Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Por qué quieren abatir a la Iglesia


La otra civilización está encarnada en la razón instrumental, la que surgió en la Ilustración, se desarrolló en la Modernidad y se ha degradado en cuanto a sus propios parámetros en la época llamada Postmoderna, la de la sociedad de la desvinculación

por Josep Miró i Àrdevol

Opinión

Hoy en el mundo, pero sobre todo en Occidente y de una manera particular en Europa, se produce una confrontación de proporciones históricas a causa del enfrentamiento entre dos civilizaciones, dos formas de entender el sentido de la vida humana, de sus sociedades, de su relación con el mundo y con el universo. Una de estas civilizaciones, que mantiene el patrimonio de la construcción de Europa tal y como la conocemos, es la Iglesia. La otra la constituyen las instituciones públicas y privadas, no todas, pero sí la mayoría, que gobiernan nuestra sociedad: buena parte de los partidos políticos, de los gobiernos, de los restantes poderes del Estado, de los medios de comunicación, del poder económico. Parece una dicotomía muy fuerte. Lo es, pero nuestro deber es reconocer la realidad y no huir de ella.

La primera, la Iglesia, es una civilización enmarcada por la razón objetiva, aquélla que ha caracterizado a Europa desde tiempos homéricos, si bien ha transformado la causa final objetiva. En el caso de la Iglesia, es el Dios trinitario, su encarnación en Jesucristo, el anuncio de la Buena Nueva y la renovación de la Alianza. En este marco, todo tiene su sentido y encaja armoniosamente. El hombre sabe cuál es su papel, su misión, y cuál es el de la sociedad y cómo debemos relacionarnos con el resto de la creación. Incluso sabe cuál es su destino más allá de la muerte. La discusión no versa sobre los fines sino sobre los medios, y aún este debate está encauzado por los principios que emanan de los fines. Por ejemplo, las diferencias sobre los medios no pueden colapsar el amor

La otra civilización está encarnada en la razón instrumental, la que surgió en la Ilustración, se desarrolló en la Modernidad y se ha degradado en cuanto a sus propios parámetros en la época llamada Postmoderna, la de la sociedad de la desvinculación. En la razón instrumental cada uno elige y define sus propios fines, en teoría a través de los mecanismos de su propia razón. En la práctica, hoy, bajo la presión del deseo forjado en las emociones que ha degenerado en un hiperindividualismo de las preferencias. En esta civilización, lo bueno es lo que me gusta y el mal lo que me disgusta. Y de ahí surge el relativismo y la incapacidad absoluta de afrontar respuestas colectivas. Europa es ahora un buen ejemplo de todo ello. Si los fundadores de la unidad europea hubieran funcionado bajo este influjo, muy probablemente, al cabos de los años necesarios para una cierta recuperación, se hubiera producido la III Guerra Mundial.

La confrontación entre ambas es una cuestión religiosa, pero no solo religiosa, por importante que tal cuestión sea (por cierto, la palabra "religión" es reciente, empieza a tener un uso común a partir del siglo XVIII y es un exponente de la visión que tiende a reducir la fe a un ámbito al margen de los demás ámbitos, lo secular y lo religioso; deberíamos fijar mejor los limites de su uso y yo el primero). No solo es una cuestión vinculada a la fe porque el orden objetivo cristiano genera una cultura, un sistema de valores y virtudes, que son asumidas y defendidas por personas que no tienen el don de la fe, y también se encarna en soluciones practicas, cuya bondad no radica en su origen cristiano sino en la excelencia de sus resultados.

En este contexto de confrontación hay que situar la renuncia del Papa y los nuevos tiempos. Para afrontar esta nueva época, los requerimientos son exactamente los mismos de siempre, aquellos de los que Jesús nos habla en el Evangelio. Por consiguiente, se trata del amor, de la capacidad de dar, más que de esperar recibir. Y, en este mar, una cuestión decisiva es la de la unidad católica. Benedicto XVI, en la celebración del Miércoles de Ceniza, se refirió a ello llamando a la unidad de la Iglesia y exhortando a superar las divisiones en el cuerpo eclesial. Algunas son doctrinales, ideológicas, y hay que superarlas por la vía del dialogo racional guiado por la fe, el amor y la unidad de acción en aspectos concretos. Pero otras diferencias son en teoría más pequeñas y en cierto sentido deleznables, porque se trata simplemente de personalismos, de agrupamientos que, en lugar de comunidades amorosas en el marco de esta comunidad superior que es la Iglesia, acaban formando grupos tribales entre los que es imposible la tarea conjunta porque cada cual quiere su pedacito de gloria, como si la última gloria no fuera la voluntad de Dios y servir a su Iglesia.

Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos

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