La Iglesia, ante una emergencia histórica
Si la Iglesia renuncia a la evangelización, autocensurándose, por un falso sentido de la oportunidad (una cosa es la inteligencia y otra la ocultación o el olvido), deja de ser fermento de cultura.
En España, el Congreso puede aprobar la iniciativa de Podemos de establecer una ley que, bajo la etiqueta de la no discriminación de las personas LGBTI, en realidad sea -por su actual contenido- una ley de privilegios, copiando casi literalmente la ley que ya aprobó el Parlamento de Cataluña, dando un paso más en la conversión de la perspectiva de género en ideología de estado.
En Europa una serie de personalidades como Rémi Brague, Philippe Bénéton y Roger Escruton han realizado un extenso llamamiento Una Europa en la que podemos creer, para superar la crítica situación en la que se encuentra este hogar común. Nunca como hoy la pugna entre proyectos antropológicos, morales y culturales radicalmente distintos, mucho más inefables que cuando el comunismo, ha alcanzado una dimensión tan grande, porque ya afecta a las leyes, a los derechos de las personas. Es una cuestión sobre todo “occidental”, pero que se extiende por América Latina, Australia y Nueva Zelanda, en el otro extremo del mundo.
Ante esta situación, la Iglesia sale al encuentro concreto de todas las personas que sufren, sin excepción. Esta es una de sus tareas fundamentales, y el Papa no se cansa de reiterarlo.
Es fundamental, pero no es la única. La principal es anunciar la buena nueva de Jesucristo, propiciar la experiencia del encuentro con Él, conducir al hombre ante el asombro de lo sagrado. Evangelizar bien, en definitiva. Hacerlo no solo con palabras sino con hechos y actuaciones. El islam misiona sus comunidades en Europa, sobre todo el salafismo; la Iglesia hace tiempo que se ha olvidado de esta -su práctica por antonomasia- tarea, sumergida en la rutina parroquial. Este mensaje de seguimiento de Jesucristo solo es posible por determinadas vías que se realizan en el acto humano, son las que la Iglesia prescribe y las que determinan su papel histórico, en el escenario histórico.
De estas dos misiones, en su desarrollo doctrinal y práctico, ha surgido una cultura universal, que es la matriz de Europa, y permea en un grado variable las distintas grandes culturas del mundo.
Si la Iglesia renuncia a la evangelización, autocensurándose, por un falso sentido de la oportunidad (una cosa es la inteligencia y otra la ocultación o el olvido), deja de ser fermento de cultura. Si no sitúa a Jesucristo en el centro del escenario, de la plaza, de la escuela, de la vida en definitiva, y solo lo mantiene segregado en las cuatro paredes de los oficios, si abandona la presencia de su concepción cultural, moral y antropológica, o hace trampas al solitario como la que han practicado dos obispos australianos intentando colar gato por liebre. Si incurre en el mirar hacia otro lado y deja que el poder civil arrumbe con los fundamentos que hacen comprensible la fe; si presenta un Jesucristo de plastilina, donde nunca hay exigencia hacia la comunidad, mas allá de la justicia social, o incluso sin ella, por un falso sentido de la “oportunidad”; si confunde al Pueblo de Dios con mensajes nada claros; si la compresión de cada pecador se convierte en relativismo en torno al pecado… Si hace todo esto, entonces la parte de la Iglesia afectada por esta deserción se transformará en una higuera estéril y será arrojada al desván de la historia.
Publicado en Forum Libertas.
En Europa una serie de personalidades como Rémi Brague, Philippe Bénéton y Roger Escruton han realizado un extenso llamamiento Una Europa en la que podemos creer, para superar la crítica situación en la que se encuentra este hogar común. Nunca como hoy la pugna entre proyectos antropológicos, morales y culturales radicalmente distintos, mucho más inefables que cuando el comunismo, ha alcanzado una dimensión tan grande, porque ya afecta a las leyes, a los derechos de las personas. Es una cuestión sobre todo “occidental”, pero que se extiende por América Latina, Australia y Nueva Zelanda, en el otro extremo del mundo.
Ante esta situación, la Iglesia sale al encuentro concreto de todas las personas que sufren, sin excepción. Esta es una de sus tareas fundamentales, y el Papa no se cansa de reiterarlo.
Es fundamental, pero no es la única. La principal es anunciar la buena nueva de Jesucristo, propiciar la experiencia del encuentro con Él, conducir al hombre ante el asombro de lo sagrado. Evangelizar bien, en definitiva. Hacerlo no solo con palabras sino con hechos y actuaciones. El islam misiona sus comunidades en Europa, sobre todo el salafismo; la Iglesia hace tiempo que se ha olvidado de esta -su práctica por antonomasia- tarea, sumergida en la rutina parroquial. Este mensaje de seguimiento de Jesucristo solo es posible por determinadas vías que se realizan en el acto humano, son las que la Iglesia prescribe y las que determinan su papel histórico, en el escenario histórico.
De estas dos misiones, en su desarrollo doctrinal y práctico, ha surgido una cultura universal, que es la matriz de Europa, y permea en un grado variable las distintas grandes culturas del mundo.
Si la Iglesia renuncia a la evangelización, autocensurándose, por un falso sentido de la oportunidad (una cosa es la inteligencia y otra la ocultación o el olvido), deja de ser fermento de cultura. Si no sitúa a Jesucristo en el centro del escenario, de la plaza, de la escuela, de la vida en definitiva, y solo lo mantiene segregado en las cuatro paredes de los oficios, si abandona la presencia de su concepción cultural, moral y antropológica, o hace trampas al solitario como la que han practicado dos obispos australianos intentando colar gato por liebre. Si incurre en el mirar hacia otro lado y deja que el poder civil arrumbe con los fundamentos que hacen comprensible la fe; si presenta un Jesucristo de plastilina, donde nunca hay exigencia hacia la comunidad, mas allá de la justicia social, o incluso sin ella, por un falso sentido de la “oportunidad”; si confunde al Pueblo de Dios con mensajes nada claros; si la compresión de cada pecador se convierte en relativismo en torno al pecado… Si hace todo esto, entonces la parte de la Iglesia afectada por esta deserción se transformará en una higuera estéril y será arrojada al desván de la historia.
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