Dios, el gran olvidado
En su libro Tratado de ateología, Michel Onfray escribe que el ateísmo se basa en la indemostrabilidad de la existencia de Dios. Lo menos que puede decirse es que esta forma de pensar no aporta mucho. Si vamos por ese camino, si uno se contenta con semejante “argumento”, ¿por qué no podría un cristiano responderle que el teísmo se basa en la indemostrabilidad de la inexistencia de Dios?
Sin darse cuenta, Onfray hace un acto de fe, uno de esos actos que lleva a cabo cada día cuando coge su vehículo sin disponer de la prueba formal de que no sufrirá un accidente, o cuando ingiere un alimento sin disponer de la prueba de que no ha sido envenenado.
Se me dirá que es quien afirma la existencia de una cosa quien debe aportar las pruebas. Totalmente de acuerdo... si nos quedamos en ejemplos simplistas, del estilo de que el universo ha sido creado por un elefante rosa. Pero cuando uno se encuentra ante un reloj, ¿acaso es el que cree que ha sido construido por un relojero quien debe aportar la prueba? ¿No debería más bien aportarla quien crea que no ha sido así, sino que proviene del azar? Del mismo modo, mientras que puedo aceptar con facilidad que un mecánico puede construir un motor, me resulta imposible pensar que un motor pueda fabricar a un mecánico, o un mueble fabricar a un carpintero. Esto es, si embargo, lo que tendría que creer si no estuviera convencido de que Dios existe. La simple lógica me lleva a pensar que quien tiene la conciencia de ser solo puede venir de Quien es la conciencia de ser, y que quien tiene vida, pensamiento y sed de lo absoluto o de amor, solo puede venir de Quien es, en palabras de Santo Tomás de Aquino, “la totalidad viviente de aquello que atrae a nuestro corazón”.
Ojalá nuestro mundo, basado sobre el materialismo, no olvide esto. Ojalá los hombres redescubran a Aquel que es el único que puede responder a sus aspiraciones más profundas.
Publicado en el blog del autor.
Traducción de Carmelo López-Arias.