¡Ay, estos periodistas sabiondos!
Saben tanto de tanto, que dejan en pañales al famoso Don Sabelotodo de los cuentos de Somerset Maughan.
Escucho con frecuencia en la radio o veo en televisión las tertulias en general políticas, porque, para mi gusto, encuentro muy poco más que ver y oír en la caja tonta o en las ondas. Tertulias copadas mayormente por periodistas, muchos de ellos no solamente compañeros o conocidos, sino amigos, incluso “subordinados” míos en algún período de mi larga trayectoria informativa. Presto alguna atención a estos programas de debate probablemente por deformación profesional. A ver “qué dicen estos”, o qué opina fulano o zutano, si bien de antemano ya sepas por donde va cada cual. Colegas que no conocía que fueran entendidos en algo concreto, especialistas de esto o de lo otro, ahora se atreven a opinar de todo, a pontificar sobre lo que les echen, divino o humano, nacional o planetario, da igual, lo que sea, aunque normalmente siempre con la misma orientación y piñón fijo. Saben tanto de tanto, que dejan en pañales al famoso Don Sabelotodo de los cuentos de Somerset Maughan. ¡Qué callado se lo tenían cuando compartíamos redacción!
De todas formas, lo que más me asombra es su incapacidad para comportarse, muchos de ellos, como personas civilizadas, correctas, respetuosas con las opiniones ajenas. Al contrario, parecen gallos de pelea, sujetos con modales tabernarios quitándose la palabra unos a otros, o hablando todos a la vez, en particular los que parece que se expresan por boca de Ferraz, esa calle madrileña donde tienen asiento el puño y la rosa. Dan la impresión de que acuden a los debates instruidos en las técnicas del barullo, del enredo, interrumpiendo continuamente al contrario, no dejándole explicarse con claridad, metiendo una y otra vez cuñas que nada tienen que ver con el debate pero lían los asuntos, recurriendo de continuo al tú más (tú, vosotros, los tuyos, etc.) ¿Recuerda el lector a la inefable María Antonia Iglesias, súper experta en reventar debates? Todavía anda por ahí metiendo baza. ¿O a Enric, entes Enrique Sopena? ¿O a Fernando López Agudín? Pero no han sido los únicos. Ahora actúan, entre otros, los jóvenes “canteranos” y viejos amigos míos Ricado Martín y Carmelo Encinas. Están en todas las tertulias, igual que otros colegas, haciendo “bolos” al modo de los antiguos teatreros. Cambias de canal, o de emisora de radio, y allí están ellos, los mismos más o menos del programa de la competencia. Parece que no hay banquillo tertuliano. O el catálogo de gladiadores que tienen los directores de estos circos dialécticos debe de ser paupérrimo. Y conste que no hablo porque me sienta excluido. Yo ya no estoy para discutir con nadie. Y menos para enfrentarme a tipos que conozco demasiado y desde hace demasiado tiempo. En todo caso, si estos tertulianos de ahora cobran por actuación se deben de estar forrando.
Es el signo informativo de nuestro tiempo. Marrullero, áspero, conflictivo, raramente analítico y documentado. Tal vez es así porque los políticos y la sociedad de ahora son marrulleros, ásperos y conflictivos. Nunca sabremos que fue antes el huevo o la gallina. Y menos mal si no les da por aventar noticias tremendistas, infladas hasta reventar, terriblemente dañinas para el país y sus ciudadanos, como estamos viendo en la grave crisis económica que sufrimos. Nadie se para en barras. Por un titular sensacionalista, venden su alma al diablo. Cierto que siempre hubo periodismo escandaloso. La diferencia actual es que ya no puedes distinguir entre medios serios y borrascosos. Todos parecen iguales, si bien a la postre hay unos mucho más iguales que otros. ¿Hace falta citar títulos y personajes?
De todas formas, lo que más me asombra es su incapacidad para comportarse, muchos de ellos, como personas civilizadas, correctas, respetuosas con las opiniones ajenas. Al contrario, parecen gallos de pelea, sujetos con modales tabernarios quitándose la palabra unos a otros, o hablando todos a la vez, en particular los que parece que se expresan por boca de Ferraz, esa calle madrileña donde tienen asiento el puño y la rosa. Dan la impresión de que acuden a los debates instruidos en las técnicas del barullo, del enredo, interrumpiendo continuamente al contrario, no dejándole explicarse con claridad, metiendo una y otra vez cuñas que nada tienen que ver con el debate pero lían los asuntos, recurriendo de continuo al tú más (tú, vosotros, los tuyos, etc.) ¿Recuerda el lector a la inefable María Antonia Iglesias, súper experta en reventar debates? Todavía anda por ahí metiendo baza. ¿O a Enric, entes Enrique Sopena? ¿O a Fernando López Agudín? Pero no han sido los únicos. Ahora actúan, entre otros, los jóvenes “canteranos” y viejos amigos míos Ricado Martín y Carmelo Encinas. Están en todas las tertulias, igual que otros colegas, haciendo “bolos” al modo de los antiguos teatreros. Cambias de canal, o de emisora de radio, y allí están ellos, los mismos más o menos del programa de la competencia. Parece que no hay banquillo tertuliano. O el catálogo de gladiadores que tienen los directores de estos circos dialécticos debe de ser paupérrimo. Y conste que no hablo porque me sienta excluido. Yo ya no estoy para discutir con nadie. Y menos para enfrentarme a tipos que conozco demasiado y desde hace demasiado tiempo. En todo caso, si estos tertulianos de ahora cobran por actuación se deben de estar forrando.
Es el signo informativo de nuestro tiempo. Marrullero, áspero, conflictivo, raramente analítico y documentado. Tal vez es así porque los políticos y la sociedad de ahora son marrulleros, ásperos y conflictivos. Nunca sabremos que fue antes el huevo o la gallina. Y menos mal si no les da por aventar noticias tremendistas, infladas hasta reventar, terriblemente dañinas para el país y sus ciudadanos, como estamos viendo en la grave crisis económica que sufrimos. Nadie se para en barras. Por un titular sensacionalista, venden su alma al diablo. Cierto que siempre hubo periodismo escandaloso. La diferencia actual es que ya no puedes distinguir entre medios serios y borrascosos. Todos parecen iguales, si bien a la postre hay unos mucho más iguales que otros. ¿Hace falta citar títulos y personajes?
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