«Ad Orientem»: una propuesta de reforma social
La muerte de Benedicto XVI ha causado una numerosa producción escrita en diversos formatos. La columna de opinión es uno de ellos. Me interesa destacar, ahora, Benedicto devolvió a los hombres y a la Iglesia a la centralidad de Dios de Luisella Scrosati.
Como conclusión de la nota, afirma Scrosati: “El Papa Benedicto nos tomó de la mano y nos indicó la única solución para la felicidad humana y el nuevo florecimiento de la Iglesia: Dios en el centro de la liturgia, la liturgia en el centro de la Iglesia, la Iglesia en el centro del mundo...”
Esta afirmación a la que arriba la autora es la que me interesa para desarrollar la idea de la presente nota.
Al momento de explicar la existencia de las sucesivas “cuestiones sociales”, los documentos de la Iglesia en general y, en particular los pontificios, suelen apuntar el olvido de Dios y de su ley como causa.
Brevitatis causa, a partir de lo dicho me interesaría apuntar una propuesta concreta y no exclusiva en vistas a una auténtica reforma social -demás está decir que el catolicismo es recapitulador (cf. Ef 1, 10) y no revolucionario, como se oye con alguna frecuencia-. Se trata de la celebración ad Orientem.
Si se recuerda la sobria y certera síntesis que formula Luisella Scrosati del pensamiento de Ratzinger/Benedicto XVI (“El Papa Benedicto nos tomó de la mano y nos indicó la única solución para la felicidad humana y el nuevo florecimiento de la Iglesia: Dios en el centro de la liturgia, la liturgia en el centro de la Iglesia , la Iglesia en el centro del mundo", negritas mías), no se puede sino concluir que, para “reformar el mundo” -el humano, redimido por Cristo y que es el teatro del combate entre Dios y el diablo-, se debe “volver a Dios” y “volverse a Dios”.
Entre Dios y el mundo, se ubican la Liturgia y la Iglesia. También brevitatis causa, puede apuntarse que “la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor. Por su parte, la Liturgia misma impulsa a los fieles a que, saciados «con los sacramentos pascuales», sean «concordes en la piedad»; ruega a Dios que «conserven en su vida lo que recibieron en la fe», y la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin” (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 10).
Teniendo en cuenta lo dicho, la celebración de la Santa Misa ad Orientem, además del significado litúrgico propio que tiene, simboliza, en lo que se refiere a la vida social -incluida la política-, la centralidad de Dios. En torno a Él como “principio y fundamento” de toda la creación visible e invisible, debe edificarse la ciudad temporal en orden a la consecución de la vida eterna.
Estas consideraciones, por cierto, pueden sonar a “escándalo y locura” en un mundo sumergido en el secularismo, que ha dejado de ser cristiano hace rato. Este escándalo y locura, a su vez, podría comprobarse tanto en el ámbito civil como en el de cierto catolicismo que ha hecho suyo el naturalismo como mentalidad. Naturalismo que, en el menos equivocado de los casos, aspira a animar la vida social con un espíritu filantrópico en el que la caridad cristiana queda desfigurada como vago humanitarismo. Según esta mentalidad, la denominada “Civilización del Amor” quedaría vaciada del específico espíritu cristiano olvidando el mandato de Cristo a los apóstoles: “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (Mt 28, 19-20).
He dicho que se trata de una propuesta concreta pero no exclusiva. Efectivamente, las “cuestiones sociales” deben ser consideradas y juzgadas de acuerdo a la Revelación divina recibida en depósito por la Iglesia. En este sentido, la Doctrina Social de la Iglesia, “construida sobre el fundamento transmitido por los Apóstoles a los Padres de la Iglesia y acogido y profundizado después por los grandes Doctores cristianos” (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, 29 de junio de 2012, 12), es la que proporciona la respuesta adecuada para resolverlas. Sucede que también es cierto aquel aforismo tradicional que afirma: lex orandi, lex credendi. De este modo, debido al carácter orgánico del Catolicismo, la Doctrina Social se nutre, de modo coherente, con la vida de oración de la misma Iglesia, conforme, conviene recordarlo, a la Revelación divina.
De este modo puede comprobarse, como afirman Scott Hahn y Brandon McGinley en Es justo y necesario, que el futuro de la civilización depende de la religión verdadera.
Volver y volverse a Dios. He aquí un programa de auténtica reforma social inspirado en el Evangelio recibido y custodiado por la Iglesia de Cristo para la salvación del mundo.
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