La familia como la respuesta necesaria a la gran crisis
Si las cifras que da el gobierno son ciertas, y esperemos que sean un gran error (tampoco sería tan extraño), el 95% de la población no está inmunizada. Esto significa dos cosas: el riego de contagio es muy alto, más cuando un 25% de los portadores son asintomáticos, y el desastre de la política realizada por el Gobierno se multiplica, constituyendo una grave advertencia.
Porque si solo con el 5% de infectados tenemos tantos y tantos muertos, y se ha producido un colapso hospitalario, cualquier rebrote nos va a llevar a otra crisis de confinamiento.
Para complicarlo más, la Covid-19 “ha venido para quedarse” (OMS) y la inmunidad social de la vacuna queda lejos, con suerte para 2021. Por último, debemos entender que el confinamiento no liquida el problema, solo lo congela y reduce, para que no colapsemos. Las medidas más eficientes son otras.
Están relacionadas con la detección masiva y rápida mediante test PCR [Reacción en Cadena de la Polimerasa] o de índole equivalente. España debería doblar la cifra actual y seguir además una estrategia de identificación, el cribado masivo de la población en lugares de gran afluencia, mediante la medición de la temperatura u otros sensores de resultados instantáneos y más finos.
También debe disponer de la capacidad de intervenir de manera inmediata en las redes de contagio, y esto significa muchísimos más rastreadores que los disponibles hasta ahora. Necesitamos del orden de 1 por cada 5000 habitantes, el refuerzo de los centros de asistencia primaria, que seguramente necesitarían del orden de 7000 facultativos más como mínimo, y en definitiva el control del territorio a escala micro, con una especial atención a los focos, residencias de mayores y hospitales. Precisamente la protección de aquellos a los que este coronavirus mata en una proporción terrible es esencial. Esto significa un control y atención domiciliaria y la organización y medicalización de la residencia.
Pero este es solo un apunte para situar lo que necesitamos ahora y que a la vez nos prepara para el futuro, cosa que obviamente no hacen las barrocas fases de desconfinamiento, con normas en gran medida contradictorias o simplemente absurdas, y tan detallistas que solo inducen a la confusión. Pocas medidas y claras, restableciendo en todo lo posible la actividad económica, si se cumplen aquellas condiciones previas.
Pero todas las actuaciones públicas no excusan la responsabilidad de las persones y de sus hábitos, que son decisivas. No se puede descargar en sus espaldas toda la solución, pero sin su aportación cualquier estrategia fracasa: la mascarilla, la higiene personal, el evitar aglomeraciones, economizar desplazamientos, el desarrollo de una economía de la presencia social, es decisivo.
Para conseguirlo la familia es esencial: ella es el lugar donde se produce la socialización primaria, donde se genera el capital social primigenio. Es a las familias a las que hay que responsabilizar de su importante tarea; dirigirse a ellas, comunicar, y ayudarlas. Esa es la gran baza para una buena salida de la megacrisis que vivimos, porque actuando sobre un conjunto en lugar de sobre los mucho más numerosos y disgregados individuos, obtenemos una mayor eficiencia.
La familia es clave en el plano de la salud pública, para prevenir y actuar. Lo es también en el educativo, ahora que el Sar-Cov-2 ha hecho saltar el sistema y está hundiendo la ya de por si magra capacidad educadora. Finalmente lo es para el relanzamiento económico, porque en ella radican funciones tan decisivas como el mantenimiento del capital humano y la capacidad de consumo, ahorro e inversión.
Pero para que ello pueda cumplirse es necesario un cambio radical de política. Es necesario que la familia se convierta en el eje transversal de todas las políticas: de salud pública, económica, social y educativa. Y, por tanto, el eje de las ayudas, acompañamiento y colaboración también deben situarse en ellas.
Publicado en Forum Libertas.
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