Del Pulpo Paul
por Luis Antequera
Todos pendientes de lo que diga un cefalópodo dotado de la rara habilidad de adivinar el resultado de los partidos de fútbol. Podría sucumbir a la fácil tentación a la que el Pulpo Pol incita, y realizar una crítica aguerrida y feroz sobre el estado en que se halla una sociedad que es capaz de paralizarse ante las adivinanzas de un pulpo que, por no ser, ni siquiera es gallego. Pues bien, no voy a hacerlo sino que, por el contrario, le voy a buscar la salsa al pulpo, que la tiene y buena.
Estaba el jueves pasado en el programa de Radio María, Diálogos con la ciencia, -jueves a las 00:00 hs., un programa diferente en una banda horaria en la que todas las cadenas están hablando de fútbol y que, aunque sólo sea por eso, les invito a conocer-, y nos llamó una amable oyente que se maravillaba de que todo un país se hubiera paralizado a causa de lo que ella llamaba “un golecito”, en este caso, el magnífico golazo metido a Alemania por Puyol. De hecho, mientras nos hablaba, se oía como telón de fondo un molesto ruido de vuvuzelas (¿se escribe así?) y cornetas a través de sus ventanas celebrando el pase de España a la final del Mundial, por primera vez en nuestra historia. Y se quejaba de que apenas unos días antes, sólo unas decenas de personas se arremolinaran ante esa misma ventana en una velada contra el aborto.
No le faltaba razón a la oyente en una parte de su crítica, la que versa sobre la indiferencia de la sociedad ante causas tan importantes como lo es la de la vida y tantas otras que se podrían citar. Ahora bien, ¿era necesario criticar lo que no deja de ser una sana explosión de alegría, por demás gratuita e inocua como dice mi amigo, el genial y divertidísimo escritor Luis Español, para ensalzar lo que efectivamente hacemos mal?
El "golecito" del que hablaba nuestra oyente es una de esas cosas buenas que aún tiene la sociedad actual. Por pocas que algunos, entre los que no me cuento, puedan creer que aún quedan. Representa la capacidad de estimularse ante lo que no es sino un juego, algo que identifica al simio omínido frente a buena parte –que no todas, admitámoslo con humildad- del resto de las especies. Y representa también, y sobre todo, la capacidad del ser humano de exteriorizar uno de sus instintos que puede llegar a ser más dañino, -el de derrotar al que se percibe como enemigo-, de una manera incruenta y divertida. Tan divertida que hasta el derrotado está invitado a participar en la fiesta, y no pocas veces, fíjense Vds., hasta lo hace.
Pero es que en el caso de España, victoria como la que ya pronosticó en su día el indolente Pulpo Pol ha sido balsámica hasta más allá de lo imaginable. Un país que lleva treinta y cinco años dedicado al extraño ejercicio de mirarse el ombligo a la búsqueda del más insignificante detalle que nos convierta a cada uno en diferente de nuestro vecino en una extraña exaltación de la diferencia como justificación para el ventajismo y el odio, descubre de repente que tiene una bandera, que tiene un himno, que tiene una selección, que son de todos y que, mire Vd. por donde, no somos tan diferentes, o que, aunque lo seamos, ello no es razón para no disfrutar y sufrir unidos.
Dicho todo lo cual, y volviendo a lo que daba título a este artículo, el inexpresivo e inextricable cefalópodo alemán con habilidades mánticas, no me queda sino felicitarme de que el patoso pulpito haya pronosticado la victoria de España ante Alemania y haya acertado, como espero que siga haciéndolo ahora que ha vuelto a pronosticar la victoria de España en la final. Este país lo necesita. Más allá del fútbol. De verdad.
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