José Ibáñez Martín y el CSIC
José Ibáñez Martín falleció hace ahora cincuenta años, precisamente el mismo año en el que Doñana fue declarado Parque Nacional, algo en lo que tuvieron mucho que ver sus gestiones como presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el organismo público de investigación más importante de la historia de España y en cuya puesta en marcha su intervención como ministro de Educación y presidente fundador fue determinante, hace ahora ochenta años. También coincide este 50º aniversario con la fundación de su queridísima Arbor, revista general del CSIC, que él fundó y de la que fue director durante muchos años. Siempre se consideró discípulo de Marcelino Menéndez Pelayo, tal vez el intelectual español más relevante del siglo XX, y fue, como él, ferviente católico.
José Ibáñez Martín (1896-1969) fue ministro de Educación (1939-1951) y presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (1939-1967).
Además, dedicó lo mejor de su persona a la actividad política, desde teniente alcalde de Murcia hasta parlamentario durante la Segunda República. Ibáñez Martín siempre manifestó inquietud y preocupación por la mejora del ámbito académico en particular, y de la enseñanza e instrucción pública en general. A nivel personal consiguió dos licenciaturas, la de Filosofía y Letras y la de Derecho, teniendo que interrumpir sus estudios de doctorado por el repentino fallecimiento de su padre, lo que le impulsó a hacerse cargo del sostenimiento familiar ganando las entonces muy prestigiosas oposiciones a cátedra de instituto con el número uno nacional. Llegaría a ser académico de varias academias y doctor honoris causa por varias universidades. Tampoco se conformó con ser un católico más, y se hizo miembro de la Asociación Católica de Propagandistas, entre cuyas más relevantes realizaciones figuran la Universidad CEU San Pablo y el Instituo de Humanidades Ángel Ayala, así como los congresos Católicos y vida pública.
La muy desgraciada época que le tocó vivir, en parte desencadenada por el nefasto e ilegítimo gobierno del Frente Popular, le obligó a huir de Madrid, como a otros muchos intelectuales de la época, para evitar ser asesinado. Lo hizo con familia numerosa y todo: lo habitual era que a los católicos profesos se les detuviera, se les llevara a una cheka mientras se desvalijaba su casa, y finalmente se le diera el paseo para acabar con su vida. Este fue uno de los métodos utilizados en la época por quienes protagonizaron la persecución religiosa y ahora nos quieren hacer creer que eran demócratas.
En 1950 Ibáñez Martín promovió un congreso singular, primero en su género según él indicó. Congreso Universal de Investigadores lo llamó. En su discurso dijo: “Aquí hoy están hombres que concebimos la historia desde diferentes puntos de vista, que profesamos diferentes religiones y que aspiramos a vivir constituidos con un sentido de unidad moral, pero con matices diversos… Por eso, recogiendo el pensamiento de todos vosotros puedo decir como consecuencia final que no sea esta reunión una vana ilusión de todos los que aquí nos hemos congregado, sino algo más, que sea el comienzo de una movilización espiritual de todos los hombres de ciencia, que con su fuerza creada para mejorar la vida espiritual y material del mundo trabajen para afianzar el bien y conseguir la paz en todos los países”. En este congreso estuvieron presentes cinco Premios Nobel, entre ellos el doctor Otto Hahn, presidente la Sociedad Max Planck, que logró desintegrar el átomo de uranio en 1938. Se trata probablemente de la mayor confluencia de Premios Nobel de la historia del CSIC.
Su afán por internacionalizar el CSIC le llevó a invitar a numerosos científicos extranjeros. En la línea de lo anteriormente comentado, fueron huéspedes del CSIC en los años 40 y 50 varios Premios Nobel en Medicina, Física y Química, tales como Sir Alexander Fleming (Inglaterra), Theodor Svedberg (Suecia), Edgar D. Adrian (Inglaterra), P. Debye (Estados Unidos), Sir Howard Florey (Inglaterra), Otto Hahn (Alemania), Karl Heisenberg (Alemania), Sir George P. Thomson (Inglaterra ), Selman Waskman (Estados Unidos), Arne Tiselius (Suecia), Alexander R. Todd (Inglaterra), y Sir Cyril Norman H. Hinshelwood (Inglaterra).
Pues bien, todo esto y mucho más ocurrió de la mano de Ibáñez Martín en unas instalaciones, las de la secretaría general del CSIC, en la calle Serrano de Madrid, que todavía a día de hoy no disfrutan de ningún tipo de protección urbanística (Bien de Interés Cultural, etc.), estando al pairo de los gobernantes -en funciones o no- de turno, que cometen impunemente tropelías arquitectónicas a su antojo, sin rendir a nadie cuentas, contra un patrimonio histórico artístico que no les pertenece y que, por sus raíces católicas, vive en permanente amenaza.
Alfonso V. Carrascosa es científico del CSIC.
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