Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

«San Obama» visita al Papa


El Pontífice, con toda seguridad, no habrá perdido la ocasión de leerle la cartilla bien leída a «san Obama» sobre la tragedia terrible del aborto, de cuyo genocidio a escala mundial el presidente de EE.UU. es uno de sus impulsores.

por Vicente Alejandro Guillamón

«San Obama», el nuevo profeta elevado a los altares -¿qué digo altares?, al mismísimo cielo- por la progresía planetaria, aprovechando su estancia en Italia para asistir o pastorear a ese sainete del G-8, G-20 o G los que sean, se dignó visitar el viernes último, 10 de julio, en un gesto de suma condescendencia, a Benedicto XVI. Tratándose de una visita privada, no se ha dado a conocer el contenido de su conversación según los hábitos del protocolo vaticano. Sin embargo, teniendo en cuenta la personalidad de ambos dignatarios y sus respectivos criterios en cuestiones clave para el presente y futuro de la humanidad, no es difícil imaginar de qué hablaron. El medio moro empezaría regalando los oídos a Su Santidad informándole del acuerdo alcanzado en el G-8 de donar a los países africanos 20.000 millones de euros durante los próximos tres años para combatir el hambre. Principalmente en pequeños proyectos de autosuficiencia agrícola, como las diminutas huertas que cultivaban allá en la tierra de mis antepasados hasta superar la hambruna que siguió a la guerra civil española. El Papa, con seguridad, habrá escuchado encantado esta música, pues si algo le quita el sueño es, imagino yo, la gran penuria de alimentos, agua potable, hospitales, escuelas y sobre todo paz y justicia que sufren amplias zonas del planeta. Ahora falta por ver quién distribuirá esa enorme cantidad de recursos –espero que no sean los golfos de las distintas agencias de la ONU ni las numerosas ONGs especializadas en vivir espléndidamente a costa de los donativos a los pobres-, ni quienes los recibirán para repartirlos, pues como decía hace ya muchos años el economista Ramón Tamames, en su día comunista, muchas de estas ayudas salían del bolsillo de los pobres del primer mundo vía impuestos depredadores para dárselos a los ricos del tercer mundo, con gran alegría de los bancos suizos. El Pontífice, con toda seguridad, no habrá perdido la ocasión de leerle la cartilla bien leída a «san Obama» sobre la tragedia terrible del aborto, de cuyo genocidio a escala mundial el presidente de EE.UU. es uno de sus impulsores. Éste habrá simulado que le escuchaba atentamente, porque es una persona educada, como educadas, suaves y razonadas, según el estilo personal de Benedicto XVI, aunque inequívocas y científicamente irrebatibles, habrán sido sus palabras, pero mucho me temo que al ocupante de la Casa Blanca le habrán entrado por un oído y le habrán salido por el otro. Estos hombres endiosados como los emperadores romanos, que ocupan la cumbre del poder terrenal, no están para escuchar, sino únicamente para ser escuchados. Incluso, sospecho, que habrá intentado alguna maniobra de defensa o contraataque, alegando que somos demasiados en este mundo, que es necesario contener y aún reducir la población mundial, que respiramos demasiado, que somos unos derrochones de oxígeno y que lo consumimos a escape libre sin ninguna moderación. Por consiguiente hay que recuperar el espíritu de Herodes para suprimir a los excedentes de cupo y evitar que el planeta se vaya al cuerno, aunque cunda la sangre de los inocentes, pero también el sustancioso negocio de las clínicas abortistas, por lo general en manos de médicos sin escrúpulos afectos a Obama, Zapatero y compañía. El presidente norteamericano habrá intentado venderle al Papa, en contrapartida, si no estoy muy equivocado, el tocomocho del cambio climático y el calentamiento de la atmósfera, esa monumental estafa de los trileros progres que nos gobiernan, sin un solo dato verificable en qué apoyarse, sólo en proyecciones terroríficas o terroristas de ciencia ficción, al objeto de incrementar todavía más el control sobre los gobernados, reducir su libertad y aumentar la rapacidad fiscal con la excusa de costear la disminución de los gases de efectos invernadero y enriquecer, de paso, a los amiguetes y protegidos que fabrican molinillos y otros artilugios semejantes, tan caros como ineficientes. Como me decía Enrique Calpe, un economista de mi pueblo residente en Valencia: «¿Tú sabes por qué hay listos?, pues simplemente porque hay tontos».
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