¡Cuántos equívocos sobre la acogida a los gays!
Si la propuesta del cardenal Kasper tuviera que ser aceptada ¿por qué seguir considerando pecaminosos los actos sexuales, por ejemplo, de dos prometidos?
Empujado por un amigo, estoy obligado a ocuparme del Sínodo extraordinario que tiene lugar en esto días y a leer el artículo de Marco Tossati sobre «el acogimiento de hijos gay». Descubro que en este Sínodo sobre la familia ha sido invitado un matrimonio australiano que ha hablado sobre la importancia de la sexualidad en el matrimonio. No se sabe muy bien cuál ha sido el motivo, pero el hecho es que los dos cónyuges han considerado oportuno añadir más leña al fuego hablando de acogimiento a «hijos gay».
Estas son sus palabras en el entrecomillado referido por Tosatti: «Unos amigos nuestros estaban proyectando su reunión familiar navideña cuando su hijo gay les dijo que quería llevar a casa a su compañero. Ellos creían hasta el fondo en las enseñanzas de la Iglesia y sabían que a sus nietos les habría gustado ver cómo acogían a su hijo y a su amigo en la familia. Su respuesta podría resumirse en tres palabras: Es nuestro hijo».
Obviamente (lo sabía y me habría gustado evitarlo), me planteé muchas preguntas: ¿por qué, en un Sínodo al que no se han admitido los laicos, se ha invitado a esta pareja? ¿Quién la ha invitado? ¿Por qué ellos precisamente? ¿Por qué han introducido el tema de la homosexualidad? Quien les haya invitado, ¿conocía su intervención?
Su afirmación conclusiva retoma un documento titulado «Always our children», publicado en 1997 por el Comité sobre Matrimonio y Familia de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos. Nueve días después de la aprobación del documento, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger, envió a los obispos una (durísima) carta en la que pedía aportar al documento diez modificaciones y algunas integraciones. La referencia a este documento ¿es querida o casual?
Otra vez en el Vatican Insider, esta vez con la firma de Andrea Tornielli, leo que según un no identificado padre sinodal, «expresiones como “intrínsecamente desordenado” (utilizada referente a la homosexualidad, ndr) o “mentalidad contraceptiva” no ayudan a llevar las personas a Cristo».
Parece casi parece que determinados padres sinodales hayan decidido acoger las peticiones de la conferencia teológica internacional «Los caminos del amor», promovida por el Foro Europeo de Cristianos LGBT y realizada con la contribución del Ministerio de Educación de los Países Bajos.
¿Qué se puede decir?
Ante todo, podemos decir que la Iglesia predica de manera explícita el acogimiento de las personas con tendencias homosexuales desde al año 1975 (cfr. Persona humana, § 8; Catecismo de la Iglesia Católica § 238), y el hecho de que en el Sínodo la invitación al acogimiento de estas personas suene como una novedad es desconcertante.
En segundo lugar, hay que decir que la acogida de las personas con tendencias homosexuales no implica una aceptación de esas tendenciaS. Este es el motivo por el que el Magisterio no habla de «homosexuales» o de «gaYs», sino de «personas con tendencias homosexuales», distinguiendo entre persona y tendencias. Es una distinción importante, explicada en los documentos, en los que leemos (Homosexualitatis problema, § 16): «La Iglesia ofrece para la atención a la persona humana, el contexto del que hoy se siente una extrema exigencia, precisamente cuando rechaza el que se considere la persona puramente como un «heterosexual» o un « homosexual» y cuando subraya que todos tienen la misma identidad fundamental: el ser crIatura y, por gracia, hijo de Dios, heredero de la vida eterna».
Aún más decidido es monseñor Livio Melina, Rector del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, que escribe: «Las personas con inclinaciones homosexuales son hombres y mujeres y, por lo tanto, […] parecería oportuno superar el término “persona homosexual” y sustituirlo con “persona con tendencias homosexuales”, en tanto en cuanto una tendencia que no asume significados relevantes no puede definir completamente al sujeto». Es la antigua distinción aristotélica entre «sustancia» y «accidente». Pero todo esto parece no tener derecho de ciudadanía en el SÍnodo, y se habla tranquilamente de «hijo gay» (ni siquiera «homosexual», sino que precisamente «gay», como si todas las personas con tendencias homosexuales fueran activistas homosexualistas) como si la homosexualidad fuera sustancia (y no, como enseña el Magisterio, accidente).
Por último, ¿cómo comentar al anónimo padre sinodal según el cual el definir la homosexualidad como una inclinación «objetivamente desordenada» no ayuda a llevar a las personas a Cristo? Empecemos diciendo que es (aún) el Magisterio quien define la homosexualidad como «objetivamente desordenada» porque «constituye […] una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral» (Homosexualitatis problema § 3; cfr. el Catecismo de la Iglesia Católica § 2358). Los actos homosexuales, de hecho, están considerados (siempre según el Catecismo) ofensas a la castidad, simplemente porque son actos sexuales realizados fuera del matrimonio, «impiden al acto sexual el don de la vida, no son el fruto de una verdadera complementariedad afectiva y sexual» (ibidem). No veo otros modos para no definir de esta manera los actos homosexuales si no: 1) elevando a sacramento el «matrimonio gay» (y, por lo menos sobre esta cuestión, no parece que el Sínodo quiera conceder dicha apertura) o 2) modificando la Doctrina que considera lícitos solamente los actos sexuales castos (es decir, abiertos a la vida y que sean un don total de sí mismo a otro).
Efectivamente, si la propuesta del cardenal Kasper tuviera que ser aceptada (permitir que los divorciados que tienen relaciones sexuales con un convivente que no es el cónyuge se acerquen a la Eucaristia sin arrepentirse, confesarse y haber recibido la absolución), esta Doctrina sería obviamente extirpada. Y entonces, ¿por qué seguir considerando pecaminosos los actos sexuales, por ejemplo, de dos prometidos? De este modo podrían no ser ya considerados pecaminosos los actos homosexuales y, por lo tanto, la homosexualidad ya no sería una inclinación «objetivamente desordenada».
El discurso podría continuar preguntándose por qué, entonces, abolir sólo el sexto mandamiento. ¿Por qué no abolir el quinto, el séptimo o el octavo? ¿Por qué no llegar a abolir el primer mandamiento que, dicho con toda franqueza, no ayuda ciertamente a llevar a las personas a Cristo?
Me detengo aquí, para no incurrir en la acusación de querer autonombrarme teólogo.
Queda sólo la desoladora impresión de que por lo menos una parte de los padres sinodales, abandonando el uso del latín por el italiano corriente como lengua oficial, parecen abandonar el Magisterio por la mentalidad de este mundo como pensamiento oficial.
Artículo publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Estas son sus palabras en el entrecomillado referido por Tosatti: «Unos amigos nuestros estaban proyectando su reunión familiar navideña cuando su hijo gay les dijo que quería llevar a casa a su compañero. Ellos creían hasta el fondo en las enseñanzas de la Iglesia y sabían que a sus nietos les habría gustado ver cómo acogían a su hijo y a su amigo en la familia. Su respuesta podría resumirse en tres palabras: Es nuestro hijo».
Obviamente (lo sabía y me habría gustado evitarlo), me planteé muchas preguntas: ¿por qué, en un Sínodo al que no se han admitido los laicos, se ha invitado a esta pareja? ¿Quién la ha invitado? ¿Por qué ellos precisamente? ¿Por qué han introducido el tema de la homosexualidad? Quien les haya invitado, ¿conocía su intervención?
Su afirmación conclusiva retoma un documento titulado «Always our children», publicado en 1997 por el Comité sobre Matrimonio y Familia de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos. Nueve días después de la aprobación del documento, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger, envió a los obispos una (durísima) carta en la que pedía aportar al documento diez modificaciones y algunas integraciones. La referencia a este documento ¿es querida o casual?
Otra vez en el Vatican Insider, esta vez con la firma de Andrea Tornielli, leo que según un no identificado padre sinodal, «expresiones como “intrínsecamente desordenado” (utilizada referente a la homosexualidad, ndr) o “mentalidad contraceptiva” no ayudan a llevar las personas a Cristo».
Parece casi parece que determinados padres sinodales hayan decidido acoger las peticiones de la conferencia teológica internacional «Los caminos del amor», promovida por el Foro Europeo de Cristianos LGBT y realizada con la contribución del Ministerio de Educación de los Países Bajos.
¿Qué se puede decir?
Ante todo, podemos decir que la Iglesia predica de manera explícita el acogimiento de las personas con tendencias homosexuales desde al año 1975 (cfr. Persona humana, § 8; Catecismo de la Iglesia Católica § 238), y el hecho de que en el Sínodo la invitación al acogimiento de estas personas suene como una novedad es desconcertante.
En segundo lugar, hay que decir que la acogida de las personas con tendencias homosexuales no implica una aceptación de esas tendenciaS. Este es el motivo por el que el Magisterio no habla de «homosexuales» o de «gaYs», sino de «personas con tendencias homosexuales», distinguiendo entre persona y tendencias. Es una distinción importante, explicada en los documentos, en los que leemos (Homosexualitatis problema, § 16): «La Iglesia ofrece para la atención a la persona humana, el contexto del que hoy se siente una extrema exigencia, precisamente cuando rechaza el que se considere la persona puramente como un «heterosexual» o un « homosexual» y cuando subraya que todos tienen la misma identidad fundamental: el ser crIatura y, por gracia, hijo de Dios, heredero de la vida eterna».
Aún más decidido es monseñor Livio Melina, Rector del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, que escribe: «Las personas con inclinaciones homosexuales son hombres y mujeres y, por lo tanto, […] parecería oportuno superar el término “persona homosexual” y sustituirlo con “persona con tendencias homosexuales”, en tanto en cuanto una tendencia que no asume significados relevantes no puede definir completamente al sujeto». Es la antigua distinción aristotélica entre «sustancia» y «accidente». Pero todo esto parece no tener derecho de ciudadanía en el SÍnodo, y se habla tranquilamente de «hijo gay» (ni siquiera «homosexual», sino que precisamente «gay», como si todas las personas con tendencias homosexuales fueran activistas homosexualistas) como si la homosexualidad fuera sustancia (y no, como enseña el Magisterio, accidente).
Por último, ¿cómo comentar al anónimo padre sinodal según el cual el definir la homosexualidad como una inclinación «objetivamente desordenada» no ayuda a llevar a las personas a Cristo? Empecemos diciendo que es (aún) el Magisterio quien define la homosexualidad como «objetivamente desordenada» porque «constituye […] una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral» (Homosexualitatis problema § 3; cfr. el Catecismo de la Iglesia Católica § 2358). Los actos homosexuales, de hecho, están considerados (siempre según el Catecismo) ofensas a la castidad, simplemente porque son actos sexuales realizados fuera del matrimonio, «impiden al acto sexual el don de la vida, no son el fruto de una verdadera complementariedad afectiva y sexual» (ibidem). No veo otros modos para no definir de esta manera los actos homosexuales si no: 1) elevando a sacramento el «matrimonio gay» (y, por lo menos sobre esta cuestión, no parece que el Sínodo quiera conceder dicha apertura) o 2) modificando la Doctrina que considera lícitos solamente los actos sexuales castos (es decir, abiertos a la vida y que sean un don total de sí mismo a otro).
Efectivamente, si la propuesta del cardenal Kasper tuviera que ser aceptada (permitir que los divorciados que tienen relaciones sexuales con un convivente que no es el cónyuge se acerquen a la Eucaristia sin arrepentirse, confesarse y haber recibido la absolución), esta Doctrina sería obviamente extirpada. Y entonces, ¿por qué seguir considerando pecaminosos los actos sexuales, por ejemplo, de dos prometidos? De este modo podrían no ser ya considerados pecaminosos los actos homosexuales y, por lo tanto, la homosexualidad ya no sería una inclinación «objetivamente desordenada».
El discurso podría continuar preguntándose por qué, entonces, abolir sólo el sexto mandamiento. ¿Por qué no abolir el quinto, el séptimo o el octavo? ¿Por qué no llegar a abolir el primer mandamiento que, dicho con toda franqueza, no ayuda ciertamente a llevar a las personas a Cristo?
Me detengo aquí, para no incurrir en la acusación de querer autonombrarme teólogo.
Queda sólo la desoladora impresión de que por lo menos una parte de los padres sinodales, abandonando el uso del latín por el italiano corriente como lengua oficial, parecen abandonar el Magisterio por la mentalidad de este mundo como pensamiento oficial.
Artículo publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Comentarios