Las dos plumas
Todas las plumas de las aves mensajeras sabían, porque lo habían visto, escuchado y leído por sí mismas tantas veces que la verdad era camino para la libertad. Algunas ya se habían olvidado hay que reconocer, aunque la tentación de sentirse libres sin atender a más razones estaba siempre presente en todas ellas. Con la libertad podían volar, pero si la ponían por encima de todo, ¿hacia dónde, sin sentido, migrarían?
Cotidianamente e inspiradas por un mar de datos que provenían de los más insólitos y recónditos lugares, y otros mejor conocidos, todas las plumas no reparaban muchas veces en la cortés cita de la fuente que tomaban, a despecho de otras plumas compañeras que formaban como agencias de noticias.
También en muchas ocasiones no cotejaban o contrastaban suficientemente la información, pero como había poco tiempo y la actualidad parecía mandarlo, se ponían como locas a escribir o a recortar y pegar, sin importarles lo más mínimo la falta de veracidad y sus consecuencias.
Es cierto que había muchas clases de plumas, había las que no sabían escribir, las que lo hacían poco, las que no paraban, las había sosegadas, las había que al decir parecían pontificar como auténticas maestras cuando realmente hacían un corta y pega de otras mucho más eminentes y distinguidas que casi habían pasado al olvido. Las había muy tímidas y excesivamente precavidas, que sólo se mostraban cuando era preciso. Indiferentes y porgullosas, necias e inteligentes, precisas y liadas o liantes, torpes y resueltas,… pero todas ¡plumas al fin y al cabo!, desde la punta del vexilo hasta el ombligo inferior.
Observé, no obstante, que había dos tipos de plumas muy diferenciadas en su apego por el gran Escritor, una separaba lo que se decía de Él y lo que ella sentía dentro (llamémosla la pluma P), y la otra no veía ninguna distancia ni contradicción entre la teoría y la praxis, entre la inteligencia de la fe en el gran Escritor y la inteligencia de la experiencia cotidiana (la pluma J).
La pluma P se había cultivado mucho en el estudio de la mejor forma de escribir, le gustaba acariciar el papel con notas sensuales, narrar, relatar, hasta la obsesión, y a cada detalle le daba una y mil vueltas. Los aspectos de lo contado por ella parecían cobrar vida al poco de ponerlos en negro sobre blanco, y hasta la saciedad o extenuación eran mirados y remirados, como si el mismo papel les fuera sorbiendo toda la vida y belleza que pudieran tener. La pluma P llegó a creerse su propia ficción a fuerza de mirarse tanto al espejo de lo que ella misma había escrito. Estaba ensimismada en sí misma. Necesitaba compulsivamente de una realidad paralela y parecía haberlo conseguido del todo. Como pensaba que no había sido escuchada, atendida, ahora vaya si la escucharían, porque nadie podía negarse a su superioridad artística que ella y sus ancestros habían amasado por tanto tiempo. Escribir un libro nuevo, ganar un premio literario más, era como dar a luz a un nuevo hijo que haría permanecer su recuerdo. Ansía de permanecer recordada, pero también conciencia de ir gastando su tinta y su cañón o cálamo. Todo comenzaba y todo acababa cada vez que sumergía su ombligo inferior en el tintero. Ahí se refrescaba pero a la vez sufría la conexión necesaria.
La pluma J no se reconocía artista aunque tal vez lo fuera un poco. Se sentía guiada por un impulso, por una inspiración que sabía fuera de sí, y que la elevaba con un anhelo de belleza y verdad que, no obstante sus temores, sentía objetivas, reales, vibrantes, presentes cabe sí, como diría la santa de Ávila. Creía que en algún lugar, quizá recóndito y misterioso, inefable en cualquier caso, pero muy correspondiente con su profunda identidad, con su corazón, en su raquis, habitaba el reflejo o quizá la misma presencia del gran Escritor. La pluma J volaba sí, como la P, pero no se complacía tanto en sí misma más que en el deleite de saberse parte y protagonista viva de la Vida y Verdad del gran Escritor, de tal modo que en esa dependencia y pertenencia no recordaba haberse sentido más libre.
Ambas plumas, P y J, puedo decirlo ya, las de Pedro y Juan, habían sido hechas materialmente con lo mismo, pero qué diferentes usos estaban recibiendo y qué manera tan diferente de relatar, de entender y de aceptar la realidad y sus mediaciones.
Un día le llegó el turno a la pluma J de presentarse ante el gran Escritor y se expresó de esta manera: “Lo que escribí lo hice por ti, pensando en ti. Puedo decirte que no he pretendido nunca apropiarme de la tinta que tú me ponías al alcance, de la belleza con la que me hiciste, de la bella inspiración con la que me alimentabas. Todo te lo debo a ti, en ti me fijé, me aferré, no separé lo que otros, testigos, me dijeron de lo que yo intuía, y así en la tierra me sometí al lugar y mediaciones donde te había vislumbrado. Me alimenté y me fié de tu palabra y ella me guió hasta aquí. Aquí me tienes ya más tuya que nunca, para pedirte perdón por lo que escribí sin atender que si podía hacerlo era porque tú siempre estabas en mí y conmigo al lado.”
Le respondió entonces el gran Escritor a la pluma J: “Querida, has dicho y hecho bien, yo te envié al mundo para que comunicaras la verdad, como una pluma más, como a todas les doy ese mandato, y te sometieras a ella, y así pudiste paladear un poco lo que quiero darte ahora del todo, para gozar por siempre: la libertad que tanto anhelabas y con la que a veces torpemente jugabas debido a tu falta de conocimiento y habilidad. Déjame tomarte, pluma mía, por tu ombligo, para ponerte el punto y seguido, porque no ha acabado tu tarea. Desde ahora has de inspirar y motivar la búsqueda de otras plumas que a tientas me buscan y que quiero que vengan por aquí también.”
Respecto de la pluma P no se mucho más, sólo que seguía sintiéndose muy feliz y dichosa de haber podido plasmar toda su esencia, derramándose y recreándose libidinosamente una y mil veces en detalles anodinos, absurdos e inverosímiles elevados a la categoría de entes superiores y magníficos. La invención, el engaño, la falsedad y la libérrima separación entre norma y vida, entre materia y forma, era experimentada como en una continua lucha, para alcanzar la gloria de su capacidad creativa, no como pleno desarrollo de un don, sino como un adentramiento cada vez más profundo y aislado de aquello que pudiera someterla, decirla que había que poner un poco de freno ante tamaña desproporción entre su ser y su expresión, su grande e insuperable dicotomía.
Y desde ese remoto lugar, donde el gran Escritor se halla, parece que se oye a veces, al modo como se alza la niebla vespertina por encima de un Tíber imaginario, como un eco fantasmal, penitente, pero no triste sino a modo de recuerdo, un mensaje de la pluma J a la pluma P: &ldquo