Autorretrato del Papa Francisco
El programa que trazaba el hoy Papa Francisco era profundamente evangélico y podía resumirse en tres palabras: evangelizar, contemplar y adorar. Incluso podía resumirse en una sola: Jesucristo contemplado, adorado y anunciado.
El arzobispo de La Habana ha contado a sus sacerdotes una anécdota muy sugerente sobre el Papa Francisco. En su intervención durante una de las reuniones del precónclave, el todavía cardenal Bergoglio quiso compartir con sus compañeros su visión personal sobre la Iglesia en este momento. El cardenal habanero quedó tan bien impresionado, que le pidió el texto. Bergloglio no lo tenía, pero al día siguiente se lo dio escrito de su puño y letra. Ese manuscrito es hoy un tesoro, porque contiene cuatro puntos que serán fundamentales para otear el horizonte hacia el que nos conducirá el Papa Francisco.
El primero es sobre la evangelización. “La Iglesia debe salir de sí misma e ir a las periferias”, no sólo geográficas sino “también existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y alejamiento religioso, las del pensamiento, las de toda miseria”. Esto requiere “celo apostólico” y “la parresía -audacia- de salir de sí misma”.
El segundo es una autocrítica a la “Iglesia referencial”, es decir, a la que se mira a sí misma, en una especie de “narcisismo teológico” que la aparta del mundo y “pretende encerrar a Jesucristo dentro de sí y no le deja salir”. Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, “enferma”. De hecho, “los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen su raíz en la autorreferencialidad”.
El tercer punto es una lógica consecuencia de lo anterior y se concreta en los dos modelos existentes de Iglesia. Una es “la Iglesia evangelizadora que sale de sí” y otra es “la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí”. Precisamente, en este doble modelo encontramos la clave para “dar a luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer”. Se trata de cambios y reformas con verdadero calado, pues lo que ellas han de contemplar es “la salvación de las almas”.
El último punto se refería a las condiciones que debía reunir el próximo Papa. Estas fueron sus palabras: “Un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.
El programa que trazaba el hoy Papa Francisco era profundamente evangélico y podía resumirse en tres palabras: evangelizar, contemplar y adorar. Incluso podía resumirse en una sola: Jesucristo contemplado, adorado y anunciado.
Es el programa que ha caracterizado todos los siglos de oro que ha vivido la Iglesia y cuya carencia o declive ha caracterizado los de hierro y barro, que también han existido. No es difícil advertir que el programa propuesto por el entonces cardenal Bergoglio y hoy Papa Francisco está escrito sobre los mismos pentagramas y con la misma música que los del Beato Juan Pablo II y Benedicto XVI. Evidentemente, así como Benedicto XVI y Juan Pablo II hicieron sus personales subrayados en ese programa evangelizador, el Papa Francisco hará también los suyos. Por los gestos que ha ido poniendo en sus primeros días de Pontificado, no es difícil prever que se esforzará en meternos en caminos de pobreza, de servicio a los más necesitados, y de misericordia y compasión hacia los que se encuentran alejados de Dios.
La Pascua de Resurrección que hoy comienza se presenta, por tanto, como una Pascua florida y que nos ofrece el apasionante horizonte de salir a proclamar a todos que Jesucristo no es una figura del pasado, sino una Persona viva, que ha vencido al mal y a la muerte, y cuenta con nosotros para anunciar con convicción este mensaje.
El primero es sobre la evangelización. “La Iglesia debe salir de sí misma e ir a las periferias”, no sólo geográficas sino “también existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y alejamiento religioso, las del pensamiento, las de toda miseria”. Esto requiere “celo apostólico” y “la parresía -audacia- de salir de sí misma”.
El segundo es una autocrítica a la “Iglesia referencial”, es decir, a la que se mira a sí misma, en una especie de “narcisismo teológico” que la aparta del mundo y “pretende encerrar a Jesucristo dentro de sí y no le deja salir”. Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, “enferma”. De hecho, “los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen su raíz en la autorreferencialidad”.
El tercer punto es una lógica consecuencia de lo anterior y se concreta en los dos modelos existentes de Iglesia. Una es “la Iglesia evangelizadora que sale de sí” y otra es “la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí”. Precisamente, en este doble modelo encontramos la clave para “dar a luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer”. Se trata de cambios y reformas con verdadero calado, pues lo que ellas han de contemplar es “la salvación de las almas”.
El último punto se refería a las condiciones que debía reunir el próximo Papa. Estas fueron sus palabras: “Un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.
El programa que trazaba el hoy Papa Francisco era profundamente evangélico y podía resumirse en tres palabras: evangelizar, contemplar y adorar. Incluso podía resumirse en una sola: Jesucristo contemplado, adorado y anunciado.
Es el programa que ha caracterizado todos los siglos de oro que ha vivido la Iglesia y cuya carencia o declive ha caracterizado los de hierro y barro, que también han existido. No es difícil advertir que el programa propuesto por el entonces cardenal Bergoglio y hoy Papa Francisco está escrito sobre los mismos pentagramas y con la misma música que los del Beato Juan Pablo II y Benedicto XVI. Evidentemente, así como Benedicto XVI y Juan Pablo II hicieron sus personales subrayados en ese programa evangelizador, el Papa Francisco hará también los suyos. Por los gestos que ha ido poniendo en sus primeros días de Pontificado, no es difícil prever que se esforzará en meternos en caminos de pobreza, de servicio a los más necesitados, y de misericordia y compasión hacia los que se encuentran alejados de Dios.
La Pascua de Resurrección que hoy comienza se presenta, por tanto, como una Pascua florida y que nos ofrece el apasionante horizonte de salir a proclamar a todos que Jesucristo no es una figura del pasado, sino una Persona viva, que ha vencido al mal y a la muerte, y cuenta con nosotros para anunciar con convicción este mensaje.
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