Esta buena noticia es, sin duda, la mejor

Como no nos lo acabamos de creer del todo, porque nuestra vida no está del todo adherida a la profundidad del misterio que, ni más ni menos, Dios se haya hecho hombre, hemos de repetírnoslo una y otra vez. No sólo cada año no, sino cada día, e incluso varias veces, por ejemplo en el rezo del Angelus. O cada vez que nos levantamos y nos asombramos por un día más de vida.

Tenemos necesidad de pensarlo, de recordarlo, pero sobre todo de vivirlo con verdadero agradecimiento. Es más, esto tampoco es suficiente, porque nos pide darnos, entregarnos. Él se ha hecho hombre para mostrarnos nuestro origen, la dignidad de nuestra vida y nuestro destino de salvación y plenitud. Se ha hecho pequeño para hacernos realmente grandes.

Ante su Palabra, uno se ha de quedar, sin palabra, en actitud de adoración y acogida, para reconocerle de verdad. Eso se nos pide hoy especialmente:

“El Verbo,… Dios,… por medio de él se hizo todo,… en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres,… El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo… El mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad…”