Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El abismo español


Si el discurso español es algo más que palabras huecas, ha de levantar inmediatamente una potente política pública al servicio de los matrimonios, de las familias con capacidad de generar descendencia y de educarla a favor de la conciliación y de la estabilidad familiar

por Josep Miró i Ardèvol

Opinión

De una manera recurrente, pero sin ningún efecto sobre la opinión pública, la publicada y mucho menos sobre la agenda política, aparece información que señala la bomba demográfica sobre la que está viviendo España. Cada vez que el INE aporta algunos datos se produce esta llamarada que señala el riesgo en el cual vivimos y avanzamos con él hasta la catástrofe final. Una sola idea sirve para resumirla: hoy en España nacen tantos niños como a mediados del siglo XIX, cuando la población era un 65% inferior. Al lado de esta caída tremenda de la natalidad, hay que señalar el aumento extraordinario del aborto, cerca de 120.000 niños han dejado de nacer por esta causa en el año 2011. Es una catástrofe que navega al lado de la otra.

En el 2050 habrá una persona en edad de trabajar por cada niño o jubilado. Evidentemente, antes de llegar a esta cifra el país habrá implosionado por inviable. Naturalmente, hay personas y entidades, la empresa de recursos humanos Manpower es una de éstas, que reflexionan bajo la idea de que así será más fácil que los parados encuentren trabajo. Hay que decir que este tipo de cálculos no tiene ningún fundamento económico. No se puede indicar, y subrayemos el vacío absoluto, una sola pieza de literatura económica que demuestre que las jubilaciones dan lugar a la entrada automática de jóvenes para ocupar el lugar de trabajo. La Organización Internacional del Trabajo sostiene exactamente el mismo punto de vista. En la práctica, los trabajadores más jóvenes no sustituyen fácilmente a los trabajadores mayores, ya que el número de lugares de trabajo no es estable y cambia en función de las condiciones del mercado laboral. Y aún podríamos añadir una máxima: no existe ningún caso de crecimiento económico en el marco de una caída de la población como la que vive España.

En el 2050, en el mejor de los casos, las pensiones representarán el 15% del PIB y la sanidad, en una muy buena hipótesis, el 7%. Una cuarta parte del PIB se dirigirá a estos gastos sociales. Esto partiendo de la consideración de que los niveles de salud de la población jubilada serán francamente buenos. Pero en esta evolución, que tiene en cuenta comportamientos previos, no entra la lógica de que nuestros jóvenes hoy presentan tasas de salud, debido a sus malos hábitos, inferiores a las de sus predecesores, como ponen de relieve diversas encuestas. Por lo tanto, aquel 7% incluso puede llegar a crecer.

Los primeros interesados en que todo esto no se lleve a cabo deberían ser los jóvenes, es decir aquellos que estarán cercanos a la edad de jubilación o que ya estarán jubilados a partir del año 2040, incluso antes. Los jóvenes de hoy, aquellos que tienen menos de 35 años, deberían alzar necesariamente la bandera de estimular los nacimientos. Y ello requiere cambiar muchas cosas: privilegiar a las familias que tienen hijos, sobre todo a partir del segundo; facilitar la conciliación familiar; y recuperar culturalmente el valor de la maternidad. Éstas son las cuestiones en las que se juegan su futuro.

Porque hay que decir que si esto se mantiene las pensiones, tal y como las conocemos ahora, serán inviables. No se tratará de cobrar algo menos sino sencillamente de no cobrar prácticamente nada. Todo el sistema en el que está basado el bienestar se resquebrajará, porque este partía de un principio que se daba por inmutable hasta que la sociedad desvinculada lo destruyó, el de que los matrimonios serían estables, tendrían hijos y que el promedio sería generalmente superior a los dos hijos por pareja. Hoy estamos en 1,35 hijos por mujer en edad fértil. Con esta cifra es evidente que no hay ninguna posibilidad de bienestar en el futuro.

De la misma manera que he dicho antes de que no hay estudios que relacionen la baja demografía con el crecimiento económico, he de apuntar que sí existe toda una escuela en la corriente de desarrollo endógeno que señala que el crecimiento de la población es un factor de dinamismo económico. Los países que tienen jóvenes en una proporción adecuada aprovechan mejor las condiciones de desarrollo que ofrece el propio país, generan dinámicas de productividad, creatividad y consumo mucho mejores que las de las poblaciones envejecidas.

Casi no queda tiempo, pero no necesariamente ha de suceder lo que la tendencia demográfica señala. Si España tiene interés por sí misma, si el discurso español es algo más que palabras huecas, ha de levantar inmediatamente una potente política pública al servicio de los matrimonios, de las familias con capacidad de generar descendencia y de educarla a favor de la conciliación y de la estabilidad familiar.

Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos

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