¿Un partido católico? ¡No, por favor!
Nuestra Iglesia, por fundamento y misión, necesita estar libre de ataduras humanas para predicar la Buena Nueva en todo momento y en todo lugar donde le sea posible y aun en situaciones imposibles.
Ante la traición de Rajoy –porque traición ha sido- a su programa electoral y, por consiguiente, a su electorado, formado principalmente por personas que se consideran católicas, como poco culturalmente, se han oído voces, algunas mitradas, pidiendo la formación de un partido de textura claramente cristiana.
Siento disentir de estos reclamos que, de materializarse, constituirían una enorme torpeza, porque comprometerían a la Iglesia en aventuras políticas, y nuestra Iglesia, por fundamento y misión, necesita estar libre de ataduras humanas para predicar la Buena Nueva en todo momento y en todo lugar donde le sea posible y aun en situaciones imposibles.
La política, por su extrema dureza, incluso en países supuestamente democráticos como España, no es cosa de aficionados, espontáneos o improvisadores. La política es como un mar infestado de tiburones, o un campo sembrado de minas. Al menor paso en falso explotan bajo los pies y te destrozan. Además estás siempre expuesto al fuego “amigo”. Como decía Pío Cabanillas padre, al que cito con frecuencia porque tenía ocurrencias antológicas: “Todos al suelo, que vienen los nuestros”.
En la política, igual que en otras muchas actividades humanas, las ambiciones personales, o de grupo, o de dominio y poder, o de lucro, o de envidia, desatan las más bajas y violentas pasiones humanas. ¡Que me lo expliquen a mí, que me he llevado bofetadas sin cuento y siempre en el mismo carrillo por pensar en términos buenistas! La política, pues, sólo es apta para corazones de hierro y estómagos de vaca, que lo digieren todo.
Eso no significa que los cristianos tengamos que distanciarnos de aguas tan turbulentas. Al contrario, pero teniendo plena conciencia de dónde nos metemos y con quién nos juntamos. Para recibir puntapiés en sálvese la parte, siempre está uno a tiempo. Además no todo el mundo se halla en condiciones de dejarlo todo, profesión, trabajo personal, negocio si lo tiene, grande o pequeño, etc. para saltar a la arena a cuerpo limpio y enfrentarse a los morlacos resabiados que con frecuencia salen de los toriles.
En España, tal como están estructurados los partidos políticos, hijos de la ley electoral vigente, sólo los funcionarios o personas con plaza reservada (notarios, registradores de la propiedad, médicos y enfermeros de la sanidad pública, etc.) pueden embarcarse en la aventura política.
En cualquier caso, ¿dónde está la persona, hombre o mujer, capaz de abanderar un proyecto político de inspiración cristiana? O, preguntado de otro modo: ¿dónde está el Ángel Herrera Oria o el José María Gil-Robles padre, dispuestos a asumir la tremenda tarea de poner en pie un partido como la CEDA, que nunca se declaró confesional pero fue siempre un gran defensor de la fe y la Iglesia? Aquella iniciativa seguida por cientos de miles de católicos de gran espíritu para hacer frente a la república jacobina y sectaria del rencoroso Azaña, costó la vida a muchos de ellos.
Los congresos “Cristianos y Vida Pública” que organiza anualmente la Asociación Católica de Propagandistas con la Fundación San Pablo-CEU, deberían servir para promover líderes y proyectos concretos de esta naturaleza, pero no veo yo que de ellos salga nada operativo. Grandes ponentes incluso de fama internacional, intervenciones brillantísimas, magnífica organización marca de la casa, pero luego ¿qué? ¿Sólo textos para llenar estanterías?
Finalmente, ¿en qué podríamos estar de acuerdo el vecino de banco en la misa dominical, más allá de que podamos coincidir todas las semanas en la misma eucaristía, en el mismo banco y darnos cordialmente la paz? Ahora bien, ¿qué piensa él, por ejemplo, del modelo económico a seguir? ¿Es estatalista o “libertario”? ¿Acepta la plena libertad de mercado? ¿Cómo piensa que se puede ayudar a los pobres: según las recetas “repartidoras” a lo Cáritas o reduciendo drásticamente el burocratismo estatal y sus infinitos reglamentos entorpecedores de la libertad económica? ¿Qué opinión tiene de los impuestos? Por último, ¿ve con horror el tumor leninista de Podemos, o lo mira con simpatía para vengarse de la golfería de tantos políticos profesionales de los grandes partidos españoles?
No lo veo nada fácil. En todo caso, hay que preguntarse porqué no logran arraigar algunas tentativas que se han hecho con una vitola más o menos católica. ¿Son realmente expresión de una ideología moderna que puedan compartir la gran mayoría de ese supuesto y difuso electorado católico o se trata simplemente de empeños nostálgicos de corrientes políticas que la historia se llevó por delante?
Tendremos que seguir hablando de tema tan peliagudo.
La cosa está tan turbia y enrevesada que no me atrevo a formular ningún diagnóstico medianamente razonable, y menos una propuesta “sensata” a la manera de la criminal insensatez de Rajoy respecto al aborto. Prefiero no precipitarme y esperar a ver si escampa.
Siento disentir de estos reclamos que, de materializarse, constituirían una enorme torpeza, porque comprometerían a la Iglesia en aventuras políticas, y nuestra Iglesia, por fundamento y misión, necesita estar libre de ataduras humanas para predicar la Buena Nueva en todo momento y en todo lugar donde le sea posible y aun en situaciones imposibles.
La política, por su extrema dureza, incluso en países supuestamente democráticos como España, no es cosa de aficionados, espontáneos o improvisadores. La política es como un mar infestado de tiburones, o un campo sembrado de minas. Al menor paso en falso explotan bajo los pies y te destrozan. Además estás siempre expuesto al fuego “amigo”. Como decía Pío Cabanillas padre, al que cito con frecuencia porque tenía ocurrencias antológicas: “Todos al suelo, que vienen los nuestros”.
En la política, igual que en otras muchas actividades humanas, las ambiciones personales, o de grupo, o de dominio y poder, o de lucro, o de envidia, desatan las más bajas y violentas pasiones humanas. ¡Que me lo expliquen a mí, que me he llevado bofetadas sin cuento y siempre en el mismo carrillo por pensar en términos buenistas! La política, pues, sólo es apta para corazones de hierro y estómagos de vaca, que lo digieren todo.
Eso no significa que los cristianos tengamos que distanciarnos de aguas tan turbulentas. Al contrario, pero teniendo plena conciencia de dónde nos metemos y con quién nos juntamos. Para recibir puntapiés en sálvese la parte, siempre está uno a tiempo. Además no todo el mundo se halla en condiciones de dejarlo todo, profesión, trabajo personal, negocio si lo tiene, grande o pequeño, etc. para saltar a la arena a cuerpo limpio y enfrentarse a los morlacos resabiados que con frecuencia salen de los toriles.
En España, tal como están estructurados los partidos políticos, hijos de la ley electoral vigente, sólo los funcionarios o personas con plaza reservada (notarios, registradores de la propiedad, médicos y enfermeros de la sanidad pública, etc.) pueden embarcarse en la aventura política.
En cualquier caso, ¿dónde está la persona, hombre o mujer, capaz de abanderar un proyecto político de inspiración cristiana? O, preguntado de otro modo: ¿dónde está el Ángel Herrera Oria o el José María Gil-Robles padre, dispuestos a asumir la tremenda tarea de poner en pie un partido como la CEDA, que nunca se declaró confesional pero fue siempre un gran defensor de la fe y la Iglesia? Aquella iniciativa seguida por cientos de miles de católicos de gran espíritu para hacer frente a la república jacobina y sectaria del rencoroso Azaña, costó la vida a muchos de ellos.
Los congresos “Cristianos y Vida Pública” que organiza anualmente la Asociación Católica de Propagandistas con la Fundación San Pablo-CEU, deberían servir para promover líderes y proyectos concretos de esta naturaleza, pero no veo yo que de ellos salga nada operativo. Grandes ponentes incluso de fama internacional, intervenciones brillantísimas, magnífica organización marca de la casa, pero luego ¿qué? ¿Sólo textos para llenar estanterías?
Finalmente, ¿en qué podríamos estar de acuerdo el vecino de banco en la misa dominical, más allá de que podamos coincidir todas las semanas en la misma eucaristía, en el mismo banco y darnos cordialmente la paz? Ahora bien, ¿qué piensa él, por ejemplo, del modelo económico a seguir? ¿Es estatalista o “libertario”? ¿Acepta la plena libertad de mercado? ¿Cómo piensa que se puede ayudar a los pobres: según las recetas “repartidoras” a lo Cáritas o reduciendo drásticamente el burocratismo estatal y sus infinitos reglamentos entorpecedores de la libertad económica? ¿Qué opinión tiene de los impuestos? Por último, ¿ve con horror el tumor leninista de Podemos, o lo mira con simpatía para vengarse de la golfería de tantos políticos profesionales de los grandes partidos españoles?
No lo veo nada fácil. En todo caso, hay que preguntarse porqué no logran arraigar algunas tentativas que se han hecho con una vitola más o menos católica. ¿Son realmente expresión de una ideología moderna que puedan compartir la gran mayoría de ese supuesto y difuso electorado católico o se trata simplemente de empeños nostálgicos de corrientes políticas que la historia se llevó por delante?
Tendremos que seguir hablando de tema tan peliagudo.
La cosa está tan turbia y enrevesada que no me atrevo a formular ningún diagnóstico medianamente razonable, y menos una propuesta “sensata” a la manera de la criminal insensatez de Rajoy respecto al aborto. Prefiero no precipitarme y esperar a ver si escampa.
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