Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Interviú al Cardenal de Toledo

por Jorge López Teulón

Ha vuelto a suceder. Y, cada vez que pasa, contemplo con asombro lo que pudo escribir un periodista hace casi 75 años, y que, escondido en las carpetas de montones de papeles, los familiares de nuestros mártires conservan como preciado tesoro. Me los presentan para que ante mi vista escrute cada dato que sirva para confeccionar la biografía del Siervo de Dios.

 
Esta vez, se trata de una página del Heraldo de Aragón del martes 13 de octubre de 1936: ¡no han pasado ni tres meses de la desgracia nacional que se vivirá por tres años!
 
En la página 4, en un rincón, puede leerse: “Hoy llegará el Cardenal Primado, doctor Gomá”… Al día siguiente de la fiesta de la Virgen del Pilar “es esperado el doctor Gomá, quien desea hacer una visita a nuestra excelsa patrona, la Virgen del Pilar. El ilustre purpurado, que ha permanecido unos días en Toledo tras su liberación, tendrá que residir por ahora en Pamplona…”
 

Pero lo que deseo rescatar se encuentra en la página 3: se trata de la entrevista realizada, el 12 de octubre de 1936, al Cardenal de Toledo, el doctor Gomá. Podía haberme saltado todos los preámbulos y ofreceros la CONVERSACIÓN entre periodista y cardenal… pero, como esto no se encuentra en internet, os lo copio entero.
 
 
TOLEDO, ESTRUJADA POR LA AMARGURA Y SEGADA POR EL DOLOR
El Eminentísimo Cardenal Primado de España, doctor don Isidro Gomá y Tomás, Arzobispo de Toledo, ha tenido la gentileza de conceder a HERALDO DE ARAGÓN la primera impresión formulada a la Prensa de España, después de su reciente visita a la ciudad imperial, celebrando interesante interviú con nuestro enviado especial a Tarazona don Joaquín San Nicolás Francia. A continuación publicamos tan importante información, valiosísimas primicias otorgadas al HERALDO por el venerable Primado de la Iglesia Española, acompañada de frases de elogio y aliento que fervorosamente agradecemos al insigne purpurado.
 
 
LA ILUSIÓN POR ENTREVISTAR AL CARDENAL PRIMADO
 
Como una obsesión me persiguió durante el viaje a Tarazona la idea de escuchar al Eminentísimo Cardenal Primado de España, doctor Gomá, la impresión que le produjo su primera visita a la Sede Primada, después del feroz dominio de las turbas rojas. Era difícil encontrar ocasión, y me abrumaba la alta jerarquía de aquel a quien quería acercarme.
 
Fue el sabio canónigo de la Catedral turiasonense, don José María Sanz, quien, al conocer mi propósito, lo apadrinó paternalmente. Él me allanó el camino hasta el Obispo Auxiliar de Su Eminencia, quien, a su vez, se ofreció a guiar mis pasos en el difícil empeño.
 
No había gran dificultad, como no fuera la de elegir momento propicio. El corazón bondadoso de su Eminencia no habría de dudar en concederme la gracia que tenía el propósito de pedirle. Pero las ceremonias del día, la adaptación del tiempo disponible al programa preparado, constituían una dificultad. Por fortuna, el doctor Modrego aceptó con gustó mi deseo y no tardó en depararme la difícil ocasión.
 
Terminada la consagración del Obispo Auxiliar, y cuando pasaba a ofrecer mis respetos a Su Eminencia, fue el propio doctor Gomá quien me dijo, casi al oído, unas rápidas palabras: -Suba a verme a la tarde. Después de la recepción… Aquellas palabras trocaron mí ilusionando afán de periodista en alegría completa. El paternal afecto con que me fueron dichas me llenó de confianza.
 
 
EL MOMENTO PROPICIO
 
En el Colegio de las Hermanas de la Caridad estaban reunidos con el Cardenal los señores Obispos de Pamplona y Tarazona, y el nuevo Obispo Auxiliar de la Sede Primada, consagrada en la solemne fiesta relatada en otro lugar de este periódico.
 
Terminada la refección y abiertas las puertas de la sala me vio el Cardenal, recordó su invitación y me llamó con la afabilidad en él característica. -Dentro de unos momentos, estaré con usted, me dice. Y momentos después, en el fondo del salón, me invita a acercarme.
 
La personalidad del Eminentísimo Cardenal Gomá, figura excelsa de Cardenal de la Iglesia Católica, lleva siempre consigo un hálito de justa celebridad. Hombre de profunda cultura, ha escrito obras científicas de fama universal, que con fruto de una constante labor de investigación, cimentada en el conocimiento profundo de las Sagradas Escrituras. Sus trabajos de exégesis bíblica, su labor infatigable en numerosas publicaciones de índole social y apostólica, sus célebres discursos en Asambleas y Congresos; aquella pieza magistral que fue su discurso de Buenos Aires con motivo de la Fiesta de la Raza el 12 de octubre de 1934, y que constituyó una lección de Historia de España y un juicio exacto sobre los problemas de la Hispanidad y Americanismo, del que se hizo eco la gran Prensa internacional; en fin, el nombre y la obra del Cardenal Primado hacen del doctor Gomá una figura de imponente relieve.
 
Y, claro está, me acerco a él con respeto y timidez. Por fortuna, su carácter franco y abierto, su semblante fuerte y dulce a la vez, su mirada paternal y acogedora, su porte señorial, austero y sobrio, el contorno de su figura  de línea grave, son puertas abiertas a la confianza.
 
Y su palabra es incomparable estímulo para quien deseara compenetrarse con su pensamiento, bucear en sus emociones, encontrar el hilo sutil de su sabiduría. La expresión perfecta de su léxico, cincelado por la cultura latina, tan recia y viril como profunda; sus frases perfectamente construidas; sus párrafos enérgicos como esculpidos en granito; sus apóstrofes viriles en los que resuena el eco de los Santos Profetas y de los Santos Padres de la Iglesia, establecen rápidamente el contacto cordial de los espíritus y mantienen la conversación en una altura que es emoción, cordialidad y no vértigo ni petulancia enfadosa. El timbre de su voz, de gravedad suave, la lentitud de la dicción, la claridad sonora del acento llena el corazón de dulce pesadumbre ante el relato de la tragedia toledana. La descripción de sentimientos y emociones es como un tapiz de terciopelo, que contiene, en atrevidas síntesis, toda la amargura de un corazón que encuentra a sus hijos envueltos en una tragedia de sangre y ruina. El corazón del oyente se abandona a la música aterciopelada de las palabras y a los ojos acuden las lágrimas.
 
 
LA CONVERSACIÓN
 
-¿Qué impresión ha causado en el ánimo de su Eminencia la vista de la Toledo Imperial, después de la reconquista?
 
-Bajo el aspecto externo -dice el Cardenal con voz sosegada y firme- al entrar en Toledo sólo la frase de Jeremías podría dar la justa y precisa definición: el “ipsa opressa est amaritudine”. Esto es, Toledo “ha sido estrujada por la amargura”.
 
            Sí -agrega su Eminencia con reiteración enérgica-. La ciudad de piedra ha sido segada por el dolor, triturada por el ciclón devastador de la metralla cañonera; las piedras de Toledo, con las brechas abiertas en los muros, dan la impresión de que están vacías las cuencas en el semblante, antaño vetusto, dorado por los años, de la invicta ciudad… “Et ipsa opressa est amaritudine”.
 
-¿Y la Catedral Primada de España, Eminencia?
 
-La Catedral de Toledo, tesoro de los tesoros del mundo, ha sido mártir del expolio sacrílego más espantoso y desolador. ¡El robo de la Biblia de San Luis, el Códice miniado único en el mundo, el más famoso por su manufactura! ¡Tanta y tantas joyas! ¡La capa de perlas del Cardenal Mendoza! ¡El manto de la Virgen del Sagrario, cargado de ochenta mil perlas! ¡La bandeja del rapto de las Sabinas! ¡La Custodia de Arfe, viril alhaja sobre un trono precioso de repujada plata de afiligranado gótico! Hecha pedazos, sus trozos aparecen en confusión enorme sobre el suelo… ¡Tantas y tantas joyas!
 
Un velo de emoción vuelve mate el tono de las palabras de su Eminencia, que aún murmura:
 
-Las palabras del santo Arzobispo de Sevilla parecen escritas para este trance: “Cargaste muy dura mano sobre mí, quebrantando mi carne con cruel venganza de azotes, con llagas, con hierro, con inmundicia, con peste, con cárcel de tinieblas”.
 
-¿Y su Palacio, señor Cardenal?
 
La voz vuelve a llenarse de matices, los matices del dolor y del apóstrofe santamente iracundo:
 
            -En mi morada aparece la marca de la pezuña del jabalí. ¡Así es, la marca de la pezuña del jabalí que se clava y después se retuerce revulsiva y cruel!...
 
 
-¿Y el sapientísimo Clero de Toledo?
 
            -¿Qué diré del “peso de la inoportuna calamidad que me oprime y me despedaza sin piedad”, según las palabras de San Isidoro? Tengo noticia segura de ser ya de la Archidiócesis ciento cinco sacerdotes sacrificados. Sobre setenta, dentro de la ciudad; diecisiete Hermanos Maristas; trece Jesuitas y carmelitas. Han muerto todos los servidores del Prelado; todos los de la Curia arzobispal…
 
El dolor humano fluye de las palabras de su Eminencia, en cuyo acento vibra un clamor de tremenda injusticia de tanta barbarie. Y la voz más queda se hace solemne en el atardecer, dentro de aquella estancia en penumbra, cuando comienza la dolorosa evocación de los mártires:
 
-¡Pobre provisor, don Agustín Rodríguez, canónigo lectoral, artista en carne y alma, artífice enamorado de la piedra y de la talla, que diseñó con tanto fervor la reforma de nuestro salón de Concilios con un proyecto digno de su gran talento y de su exquisita emoción!
 
¡El deán de Toledo, maestro de periodistas, infatigable escritor, investigador y publicista que murió abrazado con el hijo del general Moscardó, cuando ambos fueron simultáneamente fusilados!
 
¡Hombres como el Chantre de la Catedral Primada, don Joaquín de Lamadrid, vasco de corazón insigne, dedicado a recoger criaturas para fomentar vocaciones eclesiásticas y de cuyo desvelo salió el Obispo de Ciudad Real, otro mártir de esa revolución!
 
¡Don Rafael Martínez Vega, alma de la Catedral hoy huérfana de su amor, Arcediano con temple de artista que hacía revivir con su milagroso talento las piedras catedralicias!
 
 
-¿Y el Alcázar, Eminencia? ¿Qué impresión la vuestra ante el escombro glorioso del Alcázar de Toledo?
 
           
-El Alcázar es un esqueleto sobre la roca que domina la plaza de Zocodover con sus edificios traspasados de parte a parte… El Alcázar -y aquí el temblor de la emoción se hace más perceptible- es el índice del heroísmo, cargado de emoción religiosa, y es el guión que, tajante y tajado, aparece como la sustancia viva de una epopeya colosal.
 
            Aprovecho la pausa que abre en la conversación el dolor de su Eminencia, con la evocación de tan pesado recuerdo, para poner unas pobres palabras mías, humilde comentario a su emoción. Y su Eminencia, recobrando el volumen de la voz y la energía en el concepto, subraya:
 
            -¡Sí, hijo mío! La ciudad de Toledo, ¡Toledo!, compendio y síntesis de la riqueza histórica, patrimonial, artística, cifra del Arte cristiano de España, aparece segada por el dolor, triturada por la metralla, cubierta con despojos de crimen y saqueo…, “estrujada por la amargura”. Cuando llegué allí, a aquel campo de desolación, las gentes lloraban al verme, lloraban sin lágrimas porque sus ojos no podían más. Besaban los hábitos de los sacerdotes que me acompañaban, se arrodillaban alrededor de mí, querían que les bendijera, me clavaban sus miradas con una amargura infinita e indefinible, absortas, temblorosas… “¿Pero es el cardenal?”, se preguntaban. “¿Es el Cardenal?” ¡Qué pena y qué tortura en el espíritu y qué opresión en el corazón!
 
Es precioso que la interviú termine. Está cayendo la tarde y la vieja ciudad, anegada por la penumbra de un crepúsculo prematuro, ablandado el ambiente por la lluvia, parece llenarse con el dolor de estas evocaciones supremas. Nos sentimos acompañados por las sombras de los mártires que no hace más que unos pocos meses eran lumbrera de Fe, de Caridad y de Sabiduría en la Sede Primada de la Iglesia Hispánica, castigada con “dura mano”, con “azote, con llagas, con hierro, con inmundicia, con peste, con tiniebla”. Fundidos en el mismo dolor el Príncipe de la Iglesia y su humildísimo oyente y siervo, tiembla en nuestros labios una oración. Poco después, en la calle, oímos la salmodia del Queiles batido por el triste llorar de las nubes y un frío entumecedor nos llega a los huesos.
 
Nos abandonamos a la sensación inolvidable de esta breve conversación con la figura señera del Episcopado español. Para el viaje de regreso a Zaragoza llevamos la compañía inapreciable de su bondad, de su afabilidad, de su cariño expresado con benévolas palabras, hacia este periodista, y también, y muy especialmente, hacia este HERALDO DE ARAGÓN convertido en tribuna de patriotismo y de fe, en exponente vibrante de españolismo.
 
JOAQUÍN SAN NICOLÁS FRANCÉS
 
 
 
Posdata del blog: Mi recuerdo al transcribir esta pequeña historia se dirige al recordado don Pedro Sobrino Vázquez, canónigo que fue de la Catedral de Toledo. Biógrafo del Cardenal Gomá, fue nuestro profesor de Cristología.

Las fotografías son del Archivo Rodríguez y corresponden a la Procesión de la Virgen del Sagrario en una destruida Plaza de Zocodover (Toledo) tras el final del Asedio al Alcázar (http://toledoolvidado.blogspot.com/2009/05/toledo-tras-el-asedio-del-alcazar.html)

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