El banquete de los lisiados
Depende de nosotros. De todos en general y de cada uno en particular. Seguir luchando por los primeros asientos o dejarnos invitar por Cristo al banquete de los lisiados. No poder amar como Él nos amó nos hace pertenecer al grupo de los lisiados. El Evangelio del domingo pasado (Lc 14, 7-14) nos presenta cuál es la actitud de Cristo no obstante nuestras carencias. ¿Repudio? Ni mucho menos. Más amor, amor más allá de nuestra muerte. Amor eterno, como sólo Dios puede darlo. Y nosotros, afanados por los primeros asientos de una comida a la que creemos haber sido invitados y que anteponemos a aquella que nos tiene preparada quien más nos ama: nuestro Dios, nuestro hacedor.
De nosotros depende. Somos libres. Dios respeta nuestra libertad. "Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti". Él es uno que se deja despreciar, es varón de dolores. Nada impone, todo lo propone. Nuestra alma le ansía y le anhela, como la cierva sedienta el agua. ¿Sabemos cuál es la fuente que mana y corre aunque sea de noche? Sí. Es de su costado de donde manan ríos de agua viva, que es el agua que en el fondo necesitamos. Su cuerpo y su sangre son gratis porque no podemos pagarle. Él nos reviste de bellos ropajes y nos introduce en la sala del banquete. Nos embellece para encontrarnos con Él sin avergonzarnos.
Somos unos lisiados, ciegos, cojos, peleando por los primeros asientos. Es agotador. Pero nuevamente somos llamados a su descanso. No endurezcamos nuestro corazón si hoy escuchamos su voz. Vayamos y muramos con Él para poder resucitar con Él, para poder tener parte con Él: aceptando ser de los últimos, terminaremos siendo los primeros.
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