Martes, 24 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

La maternidad hoy es contracultural


por Josep Miró i Ardèvol

Opinión

¿Qué quiero decir con la afirmación de que la maternidad hoy es contracultural?

En 2016 se hizo famoso el vídeo de un diputado estatal alemán que comenzaba su intervención con un educado y formal saludo, “damas y caballeros” y proseguía con igual formalidad con un “queridos homosexuales, estimadas lesbianas, estimados andróginos, estimados bigénero, estimados hombres en mujeres, queridas mujeres en hombres, estimados de género variable, estimados gender-queer, queridos sin género, estimados no binarios […]” en un largo saludo de dos minutos en el que citaba decenas y decenas de identidades, en una intervención que, sin practicar ninguna crítica, parodiaba la perspectiva de género por el simple hecho de mostrar su exuberancia.

Las identidades de género son tan innumerables que ya se transcriben con las siglas LGTB+, y así, con el signo (+), no se olvidan y se evitan enredos. Pero, en la avalancha de identidades humanas (las más de 50 a las que te da opción Faceboock, las 37 Tinder, las 31 del Ayuntamiento de Nueva York, o solo las 4 de Wikipedia), no hay ni una que haga referencia a la maternidad (ni a la paternidad). En otras palabras, la maternidad, para la perspectiva de género, no significa ninguna identidad. Ser madre no dota de una identidad específica a la mujer.

En el mejor del caso, el gender considera que es una opción como otra. En realidad, rechaza la maternidad, porque fija o determina al hombre y a la mujer porque expresa la singularidad del engendrar, parir y amamantar, y a la vez, la complementariedad con el hombre; mientras que la ideología de género se fundamenta en que tal determinación natural no determina nada, sino que lo decisivo son las construcciones culturales de lo masculino y femenino y las diversas identidades polimórficas y cambiantes a voluntad. Pero ¡a ver quién hace una maternidad a partir de la construcción cultural!

Pero no es solo la perspectiva de género. También la concepción del actual feminismo tiene una fuerte componente antimaternal.

Es posible identificar en el feminismo cuatro concepciones diferentes que se extienden en el tiempo: como los estratos en la estructura geológica, las últimas se hacen más presentes, pero en el suelo, y permanecen todas, e incluso en algunos terrenos emergen las primeras.

Básicamente, el feminismo era la reivindicación de la igualdad de derechos civiles y políticos para la mujer: el derecho a la plena ciudadanía, una reivindicación colectiva que en ningún caso era contraria a la maternidad.

Pero ha surgido una segunda concepción de tipo individualista, gestada en los suburbios residenciales acomodados de los Estados Unidos, el de las mujeres WASP [White, Anglo-Saxon and Protestant: blancas, anglosajonas y protestantes] que leían a Betty Friedan y su obra La mística de la feminidad, en la que se reivindica la igualdad sexual con el hombre y que tiene en la liberación del embarazo su máxima expresión: nace el aborto como derecho que permite a la mujer equipararse con un hombre en las relaciones sexuales. Cuando este feminismo tomaba cuerpo, las píldoras para evitar el embarazo no estaban generalizadas. Lo extraño y digno de reflexión es que hoy, con tantas posibilidades de prevención y en plena crisis demográfica, el aborto sea “un derecho sexual”, que como toda idea ha comportado una consecuencia: la aniquilación del que ha de nacer. El no ser nada, a pesar de ser un ser humano en una determinada fase de evolución.

Una tercera concepción es la de la paridad asimétrica, que se compone de dos principios. Toda instancia de poder debe ser paritaria. Ya no se trata de la igualdad de oportunidades, sino de resultados, con independencia de las cualidades para alcanzarlos. Son las cuotas, las listas electorales cremallera, la paridad en los consejos administración y cargos directivos y titulaciones universitarias. Pero, atención, esta paridad solo funciona en relación a las mujeres, es asimétrica. Cuando son los hombres, entonces ya no hay fisura de género, y así no tiene importancia el predominio absoluto de chicos en el sistema educativo que abandonan, fracasan o se convierten en ni-ni [ni estudian ni trabajan]. Si fueran chicas, sería presentado como una consecuencia de la estructura patriarcal; como son chicos, no vale la pena remediar sus consecuencias.

El feminismo de la paridad se ha transformado en el feminismo supremacista, el woman power, que se caracteriza por dos máximas: lo que afirma una mujer en conflicto con un hombre siempre es verdad, y su acusación tiene el valor de una sentencia. El escándalo construido en torno al juez Kavanaugh es una gran demostración del poder de este feminismo, que liquida la presunción de inocencia y la necesidad de demostrar toda acusación. Tampoco es nada extraordinario: la ley catalana sobre las personas LGTBI establece a su favor la inversión de la carga de la prueba. El woman power actúa bajo el mismo criterio. También en este caso genera una mentalidad muy peligrosa para el Estado de derecho: la desaparición de la presunción de inocencia.

Estos feminismos son las formas concretas que adopta la perspectiva de género, que conducen siempre al mismo punto estratégico: el arrinconamiento de la maternidad, concebida como un estorbo; la relación entre hombre y mujer como un conflicto permanente; la imposibilidad de asentar sobre este conflicto una relación de pareja, de familia estable. Explicitar este trasfondo ayuda a entender dos cosas. Por qué el feminismo siempre ha marginado a la madre y a la mujer embarazada en sus reivindicaciones, siempre la ha conducido a abortar como única solución, como muestran de manera ejemplar todas las Administraciones públicas españolas, literalmente, al servicio, mande quien mande, de la perspectiva de género.

Y es que la maternidad, y con ella la familia, son contrarias a la idea de la realización femenina que promueve la perspectiva de género.

De ahí la importancia política que se da a la familia monoparental y a la inseminación de lesbianas y mujeres solas. Porque es el modelo que guarda más relación con el imaginario social del feminismo de género

En España, la ausencia de políticas favorables a la familia y maternidad se explica precisamente por la hegemonía política del feminismo de género.

En resumen:

1. La perspectiva de género es incompatible con una cultura de la maternidad. Lo es porque ella invalida aquella teoría. O la una, o la otra.

2. El feminismo, en su formulación actual de equiparación sexual, paridad asimétrica, supremacía woman power, crea también una mentalidad desfavorable a la maternidad.

3. El marco de referencia, es decir, aquel conjunto de ideas que, siendo hegemónicas, imponen una forma de pensar, juzgar y actuar, incluso sin ser conscientes, tiene en la perspectiva de género y el feminismo de género una componente fundamental.

4. Esta componente es tan esencial que, en el caso español, la perspectiva y el feminismo gender se ha convertido en ideología de Estado.

Vivimos una batalla entre una hegemonía cultural y la tendencia natural de la mujer a ser madre. Hasta día de hoy, las madres y padres, por lo tanto las familias y con ellas el futuro de la sociedad, el progreso económico y el bienestar, van perdiendo.

La pregunta es si es posible cambiar la situación.

Por esta razón y por sus ramificaciones y consecuencias múltiples sobre el cristianismo, la moral, la justicia y la libertad, las instituciones políticas, el bienestar y el progreso económico, construir un nuevo marco de referencia que dé batalla a la perspectiva y al feminismo de género es hoy una de las prioridades en la reflexión y la acción de e-Cristians.

Publicado en ForumLibertas. El texto se corresponde con la intervención del autor en la Jornada "¿Por qué las mujeres y las familias tienen pocos hijos?" organizada por la Plataforma per la Família Catalunya-ONU el 10 de octubre de 2018.

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