No es una crisis de la enseñanza, es una crisis de la sociedad
Solo el 4% de nuestros estudiantes, de acuerdo con las valoraciones PISA, se encuentra en los dos niveles más altos, en los que podríamos llamar los dos grupos de excelencia. En definitiva, nuestra enseñanza ni es inclusiva, como se ha pretendido, ni evidentemente, esto ya es escandalosamente sabido, cultiva la excelencia
Con pocos días de diferencia, han aparecido dos fuentes de datos distintas que exponen descarnadamente el mal estado de la enseñanza en España. Uno, una calificación internacional de los países de la OCDE para los chicos y chicas que se encuentran todavía en Primaria y que señala que España se encuentra en las tres grandes categorías, es decir en comprensión lectora, Ciencias y sobre todo Matemáticas, claramente por debajo de la media. Esto significa y confirma una vez más los datos del estudio que en su momento realizamos en el Instituto del Capital Social de la Universidad Abat Oliba, o sea que la posición española no guarda relación con el gasto en enseñanza. Si fuera este el único parámetro, nuestra posición tendría que ser claramente superior a la media.
La segunda fuente es el recientísimo informe elaborado por el Ministerio de Educación con datos de la Encuesta de Población Activa y de la estadística comunitaria sobre los ´ni-ni´, es decir aquellos que ni estudian ni trabajan. Si se considera la población entre 15 y 34 años, resulta que prácticamente casi uno de cada cuatro (22,3%) se encuentran en esta situación. Si descendemos en la edad y cortamos a los 29 años, entonces el porcentaje es algo menor, el 21,1%, claramente superior al 15% de la media de la Unión Europea de los Veintisiete, donde no olvidemos se encuentran los países de reciente incorporación, como Rumania y Bulgaria, así como otros que presentan datos iguales o peores que los españoles, como Portugal y Grecia. Entre los países de nuestro entorno, Francia por ejemplo se sitúa ligeramente por debajo de aquel 15% de media europea. El resultado es francamente malo, y aún podría recordar otra cifra que observa el problema por el lado contrario: solo el 4% de nuestros estudiantes, de acuerdo con las valoraciones PISA, se encuentra en los dos niveles más altos, en los que podríamos llamar los dos grupos de excelencia. En definitiva, nuestra enseñanza ni es inclusiva, como se ha pretendido, ni evidentemente, esto ya es escandalosamente sabido, cultiva la excelencia.
Llegados a este punto, es necesario preguntarse a qué bienes particulares sirve, además de ser una fuente muy importante y decisiva de empleo. Un país con estas cifras, donde el fracaso escolar, según este mismo informe, alcanza el 30% y el abandono educativo temprano se sitúa cerca de este porcentaje, en el 26%, doblando la cifra comunitaria, un abandono que además se produce en época de crisis, cuando no hay oportunidades laborales, lo que tendría que provocar es una enérgica mejora de las cifras, aunque fuera por pura impotencia. Se trata, de lo que se desprende anteriormente, de la ´cima´ que la enseñanza en España ha asumido. Pero, atención, el error es pensar que es un problema exclusivo de el ámbito educativo. Por eso la ley Wert es una ley que no va a resolver nada de definitivo, porque como buena concepción burócrata que expresa, mirada desde arriba, solamente ve la escuela.
La realidad educativa se compone de diversos elementos. Evidentemente, uno es la escuela, que tiene además el encargo de prolongar la educación familiar e introducir en ella los conocimientos, por un lado básicos y por otro instrumentales, que le permitan afrontar al alumno las necesidades de la vida. Pero en el eje educativo, en el centro, el factor decisivo es la familia, y eso lo sabemos desde los años 80 con los estudios de Coleman sobre la relación entre capital humano y capital social. Si la familia no tiene capacidad educadora, no hay escuela que lo remedie. Pero tampoco se trata, todo y con ser decisivo, de la familia. Hay otros elementos.
Uno de ellos es el del tiempo libre. Para ser más concretos, el de las actividades en el tiempo libre. En este sentido, solo hay que ver lo que hacen nuestros adolescentes, no todos por fortuna, pero sí demasiados por desgracia, para constatar que el tiempo libre de muchos de ellos es terriblemente deseducador. Si no se plantea este tercer componente de la ecuación, todo va a ser mucho más difícil.
Finalmente está la capacidad educativa de la propia comunidad, del entorno social, de la sociedad misma. Lo que dicen y cómo actúan los adultos que les rodean, los medios de comunicación, especialmente aquellos que penetran más en adolescentes y jóvenes, y aquí hay que decir que la quiebra educativa es de una brutalidad que apabulla.
Aún quedaría un factor, este relacionado con la escuela, del que nos olvidamos en exceso, que es el aula, y que no puede confundirse con aquélla. La escuela ha de ser capaz de educar en una serie de virtudes y valores que son fundamentales, y esto se ha de traducir en buenos profesores que sean capaces de impartir la formación en el aula con el mínimo y atractivo interés. Naturalmente, para que esto sea así, los alumnos han de tener un cierto sentido del esfuerzo, evidentemente del respeto a la autoridad del profesor, del orden, del respeto a los demás, que son precisamente aquellos factores que se inculcan desde fuera del ámbito escolar sobre todo, que la escuela pule y organiza, y que permiten después en el aula que el profesor desarrolle todas sus capacidades y no las vea sometidas a un continuo desgaste para intentar mantener unas condiciones que hagan posible la enseñanza.
Si todo esto no se plantea y no se hace al mismo tiempo. Si no nos damos cuenta de que la crisis de la educación española es exactamente la crisis de la sociedad, de las familias, de los medios de comunicación españoles, entonces, señoras y señores, el problema es irresoluble.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
© Forum Libertas
La segunda fuente es el recientísimo informe elaborado por el Ministerio de Educación con datos de la Encuesta de Población Activa y de la estadística comunitaria sobre los ´ni-ni´, es decir aquellos que ni estudian ni trabajan. Si se considera la población entre 15 y 34 años, resulta que prácticamente casi uno de cada cuatro (22,3%) se encuentran en esta situación. Si descendemos en la edad y cortamos a los 29 años, entonces el porcentaje es algo menor, el 21,1%, claramente superior al 15% de la media de la Unión Europea de los Veintisiete, donde no olvidemos se encuentran los países de reciente incorporación, como Rumania y Bulgaria, así como otros que presentan datos iguales o peores que los españoles, como Portugal y Grecia. Entre los países de nuestro entorno, Francia por ejemplo se sitúa ligeramente por debajo de aquel 15% de media europea. El resultado es francamente malo, y aún podría recordar otra cifra que observa el problema por el lado contrario: solo el 4% de nuestros estudiantes, de acuerdo con las valoraciones PISA, se encuentra en los dos niveles más altos, en los que podríamos llamar los dos grupos de excelencia. En definitiva, nuestra enseñanza ni es inclusiva, como se ha pretendido, ni evidentemente, esto ya es escandalosamente sabido, cultiva la excelencia.
Llegados a este punto, es necesario preguntarse a qué bienes particulares sirve, además de ser una fuente muy importante y decisiva de empleo. Un país con estas cifras, donde el fracaso escolar, según este mismo informe, alcanza el 30% y el abandono educativo temprano se sitúa cerca de este porcentaje, en el 26%, doblando la cifra comunitaria, un abandono que además se produce en época de crisis, cuando no hay oportunidades laborales, lo que tendría que provocar es una enérgica mejora de las cifras, aunque fuera por pura impotencia. Se trata, de lo que se desprende anteriormente, de la ´cima´ que la enseñanza en España ha asumido. Pero, atención, el error es pensar que es un problema exclusivo de el ámbito educativo. Por eso la ley Wert es una ley que no va a resolver nada de definitivo, porque como buena concepción burócrata que expresa, mirada desde arriba, solamente ve la escuela.
La realidad educativa se compone de diversos elementos. Evidentemente, uno es la escuela, que tiene además el encargo de prolongar la educación familiar e introducir en ella los conocimientos, por un lado básicos y por otro instrumentales, que le permitan afrontar al alumno las necesidades de la vida. Pero en el eje educativo, en el centro, el factor decisivo es la familia, y eso lo sabemos desde los años 80 con los estudios de Coleman sobre la relación entre capital humano y capital social. Si la familia no tiene capacidad educadora, no hay escuela que lo remedie. Pero tampoco se trata, todo y con ser decisivo, de la familia. Hay otros elementos.
Uno de ellos es el del tiempo libre. Para ser más concretos, el de las actividades en el tiempo libre. En este sentido, solo hay que ver lo que hacen nuestros adolescentes, no todos por fortuna, pero sí demasiados por desgracia, para constatar que el tiempo libre de muchos de ellos es terriblemente deseducador. Si no se plantea este tercer componente de la ecuación, todo va a ser mucho más difícil.
Finalmente está la capacidad educativa de la propia comunidad, del entorno social, de la sociedad misma. Lo que dicen y cómo actúan los adultos que les rodean, los medios de comunicación, especialmente aquellos que penetran más en adolescentes y jóvenes, y aquí hay que decir que la quiebra educativa es de una brutalidad que apabulla.
Aún quedaría un factor, este relacionado con la escuela, del que nos olvidamos en exceso, que es el aula, y que no puede confundirse con aquélla. La escuela ha de ser capaz de educar en una serie de virtudes y valores que son fundamentales, y esto se ha de traducir en buenos profesores que sean capaces de impartir la formación en el aula con el mínimo y atractivo interés. Naturalmente, para que esto sea así, los alumnos han de tener un cierto sentido del esfuerzo, evidentemente del respeto a la autoridad del profesor, del orden, del respeto a los demás, que son precisamente aquellos factores que se inculcan desde fuera del ámbito escolar sobre todo, que la escuela pule y organiza, y que permiten después en el aula que el profesor desarrolle todas sus capacidades y no las vea sometidas a un continuo desgaste para intentar mantener unas condiciones que hagan posible la enseñanza.
Si todo esto no se plantea y no se hace al mismo tiempo. Si no nos damos cuenta de que la crisis de la educación española es exactamente la crisis de la sociedad, de las familias, de los medios de comunicación españoles, entonces, señoras y señores, el problema es irresoluble.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
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