Río: Esperanza para los jóvenes
a esos cientos de miles que acudan y esos otros millones que no puedan hacerlo, se les está diciendo que éste será su mejor servicio a los hombres y su más valiosa aportación: hacer posible a todos el encuentro con Jesucristo: desde Él, con Él, todo cambia y se llena de luz
De todas las partes del mundo han llegado ya cientos de miles de jóvenes a Río de Janeiro: se van a reunir con el Papa Francisco, como lo han hecho en tantas otras Jornadas Mundiales de la Juventud con los anteriores papas. Su encuentro va a estar lleno de gozo y de esperanza, un gozo y una esperanza que se abre al mundo entero y a la totalidad de la Iglesia, no sólo en Brasil y América, porque los gozos y esperanzas de todo el mundo también lo son de la Iglesia. Una jornada que tiene una circunstancia especial: es un nuevo Papa, Francisco, quien se reúne con ellos. Como en las anteriores jornadas estos jóvenes se van a mostrar de todo corazón y con sinceridad total como la «juventud del Papa». Como tal juventud, busca a Cristo, cree en Cristo, tiene en Él su esperanza. El Papa Francisco les va a ayudar, sin duda, en esta búsqueda y en este apoyarse en Cristo, los va a llevar a un encuentro aún más vivo con Cristo.
Los jóvenes, a veces sin saberlo bien, buscan a Cristo. La gigantesca estatua de Jesucristo Redentor del Corcovado de Río con los brazos abiertos de par en par expresa, en el fondo, la espera también de Jesús de encontrar y de acoger a los jóvenes, que tienen el deseo de una vida grande y saben que la fe, que el encontrar y seguir a Jesús, no es un refugio para la gente sin coraje, medrosa, sino el ensanchamiento de la vida. Los corazones de los jóvenes buscan y esperan. Con todo lo que pueda parecer, y con lo que algunos, tal vez, piensen de los jóvenes de ahora, la vida no ha cerrado ni apagado anhelos muy profundos y nobles dentro de ellos. Buscan ser felices, llegar a ser libres; aman la vida y quieren vivir plenamente; anhelan que haya un futuro grande para ellos, y para todos, y que les llene de esperanza; tienen sed de verdad y les gustaría en lo más íntimo de ellos que los quieran, los comprendan, y también querer a los demás; buscan la justicia, la autenticidad, la lealtad, el amor no interesado, la comunicación sincera; quieren la paz y desean ayudar a los demás. Detrás de todo esto, ¿qué buscan, en el fondo, sino a Dios, no a cualquier Dios, sino el que se nos ha dado a conocer con un rostro humano, Jesús? ¿En quién esperan y a quién buscan, a veces o casi siempre sin saberlo, sino a Jesucristo? Porque intuyen que sólo Jesucristo es la vida y al margen de Jesucristo no tenemos sino muerte; sólo Él es el Camino, y al margen de Él andamos desorientados y perdidos; sólo Él es el camino que conduce a Dios, que nos lleva a los otros hombres; sólo Él es la Verdad que nos hace libres y la luz que alumbra a todo hombre, y fuera de Él no encontramos sino oscuridad y carencia de libertad. Por eso cientos de miles de jóvenes, venidos de todo el mundo, como representando al resto de los jóvenes, se acercan en marcha hacia Río de Janeiro, a los pies y a la sombra del Cristo que les espera, porque han escuchado una llamada que les dice, desde todos los rincones en que se encuentran: «Venid todos a Él. Venid vosotros jóvenes que andáis ansiosos de libertad, que tenéis hambre de vida llena, que tenéis sed de sentido para vuestras personas, que andáis hambreando felicidad y dicha desbordante. Os dirán que lo sensato está en otra parte: que lo "pasaréis" mejor en otro lugar. No bebáis en charcos cuando podéis beber en este manantial de agua viva, en esta inagotable fuente de bebida que es la única capaz de saciar vuestra sed y vuestra búsqueda: Jesucristo, esperanza y camino abierto hacia la Vida».
Esos cientos de miles y los millones que se quedan en sus casas porque no han podido sumarse a este encuentro por miles de circunstancias, están escuchando una voz que susurra en el interior y en lo mejor de sus corazones jóvenes abiertos a la esperanza: «Probad a sentaros en esta mesa, es decir, probad a seguir a Jesús, a identificaros con Él y veréis que no defrauda, que algo sucede en vosotros que no esperabais y que os ensancha vuestras ganas de vivir, vuestra ilusión, vuestras miras, vuestra esperanza, vuestra solidaridad. Acercaos a Jesús y probaréis algo que ni siquiera imaginabais. Acudid a Él todos y encontraréis a Dios, os encontraréis a vosotros, os encontraréis con los demás de un modo nuevo. Cuando tantos caminos se abren delante de vosotros, por vuestra edad misma, y cuando tantos salen a vuestro paso ofreciéndoos caminos –algunos incluso que no conducen a ninguna parte– y cuando tenéis tantas incertidumbres que aclarar e incógnitas de vuestra vida que despejar, delante de vosotros está Jesucristo y os habla a cada uno y os llama a que le sigáis. Os llama y os invita con gran respeto a vuestra libertad. En Él encontraréis lo que buscáis y mucho más. Vosotros necesitáis de Jesucristo para recorrer los caminos de la vida y Él ha querido necesitar de vosotros. Lo ha dado todo por vosotros, por todos y cada uno; y os pide que le ayudéis y vayáis con Él a llevar su Evangelio de esperanza y salvación a todos. Pensad en ese mundo, en el nuestro, en el que sin Él se apagaría el Evangelio del amor y de la paz y se perdería la esperanza. Obrad en consecuencia». El lema de esta Jornada Mundial de la Juventud es: «Id y haced discípulos de todos los pueblos». Por eso, a todos los que están desilusionados ante las tareas de la civilización, los jóvenes de esta «Juventud del Papa», en Río de Janeiro y en cualquier parte del mundo, en esta Jornada Mundial de la Juventud, les invitan a ser con ellos constructores de la civilización del amor y de la esperanza, que vivan para Cristo, como Cristo vive para ellos; que venzan todas las desesperaciones, que sean más fuertes que todo lo que parece asediarlos a ser auténticos, que defiendan la vida, sirvan a la vida, que sus corazones estén abiertos a la vida; que, en definitiva, sirvan al hombre y muestren el rostro y el hacer del Buen samaritano, de Jesús mismo, que no pasa de largo ante el hombre caído, abandonado, tirado en la cuneta; que demuestren, en suma, cómo se vive por Cristo, con Cristo y desde Él. Por eso mismo, a esos cientos de miles que acudan y esos otros millones que no puedan hacerlo, se les está diciendo que éste será su mejor servicio a los hombres y su más valiosa aportación: hacer posible a todos el encuentro con Jesucristo: desde Él, con Él, todo cambia y se llena de luz.
© La Razón
Los jóvenes, a veces sin saberlo bien, buscan a Cristo. La gigantesca estatua de Jesucristo Redentor del Corcovado de Río con los brazos abiertos de par en par expresa, en el fondo, la espera también de Jesús de encontrar y de acoger a los jóvenes, que tienen el deseo de una vida grande y saben que la fe, que el encontrar y seguir a Jesús, no es un refugio para la gente sin coraje, medrosa, sino el ensanchamiento de la vida. Los corazones de los jóvenes buscan y esperan. Con todo lo que pueda parecer, y con lo que algunos, tal vez, piensen de los jóvenes de ahora, la vida no ha cerrado ni apagado anhelos muy profundos y nobles dentro de ellos. Buscan ser felices, llegar a ser libres; aman la vida y quieren vivir plenamente; anhelan que haya un futuro grande para ellos, y para todos, y que les llene de esperanza; tienen sed de verdad y les gustaría en lo más íntimo de ellos que los quieran, los comprendan, y también querer a los demás; buscan la justicia, la autenticidad, la lealtad, el amor no interesado, la comunicación sincera; quieren la paz y desean ayudar a los demás. Detrás de todo esto, ¿qué buscan, en el fondo, sino a Dios, no a cualquier Dios, sino el que se nos ha dado a conocer con un rostro humano, Jesús? ¿En quién esperan y a quién buscan, a veces o casi siempre sin saberlo, sino a Jesucristo? Porque intuyen que sólo Jesucristo es la vida y al margen de Jesucristo no tenemos sino muerte; sólo Él es el Camino, y al margen de Él andamos desorientados y perdidos; sólo Él es el camino que conduce a Dios, que nos lleva a los otros hombres; sólo Él es la Verdad que nos hace libres y la luz que alumbra a todo hombre, y fuera de Él no encontramos sino oscuridad y carencia de libertad. Por eso cientos de miles de jóvenes, venidos de todo el mundo, como representando al resto de los jóvenes, se acercan en marcha hacia Río de Janeiro, a los pies y a la sombra del Cristo que les espera, porque han escuchado una llamada que les dice, desde todos los rincones en que se encuentran: «Venid todos a Él. Venid vosotros jóvenes que andáis ansiosos de libertad, que tenéis hambre de vida llena, que tenéis sed de sentido para vuestras personas, que andáis hambreando felicidad y dicha desbordante. Os dirán que lo sensato está en otra parte: que lo "pasaréis" mejor en otro lugar. No bebáis en charcos cuando podéis beber en este manantial de agua viva, en esta inagotable fuente de bebida que es la única capaz de saciar vuestra sed y vuestra búsqueda: Jesucristo, esperanza y camino abierto hacia la Vida».
Esos cientos de miles y los millones que se quedan en sus casas porque no han podido sumarse a este encuentro por miles de circunstancias, están escuchando una voz que susurra en el interior y en lo mejor de sus corazones jóvenes abiertos a la esperanza: «Probad a sentaros en esta mesa, es decir, probad a seguir a Jesús, a identificaros con Él y veréis que no defrauda, que algo sucede en vosotros que no esperabais y que os ensancha vuestras ganas de vivir, vuestra ilusión, vuestras miras, vuestra esperanza, vuestra solidaridad. Acercaos a Jesús y probaréis algo que ni siquiera imaginabais. Acudid a Él todos y encontraréis a Dios, os encontraréis a vosotros, os encontraréis con los demás de un modo nuevo. Cuando tantos caminos se abren delante de vosotros, por vuestra edad misma, y cuando tantos salen a vuestro paso ofreciéndoos caminos –algunos incluso que no conducen a ninguna parte– y cuando tenéis tantas incertidumbres que aclarar e incógnitas de vuestra vida que despejar, delante de vosotros está Jesucristo y os habla a cada uno y os llama a que le sigáis. Os llama y os invita con gran respeto a vuestra libertad. En Él encontraréis lo que buscáis y mucho más. Vosotros necesitáis de Jesucristo para recorrer los caminos de la vida y Él ha querido necesitar de vosotros. Lo ha dado todo por vosotros, por todos y cada uno; y os pide que le ayudéis y vayáis con Él a llevar su Evangelio de esperanza y salvación a todos. Pensad en ese mundo, en el nuestro, en el que sin Él se apagaría el Evangelio del amor y de la paz y se perdería la esperanza. Obrad en consecuencia». El lema de esta Jornada Mundial de la Juventud es: «Id y haced discípulos de todos los pueblos». Por eso, a todos los que están desilusionados ante las tareas de la civilización, los jóvenes de esta «Juventud del Papa», en Río de Janeiro y en cualquier parte del mundo, en esta Jornada Mundial de la Juventud, les invitan a ser con ellos constructores de la civilización del amor y de la esperanza, que vivan para Cristo, como Cristo vive para ellos; que venzan todas las desesperaciones, que sean más fuertes que todo lo que parece asediarlos a ser auténticos, que defiendan la vida, sirvan a la vida, que sus corazones estén abiertos a la vida; que, en definitiva, sirvan al hombre y muestren el rostro y el hacer del Buen samaritano, de Jesús mismo, que no pasa de largo ante el hombre caído, abandonado, tirado en la cuneta; que demuestren, en suma, cómo se vive por Cristo, con Cristo y desde Él. Por eso mismo, a esos cientos de miles que acudan y esos otros millones que no puedan hacerlo, se les está diciendo que éste será su mejor servicio a los hombres y su más valiosa aportación: hacer posible a todos el encuentro con Jesucristo: desde Él, con Él, todo cambia y se llena de luz.
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