Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Relaciones cordiales, afines, y relaciones difíciles, tensas

por Luis Javier Moxó Soto

Muchas veces nos pasa esto, más de lo que creemos. Nos encontramos con personas que, apenas entramos en comunicación con ellas, nos entendemos perfectamente y apenas tenemos necesidad de estar aclarando lo que pensamos, decimos o sentimos, ni tampoco de defendernos o de tener un extra de cuidado en la comunicación. 

Sin embargo, en otras ocasiones, las menos quizá, también nos ocurre que, ya sean de la familia o extraños, nos resulta especialmente tensa la comunicación, porque ellos y nosotros tenemos un cliché o prejuicio sobre el otro que, al comunicarnos, sin expresarse verbal y sinceramente, a través de los gestos y actitudes de escucha, o de una real no escucha y no acogida del otro como realmente es, se produce un bloqueo en la comunicación o incluso un enfado, si no es a veces también algo peor, causado –como digo- por una cerrazón mental.

Y es que no siempre la edad, la formación y la experiencia, mayores, son garantía total o título que nos acredite una excelencia en el trato o buena educación a todos los niveles, y con todas las personas. 

Cada uno ha nacido, ha crecido y se ha desarrollado en un determinado entorno familiar, y luego a través de las distintas relaciones de su vida, con las personas y, de entre ellas, con las amistades, que por su trabajo, estudios, aficiones,… ha podido tener, ha ido cambiando o evolucionando de forma de pensar, de sentir y de reaccionar frente a todo, frente a su entorno.

En mi experiencia me he encontrado a personas que anteriormente no las conocía de nada, que incluso de familia, carácter, educación y experiencia de vida no tenían ni tienen que ver nada con los míos, pero sin embargo por creer en lo mismo, por compartir el seguimiento de Jesucristo, por habérmelos encontrado en el camino hacia Él, todo ha cambiado y la relación con ellas ha sido como una balsa en un mar tranquilo, llevándome con ellos incluso mejor que con mis familiares y amigos más cercanos de otro tiempo o circunstancias, eso sí sin parar de preguntarnos, sorprendidos, alegres y a la vez dando gracias a Dios, cómo ha sido posible que el Señor quiera juntos a hijos suyos tan diferentes.

Cuando uno repasa estos dos tipos de relaciones básicas que tenemos: las afines y las, llamémosles, difíciles, se da cuenta que al pasar más tiempo con las primeras va dejando un poco más o abandonando a las segundas. Si éstas segundas forman parte de tu familia (o personas que en otro tiempo eran más cercanas), y te das cuenta que la relación con ellos está viciada en el sentido de que ni te comprenden a tí del todo ni tú a ellos, ni existe una relación con ellos que no esté marcada de alguna manera por el orgullo, la humillación, el aprovechamiento, el malentendido constante,… no puedes hacer mucho más que una relación, todo lo más cordial posible eso sí, si te les cruzas o vuelves a ver de nuevo. Son puentes débiles, que se caen o queman enseguida quizá, pero algo aguantan mientras que duran. Y al poco, a volver a levantarlos. Una y otra vez en cada encuentro, auqnue al final resulte ser un desencuentro.

Pero estar y relacionarnos solamente con las personas afines no creo que sea del todo bueno, aunque siempre tendemos a pasarlo bien y huir de cualquier tipo de conflictos con nadie. Creo que es necesaria la comunicación abierta respecto de los que te valoran como aquellos que no lo hacen, con los que siempre tienen una palabra agradable y con los que apenas te hablas o te critican o buscan lo negativo siempre que pueden; con aquellos con los que te sientes bien en su presencia como aquellos que te desagradan; con aquellos que da gusto estar y te sientes como en tu casa y con toda confianza, como con aquellos con los que tienes que medir lo que haces, lo que dices y lo que tocas, no vayas a molestarles.

La comunicación interpersonal es difícil, tanto con los familiares y amigos, como con el resto de las personas. Pienso que no hemos de pedir más apertura mental y de corazón a los demás de lo que ellos no estén dispuestos a dar, entender y acoger. Sí, es cierto, que podremos pedírselo si hay un mínimo de confianza. Pero mi experiencia es que se pueden liar mucho las cosas si estamos continuamente justificándonos respecto de una posible ofensa recibida. Lo que podemos entender nosotros mismos como una falta de educación por parte de los otros, tal vez a ellos les salga así sin una intencionaidad manifiesta. Sus esquemas de trato correcto no son como los nuestros. Ellos tienen sensibilidad para determinadas cosas y no para otras, como nosotros. De ahí se ve que no seamos muy afines, pero también se puede ver la tarea que tenemos delante: enriquecer nuestra personalidad, y la suya, con los distintos, distantes, problemáticos a veces y no afines.

Las interpretaciones sobre un mismo hecho motivo de un conflicto pueden ser muy diversas: Yo hice eso (o dije eso) pensando en tu bien, puede decir alguien; mientras que su interlocutor puede también opinar desde su punto de vista: Pues al hacer (decirme) eso de esa manera me sentí así de mal con relación a ti. Sería un paso podernos sincerar así, pero normalmente no se da esa información posterior o feedback respecto de un “encontronazo” o “desencuentro” con alguien. Quizá el silencio, una mala cara, un portazo,… son la respuesta habitual. Así estamos mostrando nuestra falta de correspondencia y de afinidad, pero de forma inadecuada, sin propósito de resolución.

La “pescadilla que se muerde la cola” ya se ve claramente: Cuanto más tiempo dejamos pasar después de una situación conflictiva sin resolver, más crece nuestro prejuicio hacia alguien, y cuanto más rumiamos un prejuicio hacia alguien en medio de una comunicación con esa persona, más probabilidad hay de volver a tener otro desencuentro.

¿Qué sería entonces lo mejor para evitar los malentendidos con las personas con las que no nos relacionamos bien, con las que lo hacemos de forma conflictiva, tanto por su parte como por la nuestra? Pienso que lo mejor es encontrar los elementos comunes de acuerdo básico, es decir, tratar de lo que nos une o nos puede unir, no de aquellas cuestiones, situaciones y conversaciones que nos separan o enfrentan. Si no es posible más que vernos “de Pascuas a Ramos” y en esos breves espacios de tiempo, aunque en el fondo desearíamos que fuera de otra manera, nos llevamos bien, estamos a gusto, eso es lo que tenemos. Más vale poco y afín, que mucho trato con dificultad y tensión innecesaria.

Otro aspecto a tener en cuenta de una relación difícil es que no hay que buscar culpables de un lado solamente. Revisemos nuestro comportamiento y nuestra forma de relación. Preguntémonos siempre: ¿estoy seguro de que a través de mis palabras, o de mis gestos, mi interlocutor no ha percibido cierta superioridad y orgullo míos respecto de él, mi crítica más que mi valoración, mi necesidad de ser escuchado más que mi acogida de corazón y mi aceptación o amor incondicional,…?

Una relación difícil no se convierte de la noche a la mañana en una cordial y afín. No creo que las tensiones se resuelvan por las justificaciones personales de cada uno, tampoco por la necesidad que tenemos todos de ser justamente tratados y reparados frente a una ofensa, trato humillante o malentendido. Pienso que para ir avanzando en un trato más caritativo es necesario cierto grado de humildad, de reconocimiento que nuestro carácter a veces tiene sus "prontos", que a veces tenemos mal genio, que estamos mal por esto o por lo otro, que nos preocupa o nos da miedo esto o lo otro, que pensamos esto o aquello de la persona que tenemos delante, y por eso decimos algo inconveniente, vale que sin darnos cuenta de sus repercusiones, pero lo decimos y ahí queda. Luego no nos extrañe, sin pensar tanto en la posible acogida de nuestro interlocutor, de cómo lo recibe, que se puedan sentir más o menos mal.

Por tanto, de nosotros depende convertir nuestras relaciones difíciles y tensas en algo normal, es decir, hay personas (de la familia, anteriores amistades, conocidos con los que nos vemos a veces, compañeros de trabajo, ex- de todos los tipos…) con las que no tenemos la  obligación de llevarnos muy bien, es más que “no nos sale” eso de relacionarnos estupendamente, pero con los que podemos hacer el esfuerzo de no molestar o hacerlo lo mínimo posible y también de no sentirnos tan molestados por ellos. No se trata de cambiar de forma de ser con algunas personas, tampoco de tener exceso de cuidado en la comunicación, tan sólo ver cuánto tiempo es el justo y cuál el excesivo, qué es lo común y qué lo diverso, qué lo relajante y qué lo tenso,… en relación con ellos.

Para este verano especialmente, pero también es aplicable al resto del año, mi consejo (que me aplico en primer lugar) es que seamos nosotros mismos, pero escuchemos al otro, en sus gestos y palabras, en sus demandas de mayor consideración, especialmente si son familiares y la relación con ellos puede a veces resultar tensa.

¿Somos ya mayores para que nos den lecciones los demás? Pienso que cualquiera, niño, adulto o mayor, recién o viejo conocido, familiar o no, amigo o enemigo, nos puede provocar hacia una mayor sensibilidad y respeto hacia a su persona, aunque sea con el silencio incluso. Lo mismo que te he escrito, amable lector, me lo aplico a mí el primero. La reflexión puede ser compartida y es, de hecho, incompleta, porque falta el contraste contigo, con lo que tú piensas, que para mí es muy importante. En este caso, de tí depende que lo sea, porque quizás algo de la verdad que vives en tus relaciones habrás reconocido a través de mis palabras. Si te he podido ayudar, habrá valido la pena haberlo escrito. Pero si no te ha ayudado a tí en concreto, al menos para mí sí, porque siempre escribo porque quiero, porque lo necesito.

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