Sábado, 02 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

De la Casa Blanca a su casa


¿No es un contrasentido que una mujer que ha deseado ocupar un cargo relevante en política lo deje ara dedicarse al cuidado de sus hijos y de su casa?

por Monseñor Francisco Gil Hellín

Opinión

¿No es un contrasentido, que una mujer, que ha deseado apasionadamente ocupar un cargo relevante en política, deje ese cargo para dedicarse al cuidado de sus hijos y de su casa? Así pensó Anne-Marie Slaughter, profesora de relaciones internacionales en la universidad de Princeton y mujer de convicciones feministas. Ella siempre había deseado trabajar en política exterior y había tomado la decisión de permanecer en ese puesto, si un día lo lograba.

Ese día llegó a principios de 2009, cuando fue nombrada directora de planificación de políticas exteriores en la Administración de Obama. Era la primera mujer que llegaba a ese cargo en el Departamento de Estado. Sin embargo, al cabo de dos años dimitió y volvió a la universidad de Princeton. ¿Razón? Ella misma lo ha dicho con toda sencillez: “Hacía más falta en mi casa que en la Casa Blanca”.

En un artículo que publicó en una famosa revista americana y que en pocos días tuvo más de setecientas mil lecturas en su versión digital, lo explicaba en estos términos: “Yo era una mujer que respondía con una sonrisa de condescendiente superioridad cuando otro me decía que había dejado el trabajo por un tiempo o que había elegido un itinerario profesional menos competitivo para dedicar más tiempo a la familia”. El trabajo en la Administración Obama le hizo ver las cosas de distinta manera, con el consiguiente derrumbamiento ideológico: “Las creencias feministas en que había basado toda mi carrera se tambalearon”.

En ese momento vio que no se puede tener todo en muchos puestos, incluidos los de la alta Administración y la Política. Ni siquiera cuando el marido está dispuesto a recortar su trabajo fuera de casa para estar con los hijos. Antes había pensado de otra manera. Ahora había llegado “por experiencia” a la convicción de que es erróneo pensar que “una mujer se quedará tan tranquila estando lejos de los hijos si el marido está en casa con ellos”. Y esto no por estereotipos sexuales sino por un “imperativo materno sentido hondamente”.

Slaughter sigue siendo una luchadora y desea muy de veras que se produzcan cambios importantes en la sociedad y, más en concreto, en el trabajo. Entre otros, que los horarios escolares estén coordinados con los trabajos laborales, que se abandone la obsesión por tener jornadas laborales interminables, que se hagan menos horas en la oficina y más en casa. Pero hacen falta cambios mucho más profundos. Slaughter lo razona muy bien: “Quienes en este momento ponen la carrera en primer lugar son recompensados; en cambio, los que optan por la familia no son tenidos en cuenta, no se les da confianza o se les acusa de falta de profesionalidad”; olvidando -sigue razonando- que una persona que se esfuerza por atender bien a su familia, con todo lo que esto supone hoy día, es probablemente un trabajador más capaz y eficiente, pues sus cualidades de madre o de padre tienen, de rechazo, un valor profesional.

Según esto, Slaughter llega a la siguiente conclusión: “La sociedad debe cambiar, llegando a valorar las decisiones de poner la familia por delante del trabajo. Si de verdad valoráramos esas decisiones, valoraríamos a las personas que las toman; si valorásemos a las personas que las toman, haríamos todo lo posible por contratarlas y retenerlas; si hiciéramos todo lo posible por permitirles compaginar trabajo y familia, las decisiones serían mucho más fáciles”.

Ahora que recomienza el trabajo habitual después del periodo veraniego, quizás no esté demás reflexionar sobre la familia, el trabajo y las responsabilidades sociales y laborales de la mujer con ánimo de integrarlas sin renunciar a la debida jerarquía. La presencia de la mujer en la organización laboral y social debería facilitar el camino para integrar el trabajo fuera de casa y la atención a la familia.

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