La Ley base de la Alianza
por Pedro Trevijano
El acto moral básico de Israel consistió en la aceptación o rechazo de Yahvé. El culto de Yahvé es, en efecto, exclusivista y no tolera la existencia de otras divinidades, caso único en la historia de las religiones. Las fórmulas de esta aceptación básica varían considerablemente de unas a otras, pero siempre afirman el dominio absoluto y exclusivo de Yahvé. Por parte de Israel se trata sobre todo de escuchar, amar, temer y servir a Yahvé (Dt 6,5-13; 10,12-13; Jos 24,18-24). Entre estas obligaciones destacan la del amor y temor a Yahvé.
Amar en la Alianza supone respetar los términos del contrato, o mejor, portarse de manera leal con la otra parte de la Alianza, si bien superando por el amor y la amistad lo que en otro caso sería puramente un contrato. El amor de Israel hacia Dios (Dt 6,5) se funda en el amor previo de Dios hacia Israel (Dt 4,37; 7,8; 10,15; 23,6).
A lo largo de la Biblia el amor de Dios hacia Israel es presentado tanto como un amor paterno como un amor conyugal (ver Oseas, Ezequiel, el Cantar de los Cantares). Es el amor de Dios el fundamento de la Alianza que Él ha querido con su pueblo. Pero el amor no basta para expresar la postura de Israel hacia Dios, puesto que se trata de la relación entre dos desiguales. El temor de Yahvé supone reconocerlo como Señor y aceptar su soberanía. Precisamente éste será uno de los fallos de Israel, su olvido de la superioridad de Yahvé y su tendencia a considerar la Alianza como un contrato bilateral entre iguales, en cuyo caso la religión corre el peligro de degradarse en ética comercial, sirviendo los ritos como moneda de cambio.
La iniciativa histórica de Yahvé exige una respuesta por parte de Israel, y las relaciones así creadas se inscriben en un cuadro de diálogo, aunque sin olvidar la desigualdad fundamental. Sin embargo ni siquiera las leyes que deberá observar Israel pueden hacer de pantalla entre Yahvé y su pueblo, pues el fin que Yahvé se propone es promover en Israel un interlocutor. Yahvé e Israel son el uno para el otro; se aman, se tienen lealtad, se conocen (Am 3,2; Os 13,4), se hablan en segunda persona, se dicen "mi pueblo", "Yahvé nuestro Dios", reciprocidad que es la marca distintiva y más profunda de la religión y moral de la Alianza. Yahvé no se elige un pueblo como objeto mudo de su voluntad histórica, sino para dialogar con él, siendo sobre todo en el culto donde Israel ha celebrado las intervenciones de Dios en la Historia. Lo que Yahvé pretende es una relación personal entre el pueblo y Él, siendo en el interior de esta relación personal donde hay que situar preceptos y consejos.
La Alianza presupone un Dios de amor que se ofrece al hombre para ser su compañero en la construcción de una historia al mismo tiempo divina y humana, un Dios que trata al ser humano como sujeto y no como objeto. Este carácter personal de las relaciones de Alianza hacen que moralidad y religión se compenetren perfectamente. Amar, temer y servir a Dios suponen tanto reconocerle como Dios (fe, religión), como quererle como tal en la práctica de la vida (moral). En consecuencia la moral es inmediatamente religiosa y la religión inmediatamente moral.
Ahora bien el carácter de diálogo lleva consigo la libertad de Israel en su obligación de servir a Yahvé. Este equilibrio entre obligación y libertad se encuentra bien expresado en Jos 24,14-15; Ex 19,7-8 y Dt 11,26. Dios quiere que Israel sea un servidor que le ame, no un esclavo: "Los até con ataduras humanas, con ataduras de amor" (Os 11,4). En este diálogo la historia pasada tiene un sentido, encarna un plan en cuya ejecución Dios quiere asociar a Israel.
Como elementos genuinamente israelitas encontramos en la Alianza: a) la ley y el Decálogo se atribuyen a Yahvé, como muestran las afirmaciones de Yahvé sobre sí mismo; b) la prohibición de dioses extraños, aunque algo similar se da también en los pactos hititas; c) la vinculación de la exclusividad de Yahvé con los preceptos ético-sociales; d) en lugar de las personas del clan investidas de autoridad, el único Legislador y Juez es ahora Yahvé, siendo esto un hecho único en el derecho del Antiguo Oriente, donde los dioses no eran los autores del derecho, sino sólo sus garantes.
El pueblo escogido comprenderá poco a poco que su vida presente es más que el producto estático del acontecimiento ya pasado de la liberación de Egipto, acontecimiento, que según los diversos documentos del Pentateuco, es a la vez histórico y milagroso, y ha dado origen a Israel como pueblo de Yahvé, siendo el Éxodo y el Sinaí el lugar de la toma de conciencia de su historia de Alianza, acontecimiento e historia que continúa dinámicamente en beneficio de la Humanidad entera, gracias al mesianismo davídico que pone en evidencia a Yahvé como director de la Historia, pero que continúa también además en la historia de cada hombre y de cada mujer. Para Israel creer y vivir es situarse en el dinamismo histórico del Éxodo.
Esta continuación hace que toda la Historia sea Historia de Salvación, siendo la misión de Israel ser testigo de este Dios y de esta Historia de Salvación ante los demás pueblos (Is 42,6; 43,10; 44,8). Este universalismo se intensifica en la última parte del libro de Isaías y es el tema fundamental del libro de Jonás. Pero es una tarea que incumbirá de modo especial al Salvador, representante de todo Israel (Is 42,1-6).
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