La Iglesia niña de Laos
Aquel fue un tiempo de sufrimiento material que le llevó a adelgazar mucho: "No podíamos celebrar misa pero nosotros mismos éramos un sacrificio vivo que agradaba a Dios", ha comentado el que ahora es obispo de Paksé.
por José Luis Restán
Todavía recuerdo las escenas en la pequeña televisión en blanco y negro, a mediados de los 70 del pasado siglo, que nos trasladaban la crueldad de la guerra en Indochina. Entre los diversos nombres que se agolpan en la memoria recuerdo el del Pathet Lao, el movimiento comunista que era reflejo del Viet Cong en Laos. Allí se dilucidaba un fragmento de la guerra entre Occidente y el comunismo, pero entonces poco sabíamos por estos lares sobre el sufrimiento que todo eso supuso para los católicos de aquellos países. Todo esto viene a cuento de que el próximo 28 de junio, por primera vez en la historia, será agregado al colegio de los cardenales un laosiano, Louis-Marie Ling.
Francisco ya nos tiene acostumbrados a sus sorpresas, pero ésta parecía superior, dado que la comunidad católica en ese país apenas alcanza el 1% de la población, unas 70.000 personas. Sin embargo no ha sido difícil atar cabos. A finales de enero de este año los obispos de Camboya y Laos realizaron la preceptiva visita ad limina y fueron recibidos por el Papa. Francisco confesó la profunda conmoción que había experimentado al escuchar algunos de los testimonios de los obispos laosianos que habían sufrido cárcel por su fidelidad al Evangelio. Uno de ellos, Tito Banchong, tras salir de la cárcel en el año 2000, emprendió la búsqueda de los cristianos dispersos puerta a puerta. Los que habían sobrevivido a las purgas del Pathet Lao se habían refugiado en las aldeas de las montañas, no tenían iglesias ni podían celebrar los sacramentos. Cuando se enteraron de que había vuelto un sacerdote bajaron para que los bendijera y para confesar su fe, que había permanecido intacta.
El otro obispo que contó su historia a Francisco era Louis-Marie Ling que, como el anterior, sufrió prisión durante los años duros del comunismo. Él mismo relató en Roma que aquel fue un tiempo de sufrimiento material que le llevó a adelgazar mucho: “No podíamos celebrar misa pero nosotros mismos éramos un sacrificio vivo que agradaba a Dios”, ha comentado el que ahora es obispo de Paksé, en el centro del país, donde guía a 15.000 fieles. El lema que eligió para su ordenación episcopal es Todo lo que tengo es tuyo, y expresa bien su propia conciencia y la de la “Iglesia niña de Laos”, como a él le gusta definirla, una Iglesia volcada en el primer anuncio, especialmente dirigido a las tribus de religión animista.
El ya inminente cardenal nació en las montañas y su padre murió cuando sólo tenía 10 meses. En una reciente entrevista ha recordado la pobreza en que vivía su familia, y que para ir a la escuela tenía que caminar seis kilómetros cada día. Sin embargo su obispo logró enviarle a estudiar a Canadá, y a la vuelta pronto fue nombrado vicario de la capital, Vientián, lo que le colocó en el foco de las autoridades y le condujo a la cárcel. Pero de su boca no sale un reproche.
A Louis Marie Ling no le falta humor cuando describe las carencias de personal de la Iglesia laosiana. Cuenta que en Paksé, cuando comenzó su episcopado, disponía de “un sacerdote y medio” y que, después de catorce años de duro trabajo, ahora cuenta con seis. Su problema es bien distinto al de sus vecinos vietnamitas, país que visita de vez en cuando, que deben rechazar peticiones de entrada en los seminarios por falta de recursos para formar a los nuevos sacerdotes. Sin embargo se le dibuja en seguida una sonrisa cuando habla de la bella experiencia de sus catequistas casados, verdaderos misioneros que van a vivir en las aldeas y se convierten en la raíz de la evangelización
Hace apenas unos meses, en diciembre de 2016, pudo celebrarse en la catedral del Sagrado Corazón de Vientián la beatificación de 17 mártires laosianos del período entre 1954 y 1970. Fue una auténtica fiesta para los católicos del país, estuvieron presentes algunos familiares de los mártires y las autoridades, herederas del Pathet Lao, acudieron y se sentaron en las primeras filas.
El futuro cardenal Ling considera que la pequeña comunidad católica en Laos es una obra del Espíritu Santo, y que el futuro está lleno de esperanza. Y parece que Francisco opina lo mismo. Al salir de aquella audiencia en enero comentó que “la mayor fuerza de la Iglesia hoy está en las pequeñas iglesias, con poca gente, perseguida, con sus obispos en las cárceles. Esta es nuestra gloria y nuestra fuerza hoy”. Y lo quiere hacer patente a todo el mundo con la imposición del birrete rojo a un laosiano.
Publicado en Páginas Digital.
Francisco ya nos tiene acostumbrados a sus sorpresas, pero ésta parecía superior, dado que la comunidad católica en ese país apenas alcanza el 1% de la población, unas 70.000 personas. Sin embargo no ha sido difícil atar cabos. A finales de enero de este año los obispos de Camboya y Laos realizaron la preceptiva visita ad limina y fueron recibidos por el Papa. Francisco confesó la profunda conmoción que había experimentado al escuchar algunos de los testimonios de los obispos laosianos que habían sufrido cárcel por su fidelidad al Evangelio. Uno de ellos, Tito Banchong, tras salir de la cárcel en el año 2000, emprendió la búsqueda de los cristianos dispersos puerta a puerta. Los que habían sobrevivido a las purgas del Pathet Lao se habían refugiado en las aldeas de las montañas, no tenían iglesias ni podían celebrar los sacramentos. Cuando se enteraron de que había vuelto un sacerdote bajaron para que los bendijera y para confesar su fe, que había permanecido intacta.
El otro obispo que contó su historia a Francisco era Louis-Marie Ling que, como el anterior, sufrió prisión durante los años duros del comunismo. Él mismo relató en Roma que aquel fue un tiempo de sufrimiento material que le llevó a adelgazar mucho: “No podíamos celebrar misa pero nosotros mismos éramos un sacrificio vivo que agradaba a Dios”, ha comentado el que ahora es obispo de Paksé, en el centro del país, donde guía a 15.000 fieles. El lema que eligió para su ordenación episcopal es Todo lo que tengo es tuyo, y expresa bien su propia conciencia y la de la “Iglesia niña de Laos”, como a él le gusta definirla, una Iglesia volcada en el primer anuncio, especialmente dirigido a las tribus de religión animista.
El ya inminente cardenal nació en las montañas y su padre murió cuando sólo tenía 10 meses. En una reciente entrevista ha recordado la pobreza en que vivía su familia, y que para ir a la escuela tenía que caminar seis kilómetros cada día. Sin embargo su obispo logró enviarle a estudiar a Canadá, y a la vuelta pronto fue nombrado vicario de la capital, Vientián, lo que le colocó en el foco de las autoridades y le condujo a la cárcel. Pero de su boca no sale un reproche.
A Louis Marie Ling no le falta humor cuando describe las carencias de personal de la Iglesia laosiana. Cuenta que en Paksé, cuando comenzó su episcopado, disponía de “un sacerdote y medio” y que, después de catorce años de duro trabajo, ahora cuenta con seis. Su problema es bien distinto al de sus vecinos vietnamitas, país que visita de vez en cuando, que deben rechazar peticiones de entrada en los seminarios por falta de recursos para formar a los nuevos sacerdotes. Sin embargo se le dibuja en seguida una sonrisa cuando habla de la bella experiencia de sus catequistas casados, verdaderos misioneros que van a vivir en las aldeas y se convierten en la raíz de la evangelización
Hace apenas unos meses, en diciembre de 2016, pudo celebrarse en la catedral del Sagrado Corazón de Vientián la beatificación de 17 mártires laosianos del período entre 1954 y 1970. Fue una auténtica fiesta para los católicos del país, estuvieron presentes algunos familiares de los mártires y las autoridades, herederas del Pathet Lao, acudieron y se sentaron en las primeras filas.
El futuro cardenal Ling considera que la pequeña comunidad católica en Laos es una obra del Espíritu Santo, y que el futuro está lleno de esperanza. Y parece que Francisco opina lo mismo. Al salir de aquella audiencia en enero comentó que “la mayor fuerza de la Iglesia hoy está en las pequeñas iglesias, con poca gente, perseguida, con sus obispos en las cárceles. Esta es nuestra gloria y nuestra fuerza hoy”. Y lo quiere hacer patente a todo el mundo con la imposición del birrete rojo a un laosiano.
Publicado en Páginas Digital.
Comentarios