Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Cristo, Rey, Señor de la Historia y Cabeza de su Iglesia


Tras el Con­ci­lio Va­ti­cano II al­gu­nos es­ta­ban con­ven­ci­dos de que todo fue­se nue­vo, que hu­bie­se otra Igle­sia, que la Igle­sia pre­con­ci­liar hu­bie­se aca­ba­do y que ten­dría­mos otra, to­tal­men­te "otra".

por Monseñor Rafael Zornoza

Opinión

Qui­zás sea útil de­cir que tam­bién hoy exis­ten vi­sio­nes se­gún las cua­les toda la his­to­ria de la Igle­sia en el se­gun­do mi­le­nio ha­bría sido un oca­so per­ma­nen­te. En reali­dad, de­be­mos re­pe­tir que Ope­ra Ch­ris­ti non de­fi­ciunt, sed pro­fi­ciunt, esto es, las obras de Cris­to no van ha­cia atrás, sino que pro­gre­san (San Bue­na­ven­tu­ra). ¿Qué se­ría la Igle­sia sin la nue­va es­pi­ri­tua­li­dad de los cis­ter­cien­ses, de los fran­cis­ca­nos y do­mi­ni­cos, de la es­pi­ri­tua­li­dad de San­ta Te­re­sa de Ávila y de San Juan de la Cruz, etc.? Tam­bién hoy vale este cri­te­rio para ha­cer el ne­ce­sa­rio dis­cer­ni­mien­to y rea­lis­ta so­bre la aper­tu­ra a los nue­vos ca­ris­mas da­dos por Cris­to, en el Es­pí­ri­tu San­to, a su Igle­sia.

Y mien­tras al­gu­nos re­pi­ten esta idea del oca­so, otros de­fien­den un “uto­pis­mo es­pi­ri­tua­lis­ta”. Sa­be­mos cier­ta­men­te que tras el Con­ci­lio Va­ti­cano II al­gu­nos es­ta­ban con­ven­ci­dos de que todo fue­se nue­vo, que hu­bie­se otra Igle­sia, que la Igle­sia pre­con­ci­liar hu­bie­se aca­ba­do y que ten­dría­mos otra, to­tal­men­te “otra”. ¡Un uto­pis­mo anár­qui­co! Gra­cias a Dios los sa­bios pon­tí­fi­ces el Papa Pa­blo VI y el Papa Juan Pa­blo II, por una par­te de­fen­die­ron la no­ve­dad del Con­ci­lio y por la otra, al mis­mo tiem­po, de­fen­die­ron la uni­ci­dad y la con­ti­nui­dad de la Igle­sia, que es siem­pre Igle­sia de pe­ca­do­res y siem­pre lu­gar de Gra­cia.

La his­to­ria de la Igle­sia es mis­te­rio, esto es, un dra­ma en el que hay siem­pre un con­flic­to en cur­so. Pero nues­tras ac­cio­nes im­por­tan. De­be­mos re­des­cu­brir hoy la li­ber­tad, la res­pon­sa­bi­li­dad en el dra­ma de la his­to­ria, para ac­tuar siem­pre con el au­xi­lio de Dios que nos acom­pa­ña, pues Cris­to es Se­ñor de la His­to­ria y Ca­be­za de su Igle­sia. 

A no­so­tros nos co­rres­pon­de ha­cer lo que hi­cie­ron los san­tos. La vida de cada uno de ellos es un himno a la ca­ri­dad, un can­to vivo al amor de Dios. Esto nos re­cuer­da el va­lor de la ca­ri­dad como mo­tor in­terno de la Igle­sia en la vida per­so­nal, ecle­sial y so­cial (ca­ri­dad po­lí­ti­ca). Al fi­nal, cuan­do nos en­con­tra­re­mos cara a cara con Dios, to­dos los de­más do­nes des­fa­lle­ce­rán; el úni­co que per­ma­ne­ce­rá para siem­pre será la ca­ri­dad (Cf. 1 Co­rin­tios 13,4-7), pues Dios es amor y no­so­tros se­re­mos se­me­jan­tes a Él, en co­mu­nión per­fec­ta con Él. La ca­ri­dad, dis­tin­ti­vo del cris­tiano, es la sín­te­sis de toda su vida: de lo que cree y de lo que hace.
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