Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Un dolor verdadero para devolver la confianza


Pero la culpa, aquí, es bastante más grave que en cualquier otro lugar, porque el ideal es el más alto, el Maestro el más exigente

por Vittorio Messori

Opinión

Nadie espera que el ministro de quien dependen los Convitti Nazionali* encuentre a los «abusados» por cualquier profesor o sirviente, expresando «dolor y vergüenza». Otro tanto vale para los armadores de barcos, donde la suerte de los menores embarcados es conocida por todos. Ni manifiestan público arrepentimiento los responsables del deporte juvenil, donde los vestuarios y duchas atraen, como es requetesabido, también una fauna de adultos bien previsible. La pedofilia, (o pederastia, el límite de edad es incierto y varía según los gustos y culturas) está presente desde siempre, donde estén los hombres y mujeres. Y, frecuentemente, está presente de manera no clandestina, es hasta alabada y recomendada por filósofos, como sucedía en la antigua Grecia y como ha sucedido en el sesenta y ocho europeo y americano.
 
El líder de los Verdes en el europarlamento, Daniel Cohn-Bendit, el ya carismático jefe de la contestación se ha vanagloriado de haber no sólo recomendado sino practicado el sexo con menores cuando era profesor.
Mario Mieli, ideólogo e iniciador del movimiento homosexual en Italia, en una obra de cultura impresa por la desde entonces austera Einaudi, consideraba «obra redentora» para ambos el sexo entre un adulto y un menor. Sartre, la Beauvoir, Foucault, Jack Lang, el futuro ministro francés, firmaron con otros intelectuales un famoso manifiesto donde, en nombre de la «liberación sexual», exigían la despenalización de la relaciones con menores, incluidos los niños. En aquellos «maestros» revivía una larga tradición europea. El filósofo venerado por los jacobinos, a partir de Robespierre, y de la mayoría de la élite revolucionaria, no era ciertamente el blasfemo Voltaire sino el edificante Jean Jacques Rousseau, apóstol de la educación infantil, en todos los sentidos, ya que escribió complacido haber comprado en Venecia una niña de 10 años que supo librarlo de la depresión.
 
Y sin embargo, a pesar de que los púlpitos de los cuales provienen tantas reprimendas sean risibles;  aunque sea impenetrable el silencio de aquellos que representan ámbitos ampliamente involucrados, a pesar de esto, Benedicto XVI continua queriendo mostrar que la Iglesia «es diferente», hasta humillarse personalmente. En Malta ha repetido todo lo que ya había hecho en Australia y en Estados Unidos: reunirse con algunos de aquellos que fueron víctimas, incluso hace decenios, de la atención de religiosos «educadores».
 
Como ha hecho en la dramática, conmovedora, carta abierta a los católicos de Irlanda, rehúsa hacer una apelación a las circunstancias atenuantes  o señalar con el dedo a otros recordando, como ciertamente podría, que muchos jueces de hoy harían mejor callando. El hecho es que el Papa Ratzinger es plenamente consciente de que el pecado de los sacerdotes de Cristo no tiene solamente consecuencias canónicas y penales, sino también metafísicas. En la perspectiva evangélica, el rostro de los niños es el mismo de Dios. Quien produce escándalo, aquí, haría mejor poniéndose al cuello una muela de molino y  tirarse a un pozo. Palabra terrible del Evangelio. El Papa sabe con cuanta confianza, no sólo los padres católicos, sino a menudo los de otras creencias y convicciones, confiaron sus hijos a las instituciones eclesiales, inspiradas por el ideal evangélico. La traición de aquella confianza le parece intolerable. Así muestra que la Iglesia, también en su caída, no es un lugar como los demás: es un ámbito donde, en las instituciones, el pecado está presente. Pero la culpa, aquí, es bastante más grave que en cualquier otro lugar, porque el ideal es el más alto, las obligaciones más apremiantes, el Maestro el más exigente. El dolor y la vergüenza de quien habla vienen de un verdadero sufrimiento, no son ciertamente un melodrama hipócrita. Sin embargo, por la paradoja evangélica, su humillación no disminuirá ni tampoco acrecentará la credibilidad de guía y garante de la cristiandad.
 


*Son colegios y residencias laicos, escuelas no confesionales construidas y mantenidas por el Estado para los estudiantes universitarios pobres. Se crearon en la época de los gobiernos anticlericales para sustituir a los colegios mantenidos por los religiosos. En Italia hay uno en todas las capitales de provincia.


Traducción: José Martín
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