Ven pronto, Señor
Lo decimos en cada Misa, lo repetimos cantando muchas veces. Es el grito de la comunidad cristiana que vive a la espera de su Señor: Marana tha (Ven, Señor). Estas palabras en arameo las viene repitiendo la comunidad cristiana hace veinte siglos. El cristiano vive a la espera de la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
El tiempo de adviento acentúa esta actitud en nuestros corazones, la actitud de la espera y la esperanza activa. No vivimos en un mundo cerrado en sí mismo. Vivimos en la esperanza cierta de que el Señor vendrá al final y nos llevará con él. Algunos piensan que esta esperanza nos distrae del trabajo comprometido por cambiar este mundo, pero no es así. La esperanza cristiana nos estimula activamente a la transformación de este mundo, en la espera de un nuevo cielo y una nueva tierra.
En el camino del adviento, hoy se nos presenta la figura de Juan el Bautista. Fue por delante del Señor preparando sus caminos. Ya desde el nacimiento se llenó de alegría en la presencia de Jesús, uno y otro desde el seno de sus madres respectivas: Isabel y María. Y en la vida pública, Jesús comienza sus primeros pasos de la mano del Bautista junto al Jordán. Juan lo presentó en público con aquellas preciosas palabras: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", indicando de esta manera la misión del que viene a cargar con nuestros pecados y a redimirnos por su sacrificio redentor. O cuando llegan a confundirlo con el Mesías, Juan repite: "Yo no soy el Mesías, soy el amigo del esposo que se alegra de que el esposo esté presente". Jesús dice de él: "No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista".
La figura de Juan Bautista ocupa un lugar fundamental en los comienzos de la vida pública de Jesús, y por eso es un personaje central en el tiempo de adviento. No sólo nos señala con el dedo quién es Jesús y nos lo presenta, sino que nos indica con su vida cuáles son las actitudes para salir al encuentro del Señor que viene.
En primer lugar, la humildad y la pobreza. Cuando Jesús vino en carne mortal, no vino aparatosamente, sino en humillación. Nació en Belén pobremente y vivió la mayor parte de su vida en la vida de familia de Nazaret, entró en Jerusalén montado en una borriquita, fue crucificado como un malhechor y al tercer día resucitó. Juan Bautista el precursor cumplió su misión en humildad y termino su misión de testigo de la verdad, cortándole la cabeza Herodes.
La otra actitud de Juan el Bautista es la penitencia. Se preparó para la llegada del Señor viviendo austeramente en el desierto. No fue una caña sacudida por el viento, ni un hombre vestido de lujo que habita en los palacios. Es un profeta que cumple su misión invitando a sus seguidores a un bautismo de penitencia, en el que Jesús mismo quiso sumergirse antes de comenzar su predicación.
Nuestro encuentro con el Señor no va a producirse aparatosamente, ni en el lujo, ni en la vida disoluta. Nuestro encuentro con el Señor se producirá si sintonizamos en la onda en la que él emite su mensaje, en la onda en la que Juan Bautista le fue preparando el camino. Jesús anuncia la alegría de la salvación para los pobres de espíritu, a los que el Espíritu Santo le ha enviado.
Tiempo de adviento, tiempo de espera y de esperanza. Pero, cuidado. Demasiadas cosas pueden distraernos del Señor que viene. Salgamos a su encuentro con las pautas que Juan Bautista nos señala.
Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.
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