Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Tras el Congreso de Laicos: ¿cómo son las leyes de los últimos veinte años?


por Josep Miró i Ardèvol

Opinión

El recién celebrado Congreso de Laicos Pueblo de Dios en salida ha sido, sin duda, una buena noticia, y su realización constituye un hecho necesario y positivo. Con todo, hay un paso que sigue pendiente y no es otro que la respuesta concreta a la cuestión irresuelta de los católicos en la política.

Para encarar esta necesaria reflexión nada mejor que una pregunta sobre una realidad práctica y decisiva: a lo largo de los últimos veinte años, ¿cuántas leyes aprobadas en España responden a un trasfondo cristiano? No me refiero a explicitar en la exposición de motivos, o en el trascurso de los debates, su inspiración cristiana, nada de eso, a pesar de que sí acaece con la perspectiva de género, una creencia ahora hegemónica, pero creencia, a fin de cuentas. No.

Me refiero tan solo a que los elementos que las fundamenten, sus fines, sean implícitamente cristianos. Y esta pregunta no debe confundirse con el hecho de que una parte de estas leyes son más o menos moralmente neutras. La respuesta es que prácticamente ninguna, ninguno de los grandes achaques y necesidades de esta sociedad ha dispuesto de una respuesta política surgida del cristianismo. Y eso vale obviamente para el período del gobierno del PSOE, pero también para el del Partido Popular.

Completemos la pregunta con una segunda cuestión. ¿Cuántas leyes abiertamente contrarias al cristianismo se han aprobado en este mismo periodo de tiempo? La respuesta es que muchas. Desde la nueva ley del aborto, al matrimonio y la adopción homosexual, pasando por la legislación sobre “la doble madre”, la investigación con embriones, y otras muchas más, hasta llegar a la eutanasia que está en puertas.

Y esto solo por lo que se refiere al legislativo, porque después está la acción de Gobierno, los decretos, las prioridades en la asignación de recursos. Todo esto determina un bloque muy importante que ha contribuido a cambiar radicalmente la sociedad española por el impulso socialista y el beneplácito pasivo -cuando no activo, en las comunidades que ha gobernado, como en Galicia y en Madrid- del Partido Popular.

En una sociedad pluralista como la nuestra, donde ya no existen acuerdos morales comunes, la ley y el dinero gubernamental configuran el marco de referencia de lo que está bien y está mal. El bien es lo legal. Sí, ya sé que no es formalmente así, pero la realidad funciona de esta manera, tanto que la sociedad española ha cambiado a la luz de estas leyes.

De hecho, y una vez realizada la transformación del período de Felipe González, que centró su atención en la construcción del Estado del bienestar, el socialismo español, de la mano, primero de Zapatero y ahora de Sánchez, agotado su proyecto social y económico, ha centrado su política en la transformación de la cultura moral en nombre del progreso. Para ello ha manipulado los datos, la realidad misma, para hacerlos encajar con su relato, porque desde el poder y ante una sociedad pasiva, es posible el formatear las mentes. La coalición con Unidas Podemos no hace otra cosa que acentuar esta guerra cultural.

Un buen ejemplo de ello lo constituye el artículo de este domingo pasado día 16 en El País de la ministra de Igualdad Irene Montero, que es toda una declaración de guerra. Su título, Alianza feminista. Se trata de entender toda la política desde el feminismo, es decir mediante la construcción de una de las identidades de género que necesita descalificar hasta más allá del límite democrático a quienes se le oponen, que no son otros que la extrema derecha, “esa reacción salvaje descarnada a esta lucha de supervivencia [se refiere a las mujeres, porque su tesis es que están amenazadas todas ellas de muerte por el hecho de serlo]... por eso le han declarado la guerra [al feminismo]” . Por todo esto y por otras cosas la ministra nos anuncia “una escuela fuerte que eduque en derechos también a los hijos e hijas de los machistas y los homófobos” que somos todos los que discrepamos de sus particulares puntos de vista políticos.

Nunca se había llegado a este extremo en la política española. ¿Cómo no va a haber polarización y conflicto si es el propio Gobierno quien niega el pan y la sal a quienes no piensan como ellos?  ¿No es este perfecto planteamiento iliberal, porque es incapaz de reconocer que la política en un sistema parlamentario necesita de la condición de que todos los presentes poseen, en mayor o menor medida, una parte de verdad? Los medios de comunicación, muchos de ellos, no dudan en calificar como iliberal al gobierno de Orban en Hungría, a pesar de que gobierna con mayorías absolutas tan amplias que están lejos de lo que en votos representan la coalición de Pedro y Pablo.

Entonces ¿por qué no califican con el mismo adjetivo a los ministros que azuzan el enfrentamiento entre españoles? ¿Cuál es la diferencia? ¿Que uno de los dos dispone de la razón absoluta, y el otro es un malvado? Así la democracia no es posible. Pero esto sucede en España porque Podemos y el PSOE controlan el marco de referencia de la cultura moral de este país.

No es extraño, porque el otro gran contendiente histórico en liza, el Partido Popular, ha abandonado deliberadamente este tipo de cuestiones. Y no solo es en la época de Rajoy, que sí exhibió este vacío abrumador como virtud. El problema viene de antes y llega hasta ahora mismo. ¿Es necesario recordar que inicialmente los populares de Aznar no apoyaban la incorporación de una referencia en la llamada constitución europea a nuestras raíces cristianas?  Y de ahora mismo son estas declaraciones de un dirigente del PP: “El Gobierno no tiene dinero para hacer grandes políticas sociales. Si no vas a poder hacer una gran revolución en dependencia o resolver la financiación autonómica, la solución es tirar de la agenda de las batallas culturales. Eutanasia, memoria histórica, pin parental. No podemos caer en esa trampa”.

Para el Partido Popular todas estas cuestiones son trampas, no oportunidades o necesidad de presentar una alternativa, un modelo de cultura moral alternativo, sino que el Partido Socialista lo hace para hacerle perder votos, para debilitarle políticamente. Entonces todo esto no debe ser abordado y debe dejarse el campo libre a Unidas Podemos y al PSOE, cada vez con planteamientos más maximalistas. Con esa mentalidad, ¿quién puede extrañarse de la deriva española, cuando su derecha carece como virtud del más mínimo fundamento moral?

Se entiende entonces que surja un partido como Vox, que no expresa un trasfondo cristiano en muchos de sus planteamientos y en la forma como se produce, pero sí sabe recoger el enojo, también de los cristianos, de mucha gente hastiada de tanto supremacismo de género, revisión fratricida de la historia, descalificación moral y voluntad de formatear las mentes de todos y en especial de los más jóvenes, nuestros hijos.

Pero, atención, porque estamos largamente advertidos. No es desde la irritación y el enfado como se hace presente el cristianismo. Que nadie se llame a engaño.

Y ahí está el déficit cristiano, en la incapacidad para incidir en lo más mínimo en los contenidos y desarrollos de la política en España. Del pecado colectivo que entraña, de las estructuras de pecado que construye. Y esto, queridos hermanos, en la fe constituye un escándalo que es proporcional a las capacidades y potencial de cada uno de nosotros, de cada uno de los grupos cristianos en presencia.

Publicado en Forum Libertas.

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