«El nuevo católico americano»: un documental de 1968
por Gregory DiPippo
Abundando en el post de Peter Kwasniewski Un laico estadounidense rememora la agitación litúrgica, he aquí un fascinante documental emitido por la NBC a mediados de 1968 sobre El nuevo católico americano, que prueba la verdad del refrán de que nada se pasa de moda más rápidamente que la modernidad.
Como alguien que fue educado en la Iglesia de los años 70, todo lo que se dice en él sobre “renovación” (et similia) me pareció a la vez tierno y entristecedor. Tierno, porque es evidente que en 1968 la gente todavía pensaba, con total sinceridad y a pesar de los numerosos signos de advertencia en sentido contrario (signos que el Vaticano II había pedido a los católicos que buscasen y leyesen), que adaptar la Iglesia al mundo moderno secularizado y asumir su cultura y sus inquietudes iba a suponer un éxito clamoroso. Entristecedor, porque el fracaso de todo aquello no pudo ser más absoluto y, sobre todo, porque incluso hoy mucha gente en la Iglesia se niega a reconocer este hecho particularmente inequívoco.
Hay en el vídeo unas cuantas cosas que considero dignas de mención, aunque ¡ay! no como signos del prometido Nuevo Pentecostés.
El joven obispo que aparece varias veces, James Shannon, auxiliar de St Paul-Minneapolis, dimitió ese mismo año en protesta contra Humanae vitae, porque la consideró (empleando la jerga de su tiempo, que luego se ha vuelto a poner de moda) una “enseñanza rígida” declarando la ley de Dios “imposible de cumplir”.
Tras su suspensión "a divinis" y matrimonio civil, Shannon colaboró con diversas ONG. Mantuvo la práctica religiosa y su funeral en 2003 lo concelebraron sesenta sacerdotes.
Al año siguiente se casaría civilmente sin dispensa canónica, por lo cual fue suspendido a divinis. Esto es particularmente irónico porque el Concilio Vaticano II, al cual el pronto señor Shannon se refiere varias veces como fuente y causa de la “renovación” que estaba en curso, también había reiterado la enseñanza perenne de la Iglesia sobe la anticoncepción artificial (Gaudium et Spes, 51).
A partir del minuto 16:00, vemos varias escenas de lo que para aquella época era una misa muy moderna (esto es, abiertamente desacralizada): un feo poncho como vestidura, jóvenes tocando la guitarra mientras unos niños agitan unos carteles, muchos aplausos, personas que proclaman sus intenciones de oración...
Una misa en la cafetería del colegio. En el centro, la mesa de la celebración. A la derecha, el celebrante.
Pero quizá la parte más absurda sea el escenario, donde la gente parece estar sentada en torno a las mesas de la cafetería de la escuela. (Las escenas de la misa están intercaladas con otros signos de “renovación”, entre ellos una joven que enseña a niños de un barrio pobre cómo cantar cumbayá… como si sus vidas no fueran ya lo bastante difíciles.) El celebrante, William Nerin, sacerdote de la diócesis de Oklahoma, abandonó el sacerdocio en 1975.
El padre William Nerin, tras su secularización, se dedicó a la terapia familiar y contrajo matrimonio en 1982.
En lo que concierne a la misa, me permito reproducir aquí una magnífica observación de uno de nuestros comentaristas habituales, Glenn Ricketts, en el post del lunes: “Todo el 'efectismo' de las estridentes escenas aquí reflejadas… consistía en que uno estaba acostumbrado a la antigua liturgia que fue abandonada de golpe. Los nuevos ritos eran ‘efectistas’ por el llamativo, y -con frecuencia- penoso contraste que planteaban contra la forma tradicional de celebrar la misa, un gesto descarado en la línea de las agitaciones contraculturales de los años 60. Pero tras el shock inicial de quienes habían sido educados en el antiguo rito, las reformas demostraron no tener ninguna sustancia simbólica perdurable ni potencial estético propio. Hoy resultan simplemente aburridas y anodinas más allá de lo imaginable”.
En el minuto 30:38 vemos al padre James Groppi, de la archidiócesis de Milwakee, un conocido activista por los derechos civiles.
Es quizá el caso más triste de todos, un sacerdote que parece haber olvidado completamente las cosas del cielo en aras de preocupaciones que, aunque valiosas y laudables en sí mismas, son preocupaciones de este mundo pasajero: “Me preguntas qué pienso sobre la Iglesia católica. Para decirte la verdad, ni siquiera pienso en ella”. En 1976, Groppi abandonó el sacerdocio.
Por supuesto, ningún documental sobre el catolicismo estadounidense en los 60 estaría completo sin la presencia del National Catholic Reporter, y en el minuto 2:55 vemos brevemente al editor, Donald Thorman. Ese mismo año, el obispo de Kansas City, Charles Helmsing, condenó al periódico enérgicamente (y con toda la razón) “por su desprecio y su negación de los más sagrados valores de nuestra fe católica”, y pidió a los editores que, por pura honestidad, quitaran la palabra “católico” de su cabecera. Por supuesto, esta petición fue obviada, y el National Catholic Reporter ha seguido rechazando la fe católica más a conciencia cada año.
En torno al minuto 35:45, el entonces obispo Shannon nos presenta el decreto del Vaticano Ii sobre la vida religiosa, Perfectae caritatis, y la revisión y reconsideración general de cómo vivían las órdenes rligiosas. Esto nos lleva a la hermana Anita Caspary, madre general de las Hermanas del Corazón Inmaculado, quien como es bien sabido condujo a su orden casi a una disolución total con la “ayuda” del psicólogo Carl Rogers.
Alegando la renovación postconciliar, la madre Anita Caspary sometió a las religiosas de su congregación al asesoramiento de dos psicólogos, Carl Rogers y William Coulson, para 'liberarlas' de prejuicios y tabúes del pasado. En apenas unos meses 315 de ellas abandonaron la vida religiosa. Coulson se arrepentiría después de aquello.
En una entrevista con el doctor William Marra titulada Historia de un psicólogo arrepentido, uno de los colaboradores de Rogers, William Coulson, explicó angustiosamente cómo fue destruida la comunidad de las Hermanas del Corazón Inmaculado en Los Ángeles.
La penúltima sección (minutos 42:24 a 48:20) está dedicada a las religiosas que abandonaron las formas tradicionales de vida comunitaria y se desperdigaron en pequeños grupos, para dedicarse mejor (al menos eso pensaban) al servicio de los pobes. En medio de esta sección, el obispo de Oklahoma, Victor Reed, analiza este fenómeno, y concluye diciendo que “en la medida en que las personas comprometidas son personas de buena reputación, y las intenciones que han manifestado son buenas, quienes estén constituidos en autoridad deben permitirles… experimentar, y quizá encontrar una forma nueva y mejor de servir al Señor que aquella a la que estaban acostumbradas, y en la que han encontrado algunas dificultades personales”.
El obispo Reed murió en septiembre de 1971. Para cuando su sucesor, John Quinn, fue trasladado a San Francisco en febrero de 1977, el número de religiosas en la diócesis había descendido de 630 a 268, una caída de bastante más de la mitad. Dos años después eran 69, una caída de casi el 90% desde su nivel al finalizar el Concilio Vaticano II.
Publicado en New Liturgical Movement.
Traducción de Carmelo López-Arias.