El gran tesoro de la Iglesia: la Eucaristía
Estamos de Corpus toda la semana. La fiesta corresponde a uno de esos jueves que relucen más que el sol, y en la totalidad del suelo español ha sido trasladada al domingo. Pero en bastantes lugares sigue celebrándose el jueves: en Sevilla, en Granada, en Toledo, etc. Dentro de nuestra diócesis de Córdoba, en Priego. Es la fiesta del Señor, es la fiesta del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor.
Todos recordamos nuestra primera comunión. Qué alegría tan grande en el corazón de un niño, recibir a Jesús en persona para hacerse amigo suyo para siempre. Y después las comuniones de los jóvenes, donde se descubre la amistad con Jesús como el amigo que nunca falla y la fuerza para crecer en todas las virtudes. Y las comuniones de los esposos, donde aprenden a darse el uno al otro como Cristo se da a su Iglesia, incluso corporalmente, esponsalmente. Y las comuniones de los enfermos, cuánto consuelo de Dios en los momentos de dolor, abrazando a Cristo que ha sufrido hasta la muerte de cruz. Y la comunión de los ancianos, recibida muchas veces en la propia casa, cuando van faltando las fuerzas. Pero el más precioso de los momentos es la comunión recibida como viático en el tramo final, en las vísperas de la propia muerte. De mis años de párroco recuerdo tantos momentos y tantos moribundos, a los que la comunión eucarística les ha hecho inmensamente felices y les ha hecho desear ese abrazo eterno con Jesús cuando se ha roto el velo de su carne. Me emociona profundamente recordar a esas personas, que ya están gozando de Dios cara a cara.
Verdaderamente la Eucaristía es un tesoro inmenso. Qué bien inventada está. Sólo a Dios podía ocurrírsele este invento. Jesús elevado junto a su Padre en el cielo y, al mismo tiempo, presente, cercano a nosotros hasta poderlo tocar. Y con el Hijo Jesucristo, las Personas divinas del Padre y del Espíritu Santo. Todo Dios puesto al alcance de nuestra vista, contemporáneo a nosotros.
En la Eucaristía viene hasta nosotros el sacrificio redentor de Cristo en la Cruz. Irrepetible. Pero accesible en todos los lugares de la tierra donde se celebra la Santa Misa. Miles, millones y millones de Eucaristías por todo el mundo, y durante dos mil años. Es asombroso. Y viene glorioso, mostrándonos sus llagas como un trofeo de victoria. “Ya ves, estuve muerto y ahora vivo por los siglos” (Ap 1,18). El mismísimo Jesús, a quienes los apóstoles conocieron, se acerca hasta nosotros en vivo y en directo. Como un chorro permanente de Espíritu Santo para quien se acerca a beber de él.
Cuánto consuelo y compañía a lo largo de los tiempos. Estar con Jesús, eso es el cielo. Estar con Jesús, ya en la tierra, es un adelanto del cielo. Va extendiéndose más y más en nuestro tiempo la práctica de la adoración eucarística, y a los jóvenes los engancha especialmente. No puede faltar en las Jornadas Mundiales de la Juventud, no falta en las convivencias juveniles. Ahí están las “adoraciones perpetuas” en tantos lugares, que van difundiéndose por doquier las 24 horas del día los 365 días del año. Y que tienen que extenderse mucho más en toda población de más de quince mil habitantes.
Por eso, en este día del Corpus vamos en procesión con el Señor por nuestras calles y plazas. Y hacemos fiesta grande, porque quisiéramos mostrar al mundo entero cuál es nuestro tesoro, nuestro único tesoro: Jesucristo contenido en esa hostia blanca, que oculta y acerca hasta nosotros al mismo Dios. Por eso, se han fabricado con arte esas preciosas custodias u ostensorios, que son un joyero de la joya más grande. De metal precioso, con piedras preciosas, con filigranas de arte flamígero para que viendo visiblemente tales joyas nos transportemos al amor de la Joya invisible, Jesucristo. Qué alegría tan grande esta manifestación pública del Señor Sacramentado, que gozo tan inmenso tenerlo cerca en el silencio de nuestros templos u oratorios. Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor, Dios está aquí; venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor.
Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.
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