Las Capitulaciones
"Si además sabemos por documentos del propio Gobierno que la negativa de llevar a cabo esta reforma se debe a un acuerdo con el "Nuevo Orden Mundial" a cambio de un puesto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, nos quedamos estupefactos"
por Javier Pereda
El día 2 de enero de 1492, Boabdil “el Chico” se rindió a los Reyes Católicos, iniciando poco después el camino del exilio.
Desde entonces, se conmemora en la antigua medina nazarí este acontecimiento denominado Día de la Toma de Granada.
Las Capitulaciones se iniciaron meses antes en el campamento cristiano que había puesto sitio a la ciudad. La reina de Castilla lo llamó Santa Fe, queriendo así expresar la seguridad, con la ayuda de Dios, en la victoria sobre los musulmanes.
Según una extendida leyenda, Boabdil, al salir de Granada camino de su exilio en las Alpujarras, cuando coronaba un collado –conocido desde entonces como “Suspiro del Moro”–, volvió su cabeza para ver su ciudad por última vez y lloró, escuchando de su madre la sultana Aixa estas palabras: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.
La rendición se plasmó en el histórico documento de las Capitulaciones, que supone, además de la toma de Granada, el fin del último reino musulmán de la península y de ocho siglos de ocupación islámica.
Sirva –salvando las distancias– la efemérides que hoy conmemoramos para hallar ciertas similitudes con el tercer lustro del tercer milenio, que ahora comenzamos a gastar, en una coyuntura social y política que barrunta, si no el fin de un régimen, sí el de un ciclo, con una segunda transición.
En un año repleto de citas con las urnas, en primavera y en otoño, con elecciones municipales, autonómicas y generales, las encuestas indican que se va a producir un cambio en nuestro mapa político.
La desafección y el desencanto progresivo con la clase política que rige los derroteros de nuestro país –la casta– continúa “in crescendo”, siendo un catalizador la discutida gestión de la crisis económica; aunque objetivamente se haya evitado el rescate y se haya puesto en orden las cifras macroeconómicas, el anunciado crecimiento económico todavía no tiene un reflejo palpable en las castigadas clases medias.
A este caldo de cultivo, con un elevado malestar social, hay que añadir la generalizada y extendida corrupción institucional, junto con la percepción de la ciudadanía de una imposible regeneración democrática.
La constante falta de ejemplaridad política aboca inexorablemente a la eclosión del populismo como única esperanza, aunque no se caiga en la cuenta de que es una solución tan débil como agarrarse a un clavo ardiendo.
El tremendo error del Gobierno ha sido pensar que con resolver la crisis económica todo estaría solucionado, traicionando y lapidando la herencia electoral de once millones de votantes, cuya confianza no se limitaba al mundo de la economía.
Una hiriente prueba es la desfachatez del Ejecutivo ante el incumplimiento de la promesa electoral de derogar la vigente ley del aborto.
El Ministerio de Sanidad ha publicado el penúltimo día del año el número de abortos oficiales –los reales pueden ser el doble– realizados en 2013:108.690 asesinatos de personas indefensas.
Estas cifras no suponen una disminución respecto al año anterior, si se tiene en cuenta el descenso de la población y de mujeres embarazadas, pero si son sintomáticas de un Gobierno sin principios ni valores.
Si además sabemos por documentos del propio Gobierno que la negativa de llevar a cabo esta reforma se debe a un acuerdo con el “Nuevo Orden Mundial” a cambio de un puesto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, nos quedamos estupefactos.
Vienen a colación las palabras pronunciadas por el Papa Francisco en su aplaudida visita al Parlamento Europeo: “Existe un pensamiento dominante que propone una falsa compasión, la de que favorecer el aborto es ayudar a la mujer. No es un problema religioso ni filosófico, sino científico, porque se trata de una vida humana y no es lícito acabar con ella para resolver un problema”.
Ante este trágico escenario –mayor que el de la economía griega– no debería sorprender al presidente del Gobierno que pueda tener que echar un último vistazo a la Moncloa, curiosamente desde el Campo del Moro, y escuche el reproche de una mayoría social que, eliminando de la expresión cualquier atisbo de desprecio al sexo femenino, le diga a la cara: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.
Desde entonces, se conmemora en la antigua medina nazarí este acontecimiento denominado Día de la Toma de Granada.
Las Capitulaciones se iniciaron meses antes en el campamento cristiano que había puesto sitio a la ciudad. La reina de Castilla lo llamó Santa Fe, queriendo así expresar la seguridad, con la ayuda de Dios, en la victoria sobre los musulmanes.
Según una extendida leyenda, Boabdil, al salir de Granada camino de su exilio en las Alpujarras, cuando coronaba un collado –conocido desde entonces como “Suspiro del Moro”–, volvió su cabeza para ver su ciudad por última vez y lloró, escuchando de su madre la sultana Aixa estas palabras: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.
La rendición se plasmó en el histórico documento de las Capitulaciones, que supone, además de la toma de Granada, el fin del último reino musulmán de la península y de ocho siglos de ocupación islámica.
Sirva –salvando las distancias– la efemérides que hoy conmemoramos para hallar ciertas similitudes con el tercer lustro del tercer milenio, que ahora comenzamos a gastar, en una coyuntura social y política que barrunta, si no el fin de un régimen, sí el de un ciclo, con una segunda transición.
En un año repleto de citas con las urnas, en primavera y en otoño, con elecciones municipales, autonómicas y generales, las encuestas indican que se va a producir un cambio en nuestro mapa político.
La desafección y el desencanto progresivo con la clase política que rige los derroteros de nuestro país –la casta– continúa “in crescendo”, siendo un catalizador la discutida gestión de la crisis económica; aunque objetivamente se haya evitado el rescate y se haya puesto en orden las cifras macroeconómicas, el anunciado crecimiento económico todavía no tiene un reflejo palpable en las castigadas clases medias.
A este caldo de cultivo, con un elevado malestar social, hay que añadir la generalizada y extendida corrupción institucional, junto con la percepción de la ciudadanía de una imposible regeneración democrática.
La constante falta de ejemplaridad política aboca inexorablemente a la eclosión del populismo como única esperanza, aunque no se caiga en la cuenta de que es una solución tan débil como agarrarse a un clavo ardiendo.
El tremendo error del Gobierno ha sido pensar que con resolver la crisis económica todo estaría solucionado, traicionando y lapidando la herencia electoral de once millones de votantes, cuya confianza no se limitaba al mundo de la economía.
Una hiriente prueba es la desfachatez del Ejecutivo ante el incumplimiento de la promesa electoral de derogar la vigente ley del aborto.
El Ministerio de Sanidad ha publicado el penúltimo día del año el número de abortos oficiales –los reales pueden ser el doble– realizados en 2013:108.690 asesinatos de personas indefensas.
Estas cifras no suponen una disminución respecto al año anterior, si se tiene en cuenta el descenso de la población y de mujeres embarazadas, pero si son sintomáticas de un Gobierno sin principios ni valores.
Si además sabemos por documentos del propio Gobierno que la negativa de llevar a cabo esta reforma se debe a un acuerdo con el “Nuevo Orden Mundial” a cambio de un puesto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, nos quedamos estupefactos.
Vienen a colación las palabras pronunciadas por el Papa Francisco en su aplaudida visita al Parlamento Europeo: “Existe un pensamiento dominante que propone una falsa compasión, la de que favorecer el aborto es ayudar a la mujer. No es un problema religioso ni filosófico, sino científico, porque se trata de una vida humana y no es lícito acabar con ella para resolver un problema”.
Ante este trágico escenario –mayor que el de la economía griega– no debería sorprender al presidente del Gobierno que pueda tener que echar un último vistazo a la Moncloa, curiosamente desde el Campo del Moro, y escuche el reproche de una mayoría social que, eliminando de la expresión cualquier atisbo de desprecio al sexo femenino, le diga a la cara: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.
Comentarios