Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Urgencia de una recuperación ética de España


La experiencia de los últimos años es muy aleccionadora respecto a los efectos negativos que produce debilitar las creencias cristianas y desvertebrar moralmente las conciencias.

por Monseñor Francisco Gil Hellín

Opinión

Los medios de comunicación social dan cuenta todos los días de algún caso de corrupción. No es extraño, porque en los últimos tiempos ésta se ha generalizado en el mundo financiero, económico y político. Baste pensar que, sólo en la última década, se han detectado en España ochocientos casos de corrupción con dinero público y más de dos mil detenciones relacionadas con ellos. Como este tipo de cosas suelen conocerse con efectos retardados, no es aventurado afirmar que las estadísticas de la corrupción seguirán aumentando con el paso del tiempo.

Pero no vale rasgarse únicamente las vestiduras cuando hablamos de la corrupción pública: política, empresarial, sindical, y ejercer de puritanos cuando descendemos al ruedo de la vida de los ciudadanos de a pie. Ciertamente, son muy llamativos y escandalosos los casos que afectan a tanto dirigente de Caja de Ahorros, a tanto concejal de urbanismo, a tanto sindicalista conseguidor de subvenciones que se ha apropiado del dinero que estaba a su alcance, sin pensar el daño que infligían a los demás. Pero no hace falta escarbar demasiado para que vengan a nuestra memoria frases como “¿con IVA o sin IVA?” o “es completamente legítimo dejar un matrimonio de veinte años para seguir el placer e interés de uno mismo”, las cuales tienen el mismo substrato ético o, mejor dicho, la misma carencia ética.

Por otra parte, ¿cómo afirmar que el fin no justifica los medios y luego convertir los fetos en materia prima de investigación? O ¿cómo luchar por la integración social de los discapacitados y luego indignarse porque se impida a los padres que aborten a un bebé con síndrome de Down? O ¿por qué defender con ahínco que un niño pueda ser adoptado por una pareja que le impida tener un padre o una madre? Los casos reales de estas fragantes contradicciones son muy numerosos y graves.

Si a esto añadimos que durante las últimas décadas se ha atacado implacablemente a la religión católica, viendo en ello la llegada de la mayoría de edad de las nuevas generaciones; que se ha tratado de ridiculizar a los obispos y a los sacerdotes que defendían la enseñanza de la religión en la escuela, tachándoles de retrógrados y adoctrinadores; que se ha atacado sin piedad la autoridad de los docentes y de los padres; que se ha luchado con denuedo por eliminar el esfuerzo en el estudio y la exigencia en las oposiciones a cátedra, etc. ¿cómo esperar que de la mano de causas tan desastrosas no llegara una corrupción generalizada en la ética pública y en la privada?

No hace falta pulsar ninguna falsa alarma para advertir que la sociedad española necesita una regeneración muy profunda en sus convicciones y actuaciones éticas. Primero será preciso amueblar la cabeza con ideas verdaderas sobre el hombre, la familia, la sociedad, la religión. Porque con la mentira -y mentira es, por ejemplo, decir que “nada es verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira”- sólo lograremos, en el mejor de los supuestos, autoengañarnos, pero no curarnos. Luego será necesario realizar una paciente tarea de educación a todos los niveles, comenzado por los más elementales y llegando hasta las universidades. La devolución de la autoridad a los educadores civiles y religiosos es también de primera necesidad.

La religión católica, de tanta raigambre entre nosotros, y la Iglesia no son los únicos interlocutores, pero también tienen algo importante que decir y pueden ser buenos aliados para insuflar valores a la vida social y comunitaria. La experiencia de los últimos años es muy aleccionadora respecto a los efectos negativos que produce debilitar las creencias cristianas y desvertebrar moralmente las conciencias. En un momento en el que España necesita el apoyo de todos para regenerarla en sus convicciones y actuaciones éticas, ninguna instancia legítima debe ser excluida, porque todas son necesarias.
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