Utopía evangélica, y realismo a pesar de todo
Podemos decir sin temor a equivocarnos demasiado que ningún sistema económico y político hasta la fecha ha cumplido plenamente con la Doctrina Social de la Iglesia. Ni siquiera la bendecida democracia ni los partidos, más mal que bien, llamados hasta ahora cristianos con diversos apellidos.
Otra cosa distinta son personas o momentos de esas personas, en la Iglesia, que sí lo han encarnado de diversas maneras, en algunos casos de forma ejemplar, como, por ejemplo, la economía de comunión, los bancos de alimentos, centros de solidaridad,....
Si bien en lo político y económico ha ido así y se encuentra en momento de franca necesidad de regeneración yendo a sus raíces, en lo social y cultural ha tomado otros derroteros muy parecidos, aunque quizá no tan graves.
Es bien cierto que lo que se dice atenerse al espíritu y en la letra a la Palabra y los Hechos de Nuestro Señor expuestos en los Evangelios, según la doctrina y la vida de la Iglesia Católica, nuevo Rostro del Resucitado en nuestros tiempos, lo ha podido llevar a cabo sólo ella misma y cualquier otra pretensión hará un acercamiento de aproximación todo lo más.
La pretensión cristiana de la Iglesia de ser el rostro nuevo de Jesucristo, de ser el medio o la vía para encontrarse con Él requieren de cada uno una transparencia y un realismo no sobrehumanos, sino centrados en aquello que simplemente se nos pide: dejar todo aquello que nos pueda apartar de esa misión y seguirle de verdad.
¡Qué importante, ciertamente, es darse cuenta que Jesucristo es el Señor de la realidad, del presente, donde se comunica y se encarna una y mil veces, estando y siendo porque actúa! Así de sencillo. Está porque actúa. Es porque es el fundamento de todo y todo se sostiene en Él.
Por ello uno no puede ir pretendiendo otra cosa distinta en su cabeza ni siquiera en su corazón. Lo que Él pone delante hay que verificarlo, discernirlo, como problema, como tarea común,… como signo de Su llamada e incluso de Su presencia.
No puedo vivir de modo fragmentario, desencarnado ni por encima de mis posibilidades reales. En la misma realidad Él se me muestra. Lo mío debe ser una esperanza activa no un descanso pasivo. Ni pesimismo infundado ni optimismo ingenuo.
Voto por un realismo consciente de un trabajo, de una tarea, porque la realidad, al estar salvada por Él, es siempre positiva, para nuestro crecimiento y maduración. Para agradecer y aprovechar lo que nos da, para cambiar lo que podemos transformar y para aceptar con verdadera humildad y sabiduría que todo lleva su tiempo y que tal vez no sea el momento de hacer mudanza o decisiones apresuradas.
Por atento, utopía sí, que nos desinstala de nuestras seguridades, conocimientos a medias, falsas expectativas,… y que a la vez nos afianza en la novedad y sorpresa que un Dios que nos ama y cuida por encima de nuestra espera. Y a la vez, realismo, el que viene de la mano de Su Providencia en los acontecimientos que nos suceden continuamente, en los signos que debemos de madurar con paciencia y al ritmo que Él nos ponga.
La utopía evangélica necesita del realismo apostólico y viceversa, como pasa entre un valioso mensaje y un medio pobre y limitado. Dios cuenta con nosotros. Sepamos verle y oírle adecuadamente, sin prisas, sin pausas, con toda atención y cuidado, sin querer ir más lejos de lo que muy pedagógicamente, como Padre Bueno que es, pone a nuestro alcance. Nos lleva de la mano a pesar de sentirnos muy capaces. Dependemos de Él, aunque nos creamos ya maduros.