Miércoles, 30 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Educar en la verdad


El relativismo ético es la raíz común de muchos aspectos de la cultura contemporánea que han contaminado la mentalidad actual.

por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

Cuando cada semana escribo mi artículo para La Razón, una comunicación llena de amistad, lo hago como un español, hijo de mi tiempo y de la Iglesia, que contempla la evolución social de nuestra querida patria; y dado que la fe que me anima, orienta y mueve no es únicamente para vivirla en el interior de la conciencia, sino que por exigencia de su naturaleza, inseparable de la razón, ha de proyectarse sobre la ciudad terrena, ofrezco a quien me quiera escuchar lo que a mi modesto entender puedo aportar, desde mi condición propia, en esta hora crucial que vivimos.

Muchas veces, sobre todo cuando vivía en España, he hablado de educación, porque creo que es una verdadera emergencia, una de las cuestiones más urgentes y necesarias en estos momentos. Se habla mucho del fracaso escolar, y tal vez se habla menos del fracaso educativo; tal vez, se discute mucho de los niveles de conocimientos de niños y jóvenes españoles en cifras estadísticas y comparativas con otros países, mucho menos se tienen en cuenta los fines educativos de la persona. Soy muy consciente de que se trata de un tema muy complejo y ciertamente clave y crucial. En esta ocasión, me voy a referir a un punto muy concreto: el de la verdad en la educación, o, con otras palabras, la educación para la verdad y en la verdad.

La experiencia nos dice que hoy la obra de la educación está siendo cada día más difícil y resulta incluso más pobre para la formación en un verdadero humanismo. Se habla de las crecientes dificultades que se encuentran para transmitir a niños y jóvenes los valores-base de la existencia y de un comportamiento recto, tanto en la familia, como en la escuela, como en cualquier ámbito que tenga objetivo educar. Problema clave, a mi entender, es que esta tarea educativa, tan urgente como precaria hoy, se trata de llevarla a cabo en una sociedad y una cultura que, con demasiada frecuencia, están haciendo del relativismo, sobre todo del ético, el propio credo: de hecho, el relativismo se ha convertido en una suerte de dogma. Así, y ahí, no se puede educar. El relativismo constituye un verdadero cáncer de la educación, que lleva en su interior una gran fuerza expansiva y destructora del hombre.

Es necesario detectar y diagnosticar la patología, para poder aplicar el remedio sanante y devolver la salud al organismo enfermo o dañado. En este sentido, es preciso reconocer que se nos ha inoculado el relativismo. Así, «el relativismo ético es la raíz común de muchos aspectos de la cultura contemporánea que han contaminado la mentalidad actual hasta el punto de que la sociedad española ha hecho propio, en general, un estilo de vida relativista, animado por una buena parte de los medios de comunicación, los poderes públicos e, incluso, desde el mismo sistema educativo», bien sea en la escuela primaria y secundaria, bien en el ámbito universitario.

En un ambiente relativista, como el que se ha creado y nos envuelve, el hablar de verdad se considera como algo peligroso o «autoritario», casi hasta irracional, contrario en todo caso a la libertad individual de cada uno: toda autoridad, disciplina u obediencia, y hasta toda exigencia de esfuerzo, se considera como una intromisión abusiva en la propia vida. Domina, no podía ser de otra manera, la persuasión de que no hay verdad última, o de que no existen verdades absolutas válidas para todos de las que no podemos disponer, o de que toda verdad es contingente y revisable, y de que toda certeza es síntoma, en el fondo, de inmadurez y dogmatismo intolerante que rompe la convivencia. De ahí se desprende una consecuencia, tan generalizada como letal, no hay valores universales que merezcan una adhesión permanente e incondicional, no hay nada que pueda calificarse para todos como bueno o malo, verdadero o falso. Solo caben y hay opiniones, local, subjetiva o culturalmente condicionadas; en consecuencia, todo y nada vale.

A la escuela, en todos sus niveles educativos, pertenece la búsqueda y ofrecimiento de la verdad –inseparable siempre, por lo demás, del amor– el logro de la propia verdad del hombre y el alcance de su meta y de su destino definitivo. Excluir al hombre del acceso a la verdad y de su encuentro, sobre todo en las fases de la vida en que se construye la personalidad de cada uno, es la raíz de toda alienación, despojo del hombre, su ruina. Nadie, en modo alguno la institución escolar, sea el nivel que sea, puede ser indiferente a todo aquello que hace latir el corazón del hombre, esto es: a todas sus inquietudes, a todos sus anhelos más hondos y humanos, a todas sus empresas y a todas sus esperanzas, como son: la búsqueda y oferta real de la verdad, la insaciable e irreprimible necesidad del bien, el hambre y la pasión inagotable de libertad, la nostalgia de lo bello, la voz de la conciencia.

Al proponer y abordar el tema de la verdad para la reforma y renovación de la escuela y del sistema educativo en todos sus niveles, soy consciente de que ésta es una cuestión fundamental de la vida y de la historia y pervivencia de la humanidad. El hombre –niño, joven o adulto– tiene necesidad de una base sobre la cual construir la existencia personal y social; busca, pide y necesita la verdad que dé sentido a su existencia y aún a sus mismas relaciones; en ello, de una manera u otra, siente que está en juego su vida; no se puede ver satisfecho con propuestas que elevan lo efímero al rango de valor creando falsas ilusiones sobre la posibilidad de alcanzar el verdadero sentido de la existencia o la felicidad, o que haga discurrir la vida casi hasta el límite de la ruina, sin saber bien lo que espera. Por eso, a mi entender y el de otros muchos con mayor autoridad que yo, el problema central de la escuela y de los sistemas y de las instituciones educativas, es la cuestión de la verdad, que no es una más de las tantas cuestiones que el hombre debe afrontar, sino la cuestión fundamental, que no se puede eliminar, que atraviesa todos los tiempos y estaciones de la vida y de la historia de la humanidad, que es preciso ofrecerle y en la que ha de crecer para ser libre, o en la que necesita caminar con los otros para edificar una humanidad nueva y con futuro. Este es el gran reto de la educación, sólo alcanzable, superando la fuerza envolvente del relativismo imperante, con la verdad. Otra cosa o caminar por otros derroteros sería una vez más insuficiente ante la actual emergencia educativa.
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