y media de la mañana del día 5 de enero de 1644 golpea la puerta del Colegio. Los Padres no lo conocen. Él dice traer noticias del Canadá. De inmediato el P. Rector lo recibe y le hace interminables preguntas:
-¿Conoce Ud. al P. Bartolomé Vimont?
-Sí, por supuesto.
-¿Al P. Juan de Brebeuf?
-Sí, he vivido con él.
-¿Conoce Ud. al P. Isaac Jogues?
-Sí, y muy bien.
-¿Sabe Ud. si los iroqueses le han dado muerte?
-No, Padre. Él está en libertad. Llorando Isaac agrega:
-Padre, Ud. está hablando con él.
Atónito, el P. Rector se pone de rodillas y besa sus manos tan heridas. Después, lleno de alegría, lo estrecha en sus brazos y le besa la cara. Con voz fuerte, el P. Rector llama a la comunidad. La alegría es inmensa. Todos juntos van a la capilla a dar gracias y a oír la Santa Misa.


                                 San Isaac Jogues, S.J.
                                 retrato al óleo de Donald Guthrie McNab
Por los relatos de los jesuitas desde sus Misiones del Canadá, toda Francia conoce la prisión y las torturas que ha sufrido Isaac. Los siguientes días son todos de gloria. Visitas, cartas. Todos desean ver sus manos, las cicatrices de los brazos, de las piernas y la cara. Él quiere ocultarse, pero no puede. Lo dice varias veces: su lugar es Canadá y desea volver allí lo antes posible.
El 14 de enero debe salir hacia París para encontrarse con el P. Provincial. En su viaje, en Orléans, se detiene dos días para estar con su madre. Ella y sus hermanos lo veneran como a un mártir ya canonizado. París lo recibe triunfalmente. Por obediencia, es obligado a contar sus sufrimientos, a visitar a los estudiantes del Colegio de Clermont y a recibir a mucha gente.
La Reina Madre Ana de Austria, regente del trono, lo manda llamar a su presencia. Ella quiere, personalmente, venerar sus heridas. Isaac pretende rehusar, pero los Superiores lo obligan a presentarse en Versalles. En el Palais Royal es recibido por la Reina regente, por el pequeño Luis XIV, los príncipes, el Cardenal Mazarino y toda la corte. Todos quieren escuchar, de sus labios, la narración de la prisión y de los diversos sufrimientos.
La Reina y el Rey toman entre las suyas las manos mutiladas de Isaac Jogues y lloran. Isaac queda profundamente confundido y ruega encarecidamente a los Superiores ser liberado de todo eso.
Con lágrimas, Isaac pide volver a Nueva Francia. Al fin lo obtiene. 
Una dispensa pontificia
El P. Mucio Vitelleschi, General de la Compañía de Jesús, a ruegos de los jesuitas franceses, de la Reina y el Rey de Francia, logra del Sumo Pontífice, la dispensa necesaria para que Isaac Jogues pueda en adelante celebrar la Misa. Por aquel entonces, sus manos mutiladas eran un impedimento canónico.
El Papa Urbano VIII dice: “Sería indecoroso que un mártir de Cristo no pueda beber su Sangre. Sus manos mutiladas no pueden ser una carga para él”.
En marzo de 1644 celebra su propia Misa, después de veinte meses sin hacerlo. Es de nuevo una Primera Misa.
Así termina el padre Correa este impresionante relato.
 
18 de octubre de 1646
A comienzos de la primavera de 1644, Isaac regresó a Canadá y en el 1646 lo enviaron para negociar la paz con los iroqueses. Siguió la misma ruta que cuando fue llevado como cautivo. Llegó a Ossernenon el 5 de junio, después de tres semanas de viaje desde St. Lawrence. Fue bien recibido por sus primeros captores y se llevó acabo el tratado de paz. Partió para Quebec el 16 de junio y llegó el 3 de julio. Inmediatamente, pidió que lo enviaran de regreso como misionero a los iroqueses. Pero solo luego de vacilar muchas veces, sus superiores aceptaron su petición. El 27 de setiembre comenzó su tercer y último viaje a Mohawk. Dentro de la tribu se había desatado una enfermedad y una plaga había caído sobre las cosechas. A Isaac Jogues, a quien los indios consideraron siempre un hechicero, se le culpó por esta doble calamidad. Los mohawks lo decapitaron y echaron su cuerpo al río. Junto a él martirizaron al hermano donado Juan de la Lande.
Los mártires del Cánada fueron beatificados el 21 de julio de 1925 y canonizado el 29 de junio de 1930. Pero su sacrificio no fue en vano...

La primera santa piel roja
... En la localidad donde fue sacrificado el P.Jogues nacerá diez años después Kateri Tekakwitha.

           
Y es que, pasado mañana, el Papa Benedicto XVI canonizará a Kateri Tekakwitha, la primera santa piel roja. Nació en 1656 en Ossessrnon (la actual Auriesville, Nueva York). Su madre, una india algonquina cristianizada fue raptada por los iroqueses y casada con un jefe mohawk pagano. A los 4 años de edad, Kateri perdió a sus padres y a su hermano, por una epidemia de viruela que se extendió en Ossernenon. Tekakwitha sobrevivió pero quedó con cicatrices en el rostro y problemas de visión. Por eso, su nombre indígena era Tekawhitha, que en iroqués significa “la que tropieza con las cosas”, por su falta de visión.

A los 20 años fue bautizada, con el nombre de Kateri, por los misioneros jesuitas franceses. Kateri pronto tuvo que sufrir por su fe grandes abusos y rechazo por parte de familiares y los otros indios. La persecución fue tal que huyó de su pueblo, caminando unos 320 km (200 millas) por el bosque hasta llegar a Sault Ste. Marie, un pueblo cristiano cerca de Montreal, en 1677.
En 1679, hizo voto de castidad. Un año más tarde, el 17 de abril de 1680, Kateri murió a la edad de 24 años en Caughnawaga, cerca de Montreal, Quebec. Sus últimas palabras se dice que fueron: ¡Jesús, te amo!

         
Kateri se caracterizó por su piedad, su incansable vida penitente en favor de su pueblo aborigen y por su amor a la Eucaristía. Después de su muerte, Kateri empezó a ser muy venerada, especialmente en Canadá. Conocida popularmente como “La flor de pascua de los mohawks”. En 1943 fue declarada venerable por el papa Pío XII y beatificada en junio de 1980 por el Beato Juan Pablo II.

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