Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Defensa del hombre y la sociedad (y II)


Ayudemos a las madres, con una maternidad no deseada, con todos los mejores y posibles medios a nuestro alcance. Provoquemos un movimiento de reflexión y serenidad para que los problemas que se plantean en torno al aborto encuentren un camino ético, justo y social

por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

Quien niegue la defensa de la persona humana más inocente y débil, aunque no nacida todavía –sea cual sea la fase de su crecimiento y desarrollo–, comete una gravísima vulneración del orden moral, justo, y social. La cuestión del aborto es una cuestión también de justicia social, no lo olvidemos. La generalización tan masiva del aborto legal constituye una grandísima derrota social, de la humanidad. Ha sido derrotada la sociedad, asentada sobre el bien común, ya que con el aborto se sacrifica la vida de un ser humano a bienes de valor inferior y se supedita el bien común a la eliminación de la vida en pro, frecuentemente, del bienestar. Han sido derrotados el hombre y la mujer, particularmente la mujer cuya grandeza está en el ser mujer con todo lo que esto implica; (sin duda que ahí, en el aborto, no se encuentra el verdadero feminismo, más bien está contra él, contra la dignidad de la mujer). Han sido derrotados los padres, los que han engendrado a esa criatura, cuya vida debe ser cuidada por ellos mismos, protegerla y proseguirla, acompañarla en su crecimiento y cuidado de alimentación, calor de hogar, educación. Ha sido derrotada sobre todo la madre, cuyo seno está para proteger y cuidar la débil criatura gestada en ella, destinada a la vida, que es su hijo o su hija. Ha sido derrotado el médico que ha renegado del juramento y título de la medicina: el de defender y salvar la vida humana, y también ha sido derrotado el científico que debe poner la ciencia al servicio del hombre y de su bien más preciado, la vida, ejerciendo su nobilísima tarea de la ciencia con verdadera conciencia. Han sido derrotados los legisladores y quienes han de aplicar el derecho, llamados todos ellos a implantar y salvaguardar la justicia y el derecho –el primero que sustenta a todos, el de la vida–, y defender al débil, al inocente y al indefenso.

Queda también derrotado el Estado de Derecho, que ha renunciado a la tutela del bien común inseparable del respeto a la dignidad de todo ser humano y a la protección fundamental que debe al sacrosanto derecho de la persona a la vida; el Estado con legislaciones permisivas proabortistas, en lugar de intervenir para defender a todos, especialmente al inocente en peligro, como es su misión, y ,con medios adecuados, proteger su existencia y su crecimiento, con leyes permisivas proabortistas estaría autorizando, de hecho, la violación del derecho fundamental y la ejecución de «sentencias de muerte» injustas, sin que, además, el «moriturus» pueda defenderse; así no se sostiene el Estado de Derecho ni se fundamenta un orden justo. Han sido derrotados los grandes esfuerzos que la humanidad debe llevar a cabo en todas partes en defensa de una ecología ambiental, pues ésta no será posible sin una ecología humana.

Podemos ahondar todavía más. Las legislaciones favorecedoras del aborto ponen en cuestión el carácter de «humano» de ese nuevo ser vivo desde el momento en que es concebido o gestado. En esas legislaciones, ese ser vivo es una «cosa», un «algo», no un «alguien», un «quien», al que no se le puede sustraer la condición de ser personal, inherente a todo ser humano: ponen en juego el primado de la persona, a la que se la supedita a otros intereses por encima de la persona. Con ello queda gravemente cuestionado no sólo el derecho fundamental del hombre a la vida, sino también a ser por sí y en sí persona, el derecho de la persona misma.

A partir de ahí ya no se sabe quién es el sujeto del derecho fundamental del hombre a la vida: ¿El ser humano «en cuanto tal» o el que deciden los legisladores, las mayorías parlamentarias, el poder, en suma? Si esto fuera así, lo mismo que lo otorgan podrían retirarlo. ¿A dónde podríamos ir a parar metidos en esta dinámica? Aquí hay una cuestión de fondo gravísima: quién, cómo y cuándo se es hombre. ¿Quién lo decide? ¿O es que está en manos del hombre –del poder y del más fuerte– el decidir cuándo se es persona? ¿Es que se puede decidir, o hay que respetar la verdad de lo que es y reconocer lo que es? Uno de los asuntos más graves y delicados de la actual situación es la desaparición de un concepto de persona y de la centralidad de la persona que no esté sometido a las decisiones cambiantes y de poder sobre la persona, a la «dictadura del relativismo», en suma. Además, cuando una sociedad se rige no por el bien y valor de la persona, sino por otros intereses por encima del valor de la persona, esa sociedad se desmorona.

El tema del aborto, pues, no es una cuestión puntual, ni siquiera una simple cuestión moral de algunos sectores de la población. Se trata de una cuestión base, muy envolvente y abarcadora de muchos aspectos, que apunta a las grandes, fundamentales e imprescindibles bases que sustentan la sociedad, también la sociedad democrática. Apostemos, pues, por el hombre, digamos «Sí» al hombre y «No» al aborto.

Ayudemos a las madres, con una maternidad no deseada, con todos los mejores y posibles medios a nuestro alcance. Provoquemos un movimiento de reflexión y serenidad para que los problemas que se plantean en torno al aborto encuentren un camino ético, justo y social. Lo necesitamos siempre, pero aún más, si cabe, en estos momentos.

Antonio Cañizares Cardenal

© La Razón
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