¡No tengáis miedo! A la tarde nos juzgarán en el amor
¡Qué curiosa diferencia entre los planteamientos y las conclusiones de quien se justifica a sí mismo, una vez sí y otra también! No sigue la lógica más que de su propia imagen una y otra vez encubierta, porque de eso se trata en el fondo: el encubrimiento de mil y una justificaciones sobre la misma postura inmovilista de siempre. Que me dicen que me estoy radicalizando, son ellos los extremistas. Que les parece que me fijo en lo negativo casi siempre, es que hay tanto que tienen ellos que cambiar. Que si ven que no paro de quejarme, ¡es que me dan ellos tantos motivos!…
Pero, ¿cuánto habrá de pasar para mirarnos y juzgarnos a nosotros primero y luego a quienes tanto denunciamos y criticamos? Perdón por ser tan pesado en algo que considero fundamental: el juicio objetivo desde la Misericordia (el Amor de Dios) y no desde nuestra peculiar y parcial justicia. La culpa, el fallo, el error, tal vez esté más dentro que fuera. De ahí nuestra necesidad continua de cambio y conversión verdadera.
Tenemos básicamente dos opciones: la de la ética cristiana basada en el amor, en el perdón y Misericordia de Dios, o en la de justificarnos continuamente, autoexculpándonos por miedo y vergüenza, porque no nos atrevemos a enfrentarnos ante Dios con toda la carga de nuestro propio mal par pedirle perdón y una mirada sobre nosotros mismos y la realidad a su estilo y no al nuestro. Él es el Otro y no acabamos de dejarle ser como quiere ser. O le dejamos a Él ser el Maestro bueno, o nosotros nos hacemos pasar por maestros buenos dando a todo el mundo sermones de buenismo, de victimismo y de falsa humildad. La primera requiere conversión continua, y la segunda me recuerda a los "nuevos clérigos". Nosotros elegimos con nuestros actos.
¿Quiénes son los “nuevos clérigos”? Según un libro que leí hace tiempo, de Enrique de Diego, son “los nuevos líderes morales de la sociedad”, “los que ahora se arrogan tal función dedicándose de continuo a intentar cegar y a desarmar intelectualmente a las sociedades abiertas, a aquellos ciudadanos cuya profesión no se mueve en el campo de las ideas.” Y los encontramos en muchos lugares, no sólo en la política (pero sobre todo), diciéndonos lo que es o no correcto, lo que deberíamos hacer o no, lo que tendríamos que evitar o no,… y la pierna por donde cojean es que pretenden aplicar a todos un juicio excepto a sí mismos.
Lo que es realmente vergonzoso (de real vergüenza ajena) para mí respecto de estas personas es encontrar su firma en un escrito o charla sobre la Iglesia Católica, politizándola mil y una veces, disfrazando sus frustraciones y problemas personales con dicha institución a través de mil y una justificaciones. Y ya no te digo nada si se trata de personas amigas o conocidas, me duele confesarlo, que no viene a cuento aquí mencionar sus nombres y apellidos. Si les dices algo, haciéndoles como de espejo, manifestándoles que quizá sus afirmaciones vienen de frustraciones pasadas y no superadas ni contrastadas, pasan a no hablar más contigo. Es curioso. Si hace falta torcer el sentido de la Palabra de Dios, de la realidad o de la Historia de la Iglesia lo hacen, por muchos estudios que posean, mostrándose víctimas y pontificando acerca de todo lo que habría que cambiar, para que ellos aceptaran la situación tal cual está en la actualidad o para -según sus ideas- que cupieran todos en perfecta comunión eclesial y no se excluyera a nadie como ahora dicen que se hace.
Pienso que si queremos cambiar algo habremos de ser, sí, efectivamente radicales en el sentido de ir a la raíz, pero no ser fanáticos de ningún signo. Para transformar la sociedad no podremos pretenderlo o conseguirlo a través de ideologías caducas y la historia nos debería haber convencido ya de ello, si somos medianamente inteligentes. Para influir más en los demás solamente lo podremos hacer de verdad si nos ponemos delante con nuestros fallos y limitaciones, con nuestras miserias y podredumbres humanas, sin avergonzarnos de ellas ni ocultándolas bajo una capa moralista, que en el caso de ponérnosla se nos irá cayendo con el viento de la realidad, de la verdad que no cesa de soplar, sin saber de dónde ni cómo. Aunque los que creen han hecho experiencia que no hay que temer a la verdad, ni tratarla como algo tabú, porque es realmente una persona: Jesucristo.
Cuando uno pretende apegarse y ser muy fiel a Jesucristo y su Palabra, y a la vez se aleja de la Iglesia, no aceptándola ni queriéndola como es, santa y pecadora a la vez, lo que está haciendo es seleccionar aquello que le interesa, viviendo una “fe a la carta”, “una Iglesia a la carta”, y por tanto no todo Jesucristo, sino “un Jesucristo a la carta”.
Porque lo nuestro es asistir a un banquete sin excusas, al que hemos sido invitados a degustar, comer y digerir todo lo que nos pongan en la mesa del Reino de los Cielos, nos guste de primeras o no, porque ahí está nuestra salvación total, aunque ahora no lo comprendamos del todo. Resistamos nuestra tentación de poner cara de asco ante tal o cual plato que nos parezca en determinado momento ridículo, minúsculo o insípido; de decir a los demás qué platos hemos de comer y cuáles no (pretendiendo saber más que el novio de la boda que ha pensado en todo); o de levantarnos y de dejar el banquete (porque nadie de nosotros se lo merece) y, pensar siempre que todos, todos, hemos sido invitados para participar en él como hermanos. Confiemos en que donde abundó el pecado sobreabundará la gracia, sin duda. No tengamos miedo, porque Cristo ha vencido al mundo.
Por eso, siguiendo el ejemplo, los que permanecen a la puerta del banquete avisando a propios y extraños sobre los defectos de la mesa, de la comida, de la casa donde está, y luego afirman al mismo tiempo que ellos también están sentados y conformes y en comunión con los demás, que esperan y aceptan confiados lo que les sirvan (e incluso algunos de ellos se ponen a servir en dicha mesa) me producen, lo siento, no ya risa, sino estupor debido a una gran falta de coherencia. Y en esto, lo siento, se impone la realidad, la objetividad, la verdad de los hechos, por mucha caridad con la que podamos o queramos ver a los demás. La posición que toma cada cual respecto de dicho banquete, de la Iglesia, no es irrelevante, porque indica su postura respecto de Jesucristo y de sus hermanos en la fe. Porque no es lo mismo estar fuera, estar a la puerta, sentado o sirviendo.
Mientras que estaba escribiendo ahora he recibido una llamada de un voluntario de una ONG ("Médicos sin fronteras") que me decía que unos diez mil niños están muriendo por desnutrición en Somalia y Etiopía. Que después del enfrentamiento bélico ha habido una falta de previsión alimentaria que ha ocasionado una grave crisis nutricional en al población. Ellos, me decía al otro lado del teléfono, han denunciado el comienzo de esta situación desde hace veinte años y casi nadie les hizo caso, y ahora cuando mandan ayuda, incluso sin intermediarios, las guerrillas no les dejan entrar a las poblaciones más necesitadas.
Deberíamos aprender un poco más de algunas ONGs, e incluso de algunos deportistas en equipo, siempre lo he pensado, para mejorar nuestras relaciones de servicio, colaboración, ayuda y solidaridad, afrontar juntos los problemas que puedan impedir a alguien que reciba y comparta el pan de la Palabra de Jesucristo, objetivo de la misión evangelizadora de la Iglesia, ad intra y ad extra, porque no sólo de pan vive el hombre, aunque hayamos de asegurar para todos el material para luego trascender al celestial, que nos satisface por entero y para siempre.