Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El Nuevo Orden


Se diga o no, en el fondo, se está tratando de construir un mundo en el que ya no hay nada verdadero, ni bueno, ni valioso, ni justo en sí y por sí mismo

por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

Desde instancias influyentes se piensa y trabaja por un Nuevo Orden. Se pretende llevar a cabo, con implacable ingeniería social, un cambio cultural de gran envergadura, un gran proyecto para una nueva identidad. Se diga o no, en el fondo, se está tratando de construir un mundo en el que ya no hay nada verdadero, ni bueno, ni valioso, ni justo en sí y por sí mismo, nada trascendente, ni nadie que esté por encima de nosotros. El relativismo se adueña de la cultura y de las mentes.

 La negación de la verdad y del bien es el motor que impulsa un proceso de expulsión de Dios y de la religión del ámbito público. Si el bien y la verdad no pueden conocerse entonces sólo puede ligarse la ley a un sentido procedimental; esto es, la ley viene a ser una manera de entenderse los hombres, de vivir en comunidad sin matarse, de garantizar un marco donde cada individuo pueda realizar su «plan de vida» sin causar daño a los otros. Gracias a este primer paso –relativista– la religión queda reducida al ámbito de lo privado. Hay un segundo paso. La visión contractualista de la sociedad se vuelve absoluta. porque el Estado no tiene límites. No hay Dios, no hay ley natural, no hay ninguna verdad sobre el bien que esté encima de la voluntad del Estado. Es un Estado absoluto. La libertad del individuo es ilimitada según esta concepción filosófica. Cada hombre es libre para hacer lo que quiera. No hay ninguna ley superior que indique lo que se puede o no realizar. Sin embargo, para hacer posible la vida en la sociedad se realiza un pacto, a través del cual cedemos nuestros ilimitados derechos al Estado. Él velará para que estos ilimitados derechos se puedan cumplir asegurando al mismo tiempo solidaridad y seguridad.

Ahora bien, si no existe una verdad última, que guíe y oriente la acción política, las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas para fines de poder. El pluralismo supuestamente es aceptado, pero con la excepción de aquellos que creen conocer la verdad. Estos no pueden ser aceptados porque son un peligro para la democracia.

Esta situación es real, la tenemos instalada en ciertos ámbitos del poder, y se extiende, sobre todo entre los sectores jóvenes, ante la pasividad o la resignación, como si nada ocurriera. Lo que está en juego detrás de todo, lo digo una vez más, es un mundo con Dios o sin Dios. En esta ausencia de Dios se funda la crisis de nuestra cultura. Por lo mismo, sólo se superará tal crisis si desaparece ese «silencio o ausencia» de Dios, si el hombre vuelve a Dios, o si se le devuelve a Dios el lugar vital y central que le corresponde en el corazón, en el pensamiento y en la vida del hombre. No acuso a nadie; menos aún condeno a nadie –tampoco a la sociedad que tiene anchas espaldas–.

Sé que decir esto es nadar contracorriente, esto «no se lleva». Pero no puedo ni debo hablar con palabras aduladoras. Es mucho, es todo, lo que aquí se juega. No olvido a San Pablo, para quien «la verdad era demasiado grande como para estar dispuesto a sacrificarla en aras de un éxito externo. Para él, la verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado bien merecía la lucha, la persecución y el sufrimiento. Pero lo que le motivaba en lo más profundo era el hecho de ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a los demás este amor. San Pablo era un hombre capaz de amar, y todo su obrar y sufrir sólo se explican a partir de este centro». (Benedicto XVI).


* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

*Publicado en el diario La Razón


 

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