A lo largo del 24 de agosto, en Toledo, Peñas de San Pedro y Algemesí
Siervo de Dios Hno. Jorge Luis Lizasoáin Lizaso, marista
Como narrábamos ayer, tras la saca de la madrugada del 23 de agosto en la Puerta del Cambrón de Toledo, en que fueron asesinadas 80 personas, entre ellas la Comunidad Marista, fue a la mañana siguiente, cuando fusilaron al Hno. Jorge Luis.
Al sacar a los Hermanos maristas de la cárcel, él se encontraba en la cocina. Le avisaron que estaban llevándose a sus hermanos y le amenazaron que no se moviese de su puesto. Más tarde, un miliciano lo reconoció como Hermano marista y lo denunció, y fue encerrado en una celda de seguridad.
Al sacar a los Hermanos maristas de la cárcel, él se encontraba en la cocina. Le avisaron que estaban llevándose a sus hermanos y le amenazaron que no se moviese de su puesto. Más tarde, un miliciano lo reconoció como Hermano marista y lo denunció, y fue encerrado en una celda de seguridad.
El Hno. Jorge Luis no disimulaba su deseo de ser mártir: “...mi deseo más ardiente, después de mi conversión, es el de derramar mi sangre por Cristo”.
Don Carmelo Moscardó Guzmán asistió a la discusión entre “El Granadino” y el Hno. Jorge Luis sobre la existencia de Dios; el Hermano defendió tan bien la religión que el otro, lleno de rabia, le asentó en la cabeza un golpe violento con la culata del fusil.
"Un día, me sacaron de la cárcel, y me encerraron en una celda especial hasta muy avanzada la noche. Entonces llegó el “Granadino”. Cuando le pregunté sobre la muerte de mi hermano, él simplemente me respondió que al fusilarlo se había aplicado la justicia. “-Y contigo va a ser lo mismo”, añadió. Entonces me presentaron a un Hermano marista, que por ser ayudante en la cocina, no lo habían encontrado el día anterior. Le hicieron una cantidad de preguntas y respuestas sobre la existencia de Dios; era el “Granadino” el que llevaba la voz cantante; luego añadió: “-Esto termina así”, y agarrando el fusil por el cañón, asestó un golpe tremendo en la cabeza del Hermano. Después me mandaron salir de la celda. No supe si la muerte del Hermano fue a consecuencia del golpe de culata o si lo asesinaron más tarde".
"Un día, me sacaron de la cárcel, y me encerraron en una celda especial hasta muy avanzada la noche. Entonces llegó el “Granadino”. Cuando le pregunté sobre la muerte de mi hermano, él simplemente me respondió que al fusilarlo se había aplicado la justicia. “-Y contigo va a ser lo mismo”, añadió. Entonces me presentaron a un Hermano marista, que por ser ayudante en la cocina, no lo habían encontrado el día anterior. Le hicieron una cantidad de preguntas y respuestas sobre la existencia de Dios; era el “Granadino” el que llevaba la voz cantante; luego añadió: “-Esto termina así”, y agarrando el fusil por el cañón, asestó un golpe tremendo en la cabeza del Hermano. Después me mandaron salir de la celda. No supe si la muerte del Hermano fue a consecuencia del golpe de culata o si lo asesinaron más tarde".
En realidad, el Hermano no falleció en aquel momento, como queda dicho, al día siguiente, 24 de agosto, lo llevaron al Tránsito y lo fusilaron.
Beato Rigoberto de Anta y de Barrio
Nació en la población de Sax, provincia de Alicante y diócesis de Murcia, el día cuatro de enero del año 1894. El día 11 fue bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. Sus padres se llamaban Luis de Anta y Manuela de Barrio.
Carecemos de datos acerca de su niñez, pero sí sabemos que a la edad conveniente ingresó en el Seminario de Murcia, en calidad de interno los primeros años, y luego, en el llamado Colegio de San José de la misma ciudad, donde continuó con los estudios de la carrera eclesiástica.
Recibidas las Sagradas órdenes hasta el Presbiterado inclusive, empieza a figurar el año 1920 como párroco de Alcadozo y en 1926 como Cura Ecónomo en la parroquia de El Pozuelo, ambas en la provincia de Albacete. Dicen, los pocos informes que de él se tienen, que era un sacerdote modelo, de carácter alegre y jovial, lleno de simpatía y unción sacerdotal, muy generoso con los pobres.
Cuando empezaron a desarrollarse los acontecimientos que desembocaron en la guerra civil, D. Rigoberto se encontraba en el pueblo de Peñas de San Pedro, provincia de Albacete, como párroco del mismo. A pesar de las advertencias de algunos, no quiso abandonar la parroquia, aún previendo lo que podía suceder.
Fue detenido, a principios del mes de agosto de 1936 por la única razón de ser sacerdote, en el cuartel de la Guardia Civil de Peñas de San Pedro.
El 24 de agosto fue cruelmente asesinado juntamente con varios seglares y el coadjutor, D. Antonio Zamora López. D. Rigoberto fue el último en ser asesinado, dando previamente la absolución a los demás, cumpliendo su ministerio sacerdotal hasta los últimos momentos. Cuando le tocó el turno a él, dijo en voz alta: “-Perdónalos, Señor, como yo les perdono”, siendo éstas su últimas palabras.
El 9 de noviembre de 2008, Monseñor Ciriaco Benavente celebró la Santa Misa en el lugar del martirio.
El 9 de noviembre de 2008, Monseñor Ciriaco Benavente celebró la Santa Misa en el lugar del martirio.
Beato Ambrosio de Benaguacil
El capuchino José Vicente Esteve nos narra la vida Luis Valls Matamales, en religión Padre Ambrosio. Nació en Benaguacil (Valencia) el 3 de mayo de 1870. Sus padres fueron Valentín y Mariana, labradores de profunda vida cristiana. Fue bautizado al día siguiente de su nacimiento. Ya desde pequeño asistía al rezo del rosario en la iglesia parroquial. A los veinte años vistió el hábito capuchino en el convento de Santa María Magdalena de Masamagrell (Valencia), donde tuvo por maestro de novicios al Siervo de Dios P. Francisco de Orihuela, ante el que emitió la profesión simple el 28 de mayo de 1891. Sin duda el P. Francisco inculcó en él el amor a la Virgen María, a la que dedicó después el P. Ambrosio algunos de sus escritos. Emitió los votos solemnes el 30 de mayo de 1894 en Sanlúcar de Barrameda. Unos meses después, el 22 de septiembre, fue ordenado sacerdote, y celebró su primera misa en el convento de Sanlúcar. Los superiores le destinaron a los conventos de Massamagrell, Alcoy, Orihuela, Monforte del Cid, Ollería, Totana, Alzira y de nuevo Massamagrell.
En el convento se mostró siempre atento cumplidor de sus obligaciones, y nunca se le vio ocioso. Como sacerdote se dedicó sobre todo a la atención a quienes acudían a él para confesarse y a la dirección espiritual. Al no dedicarse de una manera preferente a la predicación, procuró contribuir a la evangelización a través de sus escritos, entre los que destacan la divulgación de temas franciscanos, marianos y catequéticos. Entre sus publicaciones se señalan las destinadas a la Tercera Orden Franciscana, así como la novena a Nuestra Señora de Montiel, patrona de Benaguacil, que alcanzó varias ediciones. Durante varios años redactó el calendario de las celebraciones litúrgicas. Muy apreciado por religiosos y seglares, era inteligente, sencillo, humilde, caritativo e ingenioso. Muy agradecido. Toda atención para con él le parecía excesiva y se contentaba con muy poco.
Previó claramente los acontecimientos que no tardaron el verificarse, y exhortaba a que todos estuviesen preparados para el martirio. En sus últimos años confesaba semanalmente en Vinalesa. Unos meses antes de la persecución predicó en dicho pueblo un sermón, por el Carnaval, que conmovió a todos. Habló con claridad de la inminencia de la persecución religiosa, y dijo: “No quedará nada. Hay que estar preparados”. Al disolverse la comunidad de Masamagrell se dirigió a Vinalesa, donde residió hasta la noche de su martirio. A sus bienhechores les decía: “Vendrán por mí y me matarán, pero yo quisiera tener un martirio bien glorioso”.
Previó claramente los acontecimientos que no tardaron el verificarse, y exhortaba a que todos estuviesen preparados para el martirio. En sus últimos años confesaba semanalmente en Vinalesa. Unos meses antes de la persecución predicó en dicho pueblo un sermón, por el Carnaval, que conmovió a todos. Habló con claridad de la inminencia de la persecución religiosa, y dijo: “No quedará nada. Hay que estar preparados”. Al disolverse la comunidad de Masamagrell se dirigió a Vinalesa, donde residió hasta la noche de su martirio. A sus bienhechores les decía: “Vendrán por mí y me matarán, pero yo quisiera tener un martirio bien glorioso”.
Llegó la hora del sacrificio. Era el 24 de agosto de 1936. A las 10 de la noche un grupo de milicianos cercó la casa donde se hallaba el P. Ambrosio. Preguntaron por el forastero que estaba en casa, y al oírlo el P. Ambrosio bajó y se presentó ante ellos. Le registraron y le quitaron todas las cosas que hallaron en su habitación. Entre empujones y palabrotas le ordenaron que fuera con ellos al Comité, donde estuvo una hora. Después le ordenaron subir a un coche, que salió en dirección a Algemesí (Valencia). Al día siguiente un conocido reconoció su cuerpo, junto con el de otros cuatro. Tenía un orificio en el pecho, a la altura del corazón.
El Beato Ambrosio gozó de fama de buen religioso en vida, y fue modelo de caridad y fe inquebrantable en el martirio.
Su causa estaba integrada con la otros once capuchinos, sacerdotes y hermanos profesos, pertenecientes a la Provincia de la Preciosísima Sangre de Cristo, de Valencia, y que fueron martirizados en diversos lugares de las tierras valencianas, sin hacerles ningún proceso judicial digno de tal nombre, simplemente porque eran religiosos. Todos ellos, de edades diferentes comprendidas entre los 23 y los 80 años, provenían de las distintas fraternidades de la Provincia religiosa, y estaban empeñados en trabajos y apostolados diversos: predicadores, confesores, profesores y formadores, otros empeñados en los trabajos de servicio a la fraternidad y a la gente que se acercaba al convento. El más joven de ellos es el diácono Enrique de Almazora, de 23 años, martirizado en Castellón, y el más anciano el hermano Fidel de Puzol, de 80 años, martirizado en Sagunto.
El 11 de marzo de 2001, el Beato Juan Pablo II lo beatificó junto a 232 mártires de la persecución religiosa española.
Comentarios