Solidaridad cristiana y política
Como en todo, Jesús señala el camino: “No he venido para ser servido, sino a servir (Mt 20, 28). Y una manifestación de este servicio se manifiesta desde el primer momento de la Iglesia en la solidaridad hacia los mas necesitados, los pobres, los huérfanos, las viudas, y también hacia los inmigrantes, los enfermos, los débiles y necesitados, en definitiva.
Desde entonces y sin excepciones, la Iglesia y con ella los cristianos hemos llevado la ayuda a los demás a todos los ámbitos y sin cesar, y además para todos, sin atender a sus creencias. Allí donde se alza una cruz se encuentra ayuda. De esta manera la Iglesia hoy, sin ser este su fin, es de lejos la primera ONG del mundo, y en ámbito especifico español, la Iglesia cierra eficazmente todas las grietas de nuestro Estado del Bienestar, porque llega hasta allí donde el Estado no lo hace, y hace lo que el Estado nunca será capaz de realizar: acompañar, acoger afectivamente al necesitado.
Pero entonces surgen dos cuestiones clave. La primera es la de ¿por qué siendo así, la Iglesia goza de tan poco reconocimiento? Y no solo ahora por los escándalos de la pederastia, eso solo lo ha empeorado. Año tras año, en los barómetros del CIS, cuando se pregunta por la valoración de las instituciones, la Iglesia viene ocupando los últimos lugares y en descenso. Nada de lo que hace, y no solo en materia de solidaridad, sino de enseñanza, sanidad, cultura, tiempo libre educativo, sirve para cambiar la percepción.
La otra cuestión es por qué los católicos solo estamos centrados en sacar agua de la embarcación para evitar que la gente de ahogue, esto es, la solidaridad, y nos despreocupamos de una manera tan absoluta de los agujeros y de cómo taparlos, y esto es el bien común, es decir, la política: no los partidos, la política. Porque la dimensión de la solidaridad cristiana es tan grande, que aplicada sin actuar -como establece la propia doctrina social de la Iglesia- sobre las causas que ocasionan tantos problemas, se puede acabar convirtiendo en cómplice de la injusticia establecida sin pretenderlo, a base de paliar sus consecuencias, sin hacer nada para resolver los motivos.
Pero no se trata solo de la dimensión tan importante de la solidaridad, sino que la reflexión afecta a todas las dimensiones colectivas. La oración que nos enseñó Jesucristo dice “venga a nosotros vuestro Reino y hágase vuestra voluntad así en la tierra como en el Cielo”. Estamos pidiendo que el Reino de Dios empiece a realizarse en él ahora, en la mundanidad. Y realizarlo significa colaborar a que las vidas personales y sus relaciones colectivas se ordenen a realizar la voluntad de Dios, que es el bien. Esto exige muchas cosas, empezando por la principal, la forma como orientamos nuestras propias vidas a este fin. Pero una de estas cosas es la acción política, la realización del bien común que, como que es colectiva, exige un determinado grado de agrupamiento, de trabajo en común de los cristianos, tanto más cuanto más adverso es el medio político hacia nuestra concepción, porque al ser desfavorable fagocita todos los actos individuales.
Y esta es la cuestión: ¿por qué los cristianos no actuamos agrupados en la vida pública? Porque sin atender a la dimensión colectiva de los hechos, cuando el estado es tan poderoso e incide tanto en la vida, actitudes y pensamientos de las personas, pensar que se cumple con el mandato del Reino es un autoengaño. Y eso no va de un partido, aunque puede ser un corolario. Esto va de participación, de democracia de participación, que no es la vía de la democracia representativa, la de los partidos.
Por eso me parece acertado el lema de la asamblea abierta de e-Cristians: Cristianos, ¡a la política! La cuestión es el cómo. En eso estamos.
Publicado en Forum Libertas.
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