De los climas y los cambios
Estamos en estos días con el rebufo de esa cita mundial en Madrid sobre el cambio climático de marras, con toda su carga de preocupación razonable que compartimos los cristianos, y con toda esa otra carga también de demagogia infumable que se esconde tras algunas de sus manifestaciones, pregones y proclamas. Está de moda la ecología, y nuestra generación participa de esta creciente sensibilidad hacia la creación viendo en ella una naturaleza a admirar, a cuidar, a agradecer… según sea la mirada de quienes se asoman a ella. Pero no todas esas miradas ecológicas tienen una idéntica perspectiva. Desde quienes utilizan su compromiso ecológico como una herramienta antisistema que horada los gobiernos y los poderes varios, a quienes se dejan zambullir en una belleza arcaica y natural buscando en ella el placer estético como alternativa de sosiego, hasta quienes descubren en esa maravilla no sólo el encanto natural que de suyo tiene y la preocupación que nos suscita, sino que entrevén la huella del Creador que ha dejado firmada en la creación regalada tan gratuitamente por Él.
Ya el Papa Francisco escribió hace unos años una encíclica dedicada al tema de la creación, la naturaleza, la ecología, tomando por nombre el estribillo del Cántico de las Criaturas que compusiera San Francisco de Asís: “Laudato sii, Signore” (Alabado seas, Señor). Dios hizo la creación y llamó a San Francisco para cantarla y contarla de otra manera original e inédita como nunca antes habíamos encontrado en autores cristianos o fuera de nuestra tradición religiosa. El texto de ambos “Franciscos” (el santo y el Papa), no es un simple refrendo ecologista más ante los cambios varios y los diversos climas. No se trata de un canto bucólico que se rinde ante una retórica esteticista que no sabe de compromiso.
Dice el Papa sobre la creación que «esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes». Pero no se aboga por un romanticismo ecológico que tuviera la impostura máxima de querer defender la naturaleza, por una parte, justificando por otra el aborto de los niños, la eutanasia de los ancianos y enfermos y desproteger a los seres débiles que nos rodean, y prescindiendo del embrión humano como desechable.
Formamos parte de un sueño de Dios, fuimos eternamente pensados y queridos por Él como criaturas distintas de una creación bella y bondadosa. Dice Francisco conmovido: «¡Qué maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El Creador puede decir a cada uno de nosotros: “Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía”. Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”».
Todos estamos comprometidos, creyentes y no creyentes, quienes tienen una responsabilidad política y cuantos vivimos la fe con una espiritualidad que genera una nueva cultura. Alabado seas, mi Señor, por la vida que nos das, por los ojos para contemplarla, por el corazón que nos mueve a cuidarla y a compartirla. Es bueno conocer el horizonte propio de nuestro compromiso ecológico desde una perspectiva cristiana, para evitar caer en la interesada demagogia que utiliza la naturaleza entera para otros inconfesados intereses.
Publicado en Iglesia de Asturias.
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