Juegos Olímpicos: atacar el cristianismo forma parte del paisaje
por Daniel Arasa
La bochornosa y blasfema burla de la Santa Cena en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París ha tenido un aspecto positivo: el de suscitar la reacción de miles de personas ante una provocación de este tipo, muchas de las cuales probablemente no eran conscientes de los numerosos ataques, persecuciones y mofas a los que son sometidos de manera habitual el cristianismo o alguna de sus manifestaciones.
Por doquier aparecen estos días en redes sociales grabaciones en diversos formatos criticando aquella burla, y hasta el Comité Olímpico Internacional se ha visto obligado a hacer una nota, muy tibia ciertamente, en el sentido de que no pretendía herir los sentimientos religiosos. Es probable que de tal estropicio que era visionado por televisión por cientos de millones de personas se saquen resultados positivos en el sentido de que los cristianos seamos más conscientes de los continuos ataques a los que de forma abierta u oculta es sometida nuestra fe y reaccionemos ante ello, exigiendo el respeto que corresponde a cualquier ciudadano. Sin privilegio alguno sobre los demás, sean no creyentes o de otras religiones, pero tampoco siendo nuestros derechos menos reconocidos.
Quizás la mayoría de personas, cristianos incluidos, no son conscientes de tales agresiones porque atacar a los cristianos o a aspectos de su fe se ha convertido en algo tan habitual que forma parte del paisaje, de lo ordinario, y ya ni siquiera lo detectamos porque se asume como lo normal.
Es algo cotidiano, aunque el cristianismo es hoy, de largo, la religión más perseguida en el mundo. Varía de unos años a otros, pero del orden de 5.000 cristianos son asesinados cada año en diversos países del mundo a causa de su fe. Casi todos en países africanos y asiáticos. Basta leer los informes de Ayuda a la Iglesia Necesitada u otros. La mayor parte de los medios de comunicación de Occidente ni siquiera dan noticias de ello excepto en casos en que las masacres sean de gran magnitud, e incluso en estos casos quedan muy en segundo plano. Por el contrario, agresiones mucho menores contra miembros de otras religiones tienen mucho mayor eco, y ni que decir tiene si el supuesto agredido es una feminista o un LGTBI+.
En Occidente la persecución es en unos casos sutil, en otros burda, en muchas ocasiones larvada y persistente, pero casi nunca sangrienta. Como el propio Papa Benedicto XVI decía, hoy a los cristianos no se les mata, ni se les descuartiza como en otros tiempos, pero se les somete a burlas, se les margina, se les silencia. De tal marginación tienen buena experiencia aquellos que están al frente de actividades apostólicas. Incluso ocurre lo mismo a quienes trabajamos en ámbitos como la defensa de la familia y de la vida, que, sin ser algo exclusivo de los cristianos, se sabe que, hoy día, prácticamente solo los católicos defendemos lo que es el orden natural y la verdadera dignidad de la persona. Tampoco nos podemos extrañar, porque Cristo ya dijo que sus seguidores serían perseguidos como se le persiguió a Él.
De lo ocurrido en París, en todo caso, no podemos quedarnos solo en la escena burlesca de la Santa Cena. Había mucho fondo en todo el largo espectáculo. Una parte de la inauguración estuvo cuajada de mal gusto, de feísmo, y, sobre todo, de promoción LGTBI+, del feminismo radical y del aborto. Hasta la selección de las diez mujeres enaltecidas fue sesgada en este sentido, cuando en la historia de Francia han tenido mujeres de gran proyección mundial.
Todo lo mostrado lo sabían perfectamente los organizadores y quienes contrataron a los creadores artísticos, así como los que supervisaron los espectáculos, porque en un evento de tal dimensión necesariamente tuvieron que ser muchas las personas que debieron conocer o visionar lo que se pretendía hacer. Muy mala señal es que nadie fuera capaz de detectar lo que había detrás. O quizás querían precisamente que fuera así. En todo caso, los organizadores de las Olimpiadas París 2024 han hecho un flaco favor al mundo del deporte y a la concordia entre las personas y las naciones.
En el fondo ha sido una muestra más de la degradación de Occidente y, en concreto, de Francia. Si se analiza en profundidad en un marco más amplio, en materia de valores básicos poco se puede esperar de los dirigentes de un país en que desde su presidente hasta la mayoría de sus parlamentarios declaran el aborto como derecho, lo incluyen en la Constitución y presionan a otros países e instituciones para que hagan lo mismo.
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