Qué bello es vivir
Además, junto con una temática llena de valores humanos existe una clara referencia a lo sobrenatural –la única dimensión que da el verdadero sentido a este tiempo sagrado de Navidad–, en perfecta conjunción unos y otra, presentadas como realidades que no se excluyen mutuamente, antes bien inseparablemente unidas
por Javier Pereda
Inconfundiblemente se trata del título de la célebre película que Frank Capra dirigió a mediados de los años cuarenta, un clásico imprescindible para la Navidad, y una reinterpretación de “Cuento de Navidad” de Dickens.
Es un film emblemático del espíritu navideño que las programaciones televisivas no dejan de brindarnos en este tiempo. La difusión de esta obra magistral alcanzó aún un mayor impacto debido al error administrativo de la productora que no renovó los derechos de autor a mediados de los años setenta, con lo que su comercialización pasó a ser de dominio público.
Finalmente, se decidió en sede judicial que, a pesar de que la titular de los derechos no los renovara, las televisiones estaban obligadas a pagar ciertos royalties, lo cual no dejó de favorecer su propagación.
Es la película que más veces se ha emitido en todo el mundo durante estas fechas navideñas...
El mensaje que transmite está lleno de valores, de sentido positivo: representa el dilema y la lucha de toda persona entre el bien y el mal, encarna el espíritu de superación y trabajo en una sociedad en crisis y deprimida en plena segunda guerra mundial, la preocupación por los demás, la solidaridad y los buenos deseos; supone un canto a la amistad –“Nadie fracasa si tiene amigos”– y, especialmente, una invitación a amar apasionantemente la vida, pese a las reales e inevitables dificultades que entraña, con una conclusión llena de esperanza y plena vigencia en la vida cotidiana.
De ahí el empeño en recomendarla para estos días, porque es sumamente gratificante y aleccionadora, aunque ya se haya visto.
Alto es el contenido emotivo y dramático de las dos horas y diez minutos de metraje; sin embargo no peca de sensiblera o acaramelada, ni se hace larga o pesada, más bien al contrario.
Además, junto con una temática llena de valores humanos existe una clara referencia a lo sobrenatural –la única dimensión que da el verdadero sentido a este tiempo sagrado de Navidad–, en perfecta conjunción unos y otra, presentadas como realidades que no se excluyen mutuamente, antes bien inseparablemente unidas.
Este aspecto es el que me parece más significativo, aunque la crítica se haya fijado en otros ricos matices y contenidos.
El poder de la oración queda patente desde el comienzo de la proyección, en el momento en que los habitantes de un pequeño pueblo de Bedford Falls dirigen sus plegarias a Dios por George Bailey –en una extraordinaria interpretación de James Stewart–, para que pueda superar el duro trance que está atravesando.
El Señor, a su vez, llama a José –se sobreentiende que se trata del padre putativo de Jesús y esposo de María– para que envíe a un ángel “de segunda clase” –Clarence, que todavía ha de hacer méritos para “ganarse las alas”–, y sea éste quien logre salvarle la vida.
Antes de la intervención del ángel, se relata la ejemplaridad y generosidad de George, que pasa por la vida haciendo el bien: evita que su hermano pequeño se ahogue al sacarlo del río helado, por lo que pierde la audición en uno de sus oídos; salva a un niño del error del farmacéutico con quien trabajaba, que le suministró involuntariamente veneno; soporta de éste una paliza injusta y, pese a ello, le guarda lealtad; especialmente, defiende la compañía familiar de empréstitos, dirigida por su padre, con fines altruistas y sociales para ayudar a las personas del pueblo a las que los bancos no les conceden financiación; postula este modelo en contra del capitalismo codicioso y despiadado que ejerce el señor Potter, el verdadero dueño de la ciudad, luchando, pese a las adversidades, para no desaparecer, y así poder seguir ayudando a los más desfavorecidos.
Por diversas circunstancias la compañía familiar quiebra y George sucumbe a la tentación de la desesperación, que le hace perder el sentido de su vida hasta querer suicidarse.
Aquí es cuando aparece en escena el ángel enviado del Cielo, que traza un plan para salvar al protagonista, con unos deliciosos y divertidos diálogos que muestran la presencia real de su intervención sobrenatural en la vida ordinaria, concediéndole su deseo de no haber vivido.
Al final, George comprende que la mejor y más feliz vida es justamente la que tiene, pese a las enormes dificultades, por agobiantes que sean, y agradece y valora todo lo bueno que encierra.
Es un film emblemático del espíritu navideño que las programaciones televisivas no dejan de brindarnos en este tiempo. La difusión de esta obra magistral alcanzó aún un mayor impacto debido al error administrativo de la productora que no renovó los derechos de autor a mediados de los años setenta, con lo que su comercialización pasó a ser de dominio público.
Finalmente, se decidió en sede judicial que, a pesar de que la titular de los derechos no los renovara, las televisiones estaban obligadas a pagar ciertos royalties, lo cual no dejó de favorecer su propagación.
Es la película que más veces se ha emitido en todo el mundo durante estas fechas navideñas...
El mensaje que transmite está lleno de valores, de sentido positivo: representa el dilema y la lucha de toda persona entre el bien y el mal, encarna el espíritu de superación y trabajo en una sociedad en crisis y deprimida en plena segunda guerra mundial, la preocupación por los demás, la solidaridad y los buenos deseos; supone un canto a la amistad –“Nadie fracasa si tiene amigos”– y, especialmente, una invitación a amar apasionantemente la vida, pese a las reales e inevitables dificultades que entraña, con una conclusión llena de esperanza y plena vigencia en la vida cotidiana.
De ahí el empeño en recomendarla para estos días, porque es sumamente gratificante y aleccionadora, aunque ya se haya visto.
Alto es el contenido emotivo y dramático de las dos horas y diez minutos de metraje; sin embargo no peca de sensiblera o acaramelada, ni se hace larga o pesada, más bien al contrario.
Además, junto con una temática llena de valores humanos existe una clara referencia a lo sobrenatural –la única dimensión que da el verdadero sentido a este tiempo sagrado de Navidad–, en perfecta conjunción unos y otra, presentadas como realidades que no se excluyen mutuamente, antes bien inseparablemente unidas.
Este aspecto es el que me parece más significativo, aunque la crítica se haya fijado en otros ricos matices y contenidos.
El poder de la oración queda patente desde el comienzo de la proyección, en el momento en que los habitantes de un pequeño pueblo de Bedford Falls dirigen sus plegarias a Dios por George Bailey –en una extraordinaria interpretación de James Stewart–, para que pueda superar el duro trance que está atravesando.
El Señor, a su vez, llama a José –se sobreentiende que se trata del padre putativo de Jesús y esposo de María– para que envíe a un ángel “de segunda clase” –Clarence, que todavía ha de hacer méritos para “ganarse las alas”–, y sea éste quien logre salvarle la vida.
Antes de la intervención del ángel, se relata la ejemplaridad y generosidad de George, que pasa por la vida haciendo el bien: evita que su hermano pequeño se ahogue al sacarlo del río helado, por lo que pierde la audición en uno de sus oídos; salva a un niño del error del farmacéutico con quien trabajaba, que le suministró involuntariamente veneno; soporta de éste una paliza injusta y, pese a ello, le guarda lealtad; especialmente, defiende la compañía familiar de empréstitos, dirigida por su padre, con fines altruistas y sociales para ayudar a las personas del pueblo a las que los bancos no les conceden financiación; postula este modelo en contra del capitalismo codicioso y despiadado que ejerce el señor Potter, el verdadero dueño de la ciudad, luchando, pese a las adversidades, para no desaparecer, y así poder seguir ayudando a los más desfavorecidos.
Por diversas circunstancias la compañía familiar quiebra y George sucumbe a la tentación de la desesperación, que le hace perder el sentido de su vida hasta querer suicidarse.
Aquí es cuando aparece en escena el ángel enviado del Cielo, que traza un plan para salvar al protagonista, con unos deliciosos y divertidos diálogos que muestran la presencia real de su intervención sobrenatural en la vida ordinaria, concediéndole su deseo de no haber vivido.
Al final, George comprende que la mejor y más feliz vida es justamente la que tiene, pese a las enormes dificultades, por agobiantes que sean, y agradece y valora todo lo bueno que encierra.
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