El terrible drama del paro
La ignorancia o los votos no pueden eximir a los gobernantes de responder de las catástrofes especialmente sociales causadas a los gobernados. No basta con echarles del poder en las próximas elecciones
Quienes se hayan librado, a lo largo de su vida activa, de una situación prolongada de paro, no pueden imaginar la tremenda angustia que genera la falta de trabajo y las consecuencias muy negativas que ocasiona en la vida familiar, anímica, laboral y hasta moral del parado, que puede incluso perder su propia estima. Un empleo, un puesto de trabajo, es el mayor capital que tienen aquellos que carecen de patrimonio. Deduzcan lo que significar verse privado del único bien que le permite al trabajador, al asalariado, vivir con decoro y mantener dignamente a la familia.
Por eso yo, que pasé por ese doloroso trance y con numerosos hijos a mi cargo, comprendo y comparto el terrible drama de tantos millones de españoles que se ven abocados a la ociosidad forzosa. Pero en mi caso no era porque no hubiese trabajo en mi profesión, sino porque me cerraban las puertas los medios informativos, empezando por los llamados «católicos», porque veían en mí a un elemento peligroso que podía crearles problemas políticos. Luego, cuando España emprendió la «senda constitucional», como dijo el angelito de Fernando VII, resultó que los sumisos de antes habían sido demócratas de toda la vida. Mejor fue que evolucionaran así, pues nunca es tarde si la dicha es buena.
Pero en mi época, cabía la esperanza de que la situación política cambiara, como efectivamente fue cambiando bastante antes de la famosa transición, que ahora quiere cargarse Zapatero el ruin y sus «colegís» de mandil y rojos caviar. En cambio, ¿qué esperanza les cabe a los parados de ahora? ¿A que escampe en la vecindad europea y tiren otros del carro al que estamos atados como los perrillos de los hortelanos? ¿A roer los mendrugos que nos echen quienes van montados en él porque han hecho los deberes como Dios manda?
Tendría que existir una ley, en nuestro caso comunitaria, con su tribunal correspondiente, pero libre de interferencias extrañas, no como el de los Derechos Humanos de Estrasburgo, que permitiera encausar a los gobernantes incompetentes, malintencionados y sectarios, que llevan a sus países a la ruina y los sumen en la miseria, con millones de parados, como sucede ahora en España. La ignorancia o los votos no pueden eximir a los gobernantes de responder de las catástrofes especialmente sociales causadas a los gobernados. No basta con echarles del poder en las próximas elecciones. Es demasiado barato, sino que tendrían que terminar entre rejas, por enemigos públicos de la nación, cuyo baremo incuestionable y fundamento de la acusación serían las cifras de paro y el incremento de funcionarios improductivos. El saldo entre ambos índices desde el inicio de la gestión hasta su conclusión, entre otros, como el incremento de la deuda pública, la inflación, el coste de la vida, etc., sería motivo más que sobrado para llevar a juicio a los gobernantes torpes, necios, obtusos, sectarios, perversos, falsarios o mangantes. La política no puede ser el gran refugio de los ambiciosos inútiles, ignorantes y malvados. Si no se exigen responsabilidades políticas y penales, la «cosa pública» seguirá siendo el paraíso de aventureros, desalmados y farsantes políticos.
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