Laicos que no son noticia en la Iglesia
Ayer tuve el privilegio de asistir a una reunión de una célula de jóvenes de la comunidad dominicana de los Siervos de Cristo Vivo, en la que Yuan Fuei Liao compartió con todos los asistentes su testimonio de vida como evangelizador de calle.
Conocido en la República Dominicana y en el mundo de la Renovación Carismática Católica, este laico dominicano de origen taiwanés y afincado en Nueva York, se dedica a la evangelización a tiempo completo, y eso aún teniendo una familia que alimentar.
Aparte de las muchas anécdotas personales que escuchamos de su propia boca, una de las cosas que más me impresionó fue conocer la trayectoria de una persona que ya desde muy joven quiso entregarle el todo al Señor, y dejando carrera, futuro profesional y expectativas mundanas varias, ha conseguido vivir para evangelizar a pesar de lo difícil que es hacerlo en la Iglesia Católica siendo laico.
Y es que en la iglesia actual se nos proponen tantos modelos de santos sacerdotes, religiosas, consagrados y monjes, que a veces da la sensación de que queda soslayado todo lo que no sea vida consagrada. Aunque es verdad que se canonizan santos de todos los estados de vida, los laicos son los menos y no es casualidad que en nuestras comunidades no se valore lo suficiente el ministerio laical.
Muchas veces la famosa hora de los laicos que trajo el Concilio Vaticano II, se ha quedado en un mero barniz laical o incluso en una cierta clericalización de los laicos, que siguen sin encontrar del todo su verdadera función y responsabilidad en una iglesia que les niega de facto la madurez como creyentes.
El ejemplo clásico es el de un amigo que lleva más de quince años dirigiendo clubes apostólicos de adolescentes, donde cada dos años cambia el bisoño sacerdote o hermano de turno, que es quien tiene la última palabra, cuando mi amigo es ya una eminencia en la materia.
De todos es sabido que los mejores líderes en las parroquias son los que se acaban metiendo a cura o a monja, craso error si lo que se quiere es dar continuidad a una organización. Uno no se puede apoyar exclusivamente en gente que va a durar un par de años y después marcharse.
No sólo faltan los líderes, se infrautiliza a los existentes: por eso frecuente encontrar en parroquias donde “hay nivel”, en las cuales hay consejos pastorales formados por arquitectos, abogados, ingenieros, publicistas, dedicados exclusivamente a asesorar al párroco sobre las obras de la iglesia o el mercadillo de turno, mientras que de aconsejar a nivel pastoral nada.
Y no me tomen por clasista, porque también “el nivel” radica en los dones y carismas que Dios da a cada cual, y sobre todo en la caridad, y para eso no hace falta ni tener el bachiller (como decía Peter Kreeft, la única cosa que nos asegura que una persona vaya a decir estupideces y sandeces varias es un doctorado, porque todos los que las dicen resulta que lo tienen).
Tampoco entiendan que con esto quiero hacer de menos a la labor de gobierno de la Iglesia, del que participan los párrocos como colaboradores de los obispos. Sin autoridad no seríamos católicos, y sin obediencia no podríamos ser cristianos, y las dos cosas son buenas y necesarias.
Pero creo que vivimos una imagen de la Iglesia tremendamente limitada si pensamos que la responsabilidad de la evangelización recae en los curas, y nos permitimos el lujo de ir por la vida gastando el traje de primera comunión, el cual evidentemente se nos ha quedado más que pequeño.
Teológicamente no es difícil de entender si nos adentramos en la teología del bautismo, y en documentos tan interesantes como la Exhortación apostólica Post-Sinodal del Papa Juan Pablo II , Christifideles laici, firmada en Roma el 30 de diciembre de 1988.
Humanamente en cambio, creo que es muy difícil de entender en una iglesia que exalta al cura de Ars como modelo, sin darse cuenta de que muy pocos de los 1.166 millones de bautizados católicos del Anuario Pontificio de 2010, van a poder vivir el ideal de estado de vida del santo cura, por más que los valores y la fe que encarnó sean de una grandísima edificación para todos.
A fin de cuentas es un problema de cómo vivimos la responsabilidad bautismal, y el liderazgo en nuestras comunidades cristianas, en las cuales predomina una espiritualidad de recepción y de mantenimiento, que no ayuda a la responsabilidad y al compromiso en el anuncio de la Buena Noticia.
Por eso la noticia de que hay laicos que lo dejaron todo por el Evangelio tendría que dejar de ser noticia, aunque mientras lo siga siendo, espero poder contar muchas historias como la de Yuan que nos sirvan de modelo e inspiración a todos.