La muerte de la esperanza
por Jacopo Coghe
¡Atención! La eutanasia no trata del "derecho a decidir cómo y cuándo morir", sino del "derecho a determinar cómo y cuándo ser asesinado por otros".
La diferencia es abismal y crucial. No es cuestión de libertad individual, sino de orden social y colectivo.
"Eutanasia legal" significa que el Estado (la sociedad) suspende la prohibición absoluta de homicidio, permitiendo a algunos matar a otros. Matarlos.
Te dicen: "Sí, pero solo en caso de sufrimiento y dolores extremos e insoportables de personas destinadas a morir en poco tiempo".
Insoportable es la hipocresía de esta mentira, propagada a los cuatro vientos por el megáfono del "progresismo" compasivo.
Cualquiera entiende muy bien por sí mismo que si el asesinato ya no está prohibido por completo, y si existe un "derecho a ser matado", entonces no habrá autoridad que pueda decidir si, cómo y cuándo puede o no activarse este derecho.
El umbral de soportabilidad de la vida y de sus amarguras es lo más subjetivo que puede haber. No existirá ningún límite objetivo.
Hagamos un ejemplo. Tomemos un cuarentón libre de cualquier enfermedad física. Está físicamente sano, como una rosa. Pero lleva años desempleado. O ha fracasado sentimentalmente, tiene su matrimonio en crisis. Ya no ve a sus hijos.
Ya no encuentra razones para vivir. Tal vez perdió a todos los familiares, tal vez perdió a su único hijo, o tiene padres ancianos y gravemente dementes, no los puede cuidar. Tal vez es adicto.
Todo se opone a su realización personal y aspiración de felicidad. En su plena libertad, considera su vida intolerable en sí misma. Desea terminar con esto, suicidarse.
Podríamos poner decenas de ejemplos concretos, que se encarnan diariamente en la vida real de millones de personas.
Hoy, la sociedad tiene una y una sola respuesta: ayudarlo por todos los medios (social, psicológico, económico...) a encontrar las razones y la fuerza para seguir viviendo, silenciando las voces de muerte que lo asesinan.
Con la eutanasia legal, esta ya no será la única opción. La sociedad le dirá al cuarentón perfectamente sano pero deprimido: "Si quieres, podemos matarte nosotros. Será rápido e indoloro. Todo estará bajo control, con una flor fresca en la cómoda y las cortinas de encaje en las ventanas. Por la mañana podrás comer tu comida favorita. Serás un cadáver en un ataúd por la noche. Solo hay que llenar un poco de burocracia y todo habrá terminado. Serás 'libre'. Permítenos ayudarte. Permítenos matarte".
¿Qué funcionario público podría mirarle a los ojos y decirle que su dolor, para él, no merece la eutanasia? ¿Quién podrá exigirle a él que tenga que seguir sufriendo durante décadas, o bien resolverlo por sí mismo? Nadie tendría tal autoridad en una experiencia personal tan íntima como el sufrimiento.
Toda ansiedad, toda angustia, todo sufrimiento, amargura y depresión podría exigir el derecho a ser suprimido. De cualquier naturaleza y entidad.
Obviamente, como siempre sucede, la mera posibilidad de poder hacerlo aumentará la probabilidad de que esto suceda.
Nuestro cuarentón deprimido, sin la eutanasia legal, podría tener algún vago pensamiento suicida. En cambio, con la eutanasia legal, la tentación de la muerte tocará insistentemente a las puertas de su mente, de la mañana a la tarde, de modo que la mera posibilidad de que le maten será la verdadera razón de por qué, finalmente, decida ser asesinado.
La eutanasia ha sido por muchos definida la muerte del derecho. En realidad es mucho peor: es la muerte de la esperanza misma.
Jacopo Coghe es portavoz de Provita & Famiglia.
Traducción de Pablo J. Ginés.