Newman
por Javier Pereda
Se acerca el 13 de octubre, fecha en que el inglés John Henry Newman (1801-1890) será proclamado santo por la Iglesia católica. La historia de la fidelidad a Dios le hará así justicia. Este acontecimiento debería ser la ocasión para que todos profundizáramos en el legado intelectual y espiritual de uno de los grandes escritores contemporáneos.
Nacido en el seno de la iglesia anglicana, a base de profundizar en la búsqueda de la verdad, acabó por convertirse a la Iglesia católica. Hay que destacar la influencia que ha ejercido en millones de personas por su clarividente inteligencia y su vibración religiosa. Con sus escritos y su ejemplo de vida ayudó a que se convirtieran compatriotas insignes como Tolkien, Chesterton, Knox, Graham Greene o Evelyn Waugh.
Era el mayor de seis hermanos y gracias a su madre conoció la “religión de la Biblia”, es decir, el protestantismo. A los catorce años experimentó el influjo poco benéfico de filósofos como Hume y Voltaire, y se orientó hacia una especie de deísmo (Dios existe, pero se desentiende del hombre y del mundo). Al año siguiente, como describe en Apología pro vita sua, descubrió la falsedad de esa doctrina filosófica, abrazando la verdad de la existencia de un Dios personal que ama al hombre y le habla silenciosa, pero clamorosamente a su conciencia.
A pesar de las graves dificultades económicas de su familia, pudo ingresar, dada su brillantez intelectual, en la confesional y estatal Universidad de Oxford –que tenía incluso asignado dos parlamentarios–, perteneciente a la iglesia anglicana desde los tiempos del cisma de Enrique VIII, en el siglo XVI. En esta prestigiosa institución académica oxoniense, se matriculó como estudiante en el Trinity College. Pronto destacaría, hasta el punto de conseguir una plaza de “fellow” (preceptor) y después de tutor en Oriel College.
Se había sentido tempranamente llamado al celibato, lo que años después le llevaría a ordenarse presbítero en la iglesia anglicana. Junto con John Keble y Hurrell Froude lidera el famoso Movimiento de Oxford o movimiento “tractariano”, así llamado por dedicarse a difundir sus ideas mediante la publicación de tractos o folletos breves. Dicha corriente de pensamiento intentaba establecer una “vía media” entre catolicismo y protestantismo. Se trataba de recuperar, ante la creciente secularización de la iglesia anglicana, la tradición original del cristianismo. El último tracto que escribió, que lleva el número 90, supuso su acercamiento intelectual definitivo al catolicismo, fruto de sus muchos años de estudio de los Padres de la Iglesia.
En Littlemore, donde se había retirado, el 9 de octubre de 1845, el religioso italiano Domingo Barberi atendió la humilde y devota petición de Newman de confesarse. A continuación fue recibido en la Iglesia católica, realizando la Profesión de Fe, y asistió por primera vez a Misa, que él mismo llegaría a celebrar al ser ordenado sacerdote católico. Con el tiempo se convertirían también otros compañeros de este Movimiento como Hopkins, Benson o Manning (luego sería arzobispo de Westminster).
La vida de Newman se podría resumir en estas palabras: búsqueda apasionada de la verdad, por muchas pruebas, incomprensiones y decepciones que acarree, como de hecho le ocurrió abundantemente. Nunca se rebajó a falsas componendas; fue fiel a los dictados de su recta conciencia –en la que reconocía la voz de Dios– porque ante todo deseaba alcanzar la santidad, es decir, la plenitud del amor.
Durante cincuenta años había combatido al liberalismo en el campo religioso, especialmente su afirmación de que un credo es igual de bueno que cualquier otro –lo que es un atentado contra verdad–. En su obra el Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana escribe: “Aquí en la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones”. Su rica producción literaria abarca la teología, la poesía, la filosofía, la pedagogía, la exégesis, la historia del cristianismo, las novelas, las meditaciones y las oraciones. Su epitafio –Newman se halla enterrado en Birmingham– constituye una síntesis magnífica de su pensamiento: Ex umbris et imaginibus in Veritatem [Desde las sombras y los reflejos (de este mundo) hacia la Verdad (de la vida eterna)].
Aceptó, sin desearlo y por prestar un servicio, el cargo de rector de la Universidad católica de Irlanda. Su obra La posición actual de los católicos en Inglaterra es una exposición luminosa de la necesidad de un “laicado inteligente y bien formado, que conozca su religión y que profundice en ella, que conozcan la historia para que puedan defenderla”.
Para él la religión y la razón no se oponen, porque fe y razón son las dos alas con las que el espíritu humano se eleva al conocimiento de la verdad. Como él mismo dijo: “Oxford (el estudio, la razón) me hizo católico, no (el ejemplo) de los católicos”.
En su famosa discusión por escrito con el ministro liberal inglés Gladstone –para quien un católico no podía ser leal a la nación–, Newman escribió la Carta al Duque de Norfolk, tal vez el mejor tratado moderno sobre el valor de la conciencia y su libertad.
El Papa León XIII, que lo conoció personalmente en uno de sus viajes a Roma, lo creó cardenal como reconocimiento a su amor a Cristo-Verdad. Su lema de cardenal es bellísimo: Cor ad cor loquitur [El corazón (de Dios) habla al corazón (del hombre)]. Es una llamada al “hábito de la oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento, en cada lugar”.
John Henry Newman, retrato de Sir John Everett Millais (1829-1896) en la National Gallery de Londres.
Recibió con enorme satisfacción la beatificación de su conciudadano Tomás Moro por este pontífice. La canonización de tan gigantesca figura es un motivo de alegría para la Iglesia, para Inglaterra y para el mundo.
Publicado en El Ideal de Jaén el 6 de septiembre de 2019.