Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Los santos no dan miedo

por Luis Javier Moxó Soto

Nos pasa de vez en cuando que pensamos en nuestra muerte. No sabemos cómo será exactamente nuestra despedida de esta vida, quizá con toda la carga de posible ansiedad, angustia o temor que a cada uno le sea propio en esos momentos. Se pone a prueba la firmeza de las propias convicciones, de la fe, pero también de la certeza que hayamos adquirido hasta ese punto concreto.

Pero hay quienes vivieron, y viven, en la esperanza y en un tiempo que saben no suyo, porque perciben la vida como un don sagrado de Dios. Sus existencias transcurre no en el pasado ni en el futuro, no siquiera en el presente de sus preocupaciones y afanes propios, sino en las manos de Aquél en quien se han fiado. Viven de la fe y en la Providencia de un Destino que se les ha hecho presencia cercana, tangible y entrañable. Y todo lo demás, aparte de nuestro corazón inquieto que busca descansar en Él (san Agustín), son hierros y cárceles en que el alma está metida (santa Teresa).

Sí, son los santos, cuyo “dies natalis” celebramos, de alguna manera, dos veces al año: uno en el día propio cuando se encontraron definitivamente con el Señor, con el Amado; y otro en la comunión de unos con otros con Él, que viene a ser lo mismo.

Me pregunto si hacemos lo posible para que los santos estén presentes en nuestra vida, o acudimos a ellos solamente cuando nuestros intereses o necesidades se ponen en riesgo  ¿Se sigue rogando a Dios a la vez que se da con el mazo, es decir, pedimos y nos esforzamos al mismo tiempo en aquello que de Él solicitamos? ¿Nos acordamos de pedir la protección e intercesión especial de aquellos santos y santas de nuestro nombre, familia, pueblo, provincia, región,… país,… sector de nuestra actividad,…?

Sea como sea, si les tenemos en cuenta todo lo que debiéramos o no, no son personas ante las que debamos tener tanto respeto que las debamos considerar alejadas de nuestras circunstancias, o con unos perfiles biográficos que progresivamente hemos distanciado de nuestra realidad y sus vicisitudes cotidianas.

Acerquémonos a los problemas que afrontaron y cómo vieron la mano de Dios cercana y providente, con ellos y en su entorno más concreto. No les tengamos miedo. No son unos héroes lejanos, no son unos campeones insuperables. Pecaron, no pensemos que nunca lo hicieron. Pero se arrepintieron y se convirtieron. Cayeron pero se levantaron, no se quedaron postrados en sus limitaciones.

Los santos no son ni tristes ni aburridos, todo lo contrario, porque vivieron intensamente la vida. Son ejemplo constante y vivo de autosuperación. Hoy en día, precisamente nos vendría muy bien seguir e imitar. Por eso lo que encarnan para nosotros no son tanto valores sino ricos matices de la personalidad del Santo de todos los santos: Jesucristo. Ellos son reconocidos como santos por nuestra humanidad que se corresponde con la de ellos que supieron vivir plenamente, y por la Iglesia que edificaron como piedras vivas, porque no tuvieron otro modelo de seguimiento que Su Fundador y Maestro.
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