Panegírico de un cura joven de Palencia
Durante los robados, por el Covid, meses de marzo y abril, en la Casa Sacerdotal de la Diócesis de Palencia se sufrió de pleno la epidemia. Con su obispo ingresado por la misma causa, casi el 50% de los ancianos sacerdotes da positivo. Finalmente fallecerán tres mayores. La UME se ve obligada a desinfectar las instalaciones. Buena parte de sus cuidadores son confinados.
Acuciado por la situación, el director de la Casa solicita ayuda. Envía un correo a sacerdotes diocesanos sin ahorrarles detalles: se trata de una situación muy grave y no puede garantizar nada. No se sabe bien, aún, cómo actúa el virus y las posibilidades de contagio son grandes.
Un joven cura recibe este correo. Natural de Palencia capital, comprometido con sus hermanos, al día siguiente llama para ofrecerse. No tardan en aceptar su presencia. Durante muchos días comparte con los afectados su incertidumbre. Atención a cualquier hora del día y la noche, traslados al hospital, vigilancia, confesiones... Algunos de los residentes tienen la cabeza perdida debido a la edad. Pasan días estresantes. Termina agotado.
Su nombre es Álvaro. He conocido su historia hace poco y pensé en guardarla en el silencio de las cosas escondidas. Pero hoy alguien cercano me mandó uno de esos whatsapp que circulan: "Cura, buena salida laboral: sueldo, comida y alojamiento asegurado. Requisitos de acceso: mínimos. Vida sencilla, sin sobresaltos, monacal, austera. Posibilidades de ascenso. Trabajo fijo. Aceptación social en el pueblo/aldea de turno. Lo del celibato, única desventaja". Y me vino Álvaro a la cabeza.
Sí. Los juicios negativos se propalan como una peste. El bien, sin embargo, es discreto y no espera recompensas. Yo escribo este panegírico sobre Álvaro sin pedirle permiso. Sé que no querría que se supiera. Así actúan los hombres buenos, sin cálculo de ventajas.
No soy diocesano de Palencia, pero no estaría mal que se supiera de qué "masa y nobleza" están hechos algunos de sus curas. La que fuera el semillero de España, la cuna de cientos y cientos de misioneros, ahora padece escasez de vocaciones. Pero ya veis: las que han surgido estos años, son de oro bruñido.
Me basta con releer en el evangelio la parábola del sembrador. Es cierto. Junto al camino que atraviesa Palencia (el de Santiago, obviamente un camino castellano) cayeron muchas semillas. No brotaron, no dieron fruto. Se las comieron los negros pájaros.
Otra parte cayó sobre piedras; y nacida, se secó, porque no tenía humedad. En Palencia -como en otras partes-, los que olvidaron el amor primero y la fuente que es Cristo.
Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron. Así ha ocurrido: algunos se han empeñado en criticar y malmeter a los sacerdotes que no seguían las consignas. Ni comen ni dejan comer.
Pero ha habido semillas en tierra buena. Esa que da ciento por uno.
Contra la potencia de la Palabra de Dios nada se opone. Yo soy optimista. ¿O acaso me equivoco?
Ignacio Monar García es profesor de instituto de Filosofía, laico agustino en la Fraternidad del Monasterio de la Conversión y miembro de escritores.red.